Haciendo balance de este tiempo raro deberíamos preguntarnos si aprendimos las lecciones
El 30 de enero de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) nos puso sobre aviso. Una extraña infección respiratoria, causada por un coronavirus desconocido, había provocado cientos de contagios en una ciudad china que, luego, sería el epicentro del miedo global. Los casos fuera del gigante asiático no superaban el centenar, pero los expertos de la OMS miraron al futuro y dijeron que aquella “gripe” era una emergencia de salud pública de importancia internacional.
Aparecieron videos escalofriantes de personas caídas en las calles de Wuhan, a las que nadie podía socorrer. Parecía una película; la peor de las distopias escritas y llevadas al cine. Atemorizaba mucho, pero en esa fecha no pocos creyeron era un problema solo de los chinos, que si se comieron un murciélago o un pangolín, que si un laboratorio secreto…
El 11 de marzo la emergencia internacional dio paso a la pandemia, después que los brotes se multiplicaran en todas las latitudes. Ese mismo día se confirmó en Cuba el primer caso positivo al SARS-CoV-2 y 13 días después la COVID-19 “desembarcó” en Ciego de Ávila. Mañana viernes se cumplirán tres años.
Justo esta semana repasé algunas páginas escritas en ese período. No se suponía que me tocara contar la incidencia de la enfermedad en la provincia, porque en el reparto de temas dentro de nuestra Redacción los sanitarios nunca habían estado en mi agenda. Ese es un “territorio” en el que otros colegas han ganado maestría y no habría sido necesario un despliegue mayor si no fuera porque el nuevo coronavirus cambió las reglas de todos los juegos.
La respuesta inmediata, a falta de vacunas y medicamentos efectivos para una enfermedad de origen viral, fue encerrarnos. Muchos creímos que al cerrar las puertas dejábamos al “bicho” fuera, mas, tristemente, algunos se quedaron con el enemigo dentro. Tocó reinventar prácticas, flujos de trabajo, mantener a los indispensables en sus puestos, rediseñar maneras para seguir, aunque no estuviera claro hacia dónde.
Como periódico hicimos lo que pudimos y nos tocaba. Narramos historias de la más pura heroicidad y de las negligencias que también nos pusieron contra las cuerdas, analizamos las estadísticas diarias, leímos entre líneas, interpretamos, nos aventuramos, incluso, a pronosticar, alertamos de los peligros, tratamos de poner en palabras el sentir de quienes estaban en las primeras líneas, lloramos por los muertos y celebramos la sobrevida.
Hay un relato estremecedor en nuestras páginas que, sin embargo, no logra acercarse a la tragedia…, ni a la respuesta. No puede definirse con palabras la convicción de quien se jugó la vida para salvar la de otro; tampoco es posible describir la sensación de ahogo, el pánico, la incertidumbre, la pérdida.
Si recapitulamos hoy aquellos días aciagos de mascarilla y alcohol en las manos es porque no hemos terminado. Solo en febrero último se registraron en el mundo más de 1,5 millón de contagios y 17 000 muertes. El más reciente caso en Ciego de Ávila es apenas del 21 de marzo.
La OMS ha dicho que en algún momento de 2023 la COVID-19 dejará de ser pandemia, pero no será posible echar tierra y darles pisón a tres años de angustias (casi 7 millones de fallecidos, muchos más con secuelas) y pequeñas grandes victorias (vacunas efectivas, aunque no accesibles para todos). Haciendo balance de este tiempo raro deberíamos preguntarnos si aprendimos las lecciones.
#COVID19 will no doubt still be a major topic of discussion, but I believe and hope that with the right efforts this will be the year the COVID19 public health emergency officially ends. Happy New Year. pic.twitter.com/yelKZPo1LA
— Tedros Adhanom Ghebreyesus (@DrTedros) January 4, 2023
Si aprendimos que la higiene no es cosa de paranoicos obsesivos. Si aprendimos que, como han insistido los organismos internacionales y el propio Tedros Adhanom, director general de la OMS, “para vivir en un mundo más seguro se necesita la salud pública, contar con sistemas sanitarios fuertes, continuar con las labores de rastreo, y garantizar una atención primaria sólida”.
Si aprendimos que la ciencia necesita sus tiempos para dar soluciones eficaces. Si reafirmamos la idea tantas veces dicha de que la solidaridad es el mejor de los antídotos. Y, sobre todo, que no han sido tres años para el olvido, porque, precisamente, en olvidar se concentran todos los peligros.