A la salida del sol ya el grupo había llegado a aquel sitio que retiene un pedazo de nuestra historia. Allí, en medio de la nada, las anécdotas los devolvieron a los días en que no era tan apacibles el paso de las horas y que el alba no anunciaba jornadas sosegadas.
El recuerdo era, por momentos, apenas un visitante más, que enhebraba los acontecimientos e iba tejiendo meticulosamente los sucesos que hicieron de aquel lugar otro altar de la patria. Mas, de pronto, se convertía en ese remolino que enciende el aire cuando evocamos lo que hicieron tantos hijos de Cuba para traernos a estos días en que respirar victoria puede hacer la diferencia.
Contemplar el lugar, colocar las coronas floridas, limpiar las lápidas en absoluto recogimiento, formó parte del encuentro que se selló con la promesa de volver siempre, porque solo así se sobrevive a los olvidos tan dañinos.
Por miles se cuentan en nuestra nación los sitios erigidos para el homenaje perenne, para dejar la señal de que allí alguien moría por nosotros o libraba la mejor de las batallas; para decirnos que ese no es un lugar cualquiera y que llegar hasta allí mantiene encendida la llama.
Es hermoso cuando miramos un monumento de los que aparecen en nuestros libros de Historia, y que está allí al alcance de nuestras manos, cuando dejamos una flor en la humilde lápida que yace solitaria cerca del río de nuestra infancia, al doblar de nuestra casa, o por el camino que nos lleva a la escuela.
Es edificante conservar intocables estas obras, mantener el brillo con la que nacieron, salvarlas de la desidia y el abandono; tenerlas más como entes vivos que como sitios dormidos.
No pueden las limitaciones económicas esgrimirse como un pretexto para que el abandono se enseñoree allí, para que el paso del tiempo se convierta en tirano sobre ellas, para que cualquiera pase indiferente porque un día fueron despojadas de una piedra, porque después ya nadie volvió con unas flores, porque la maleza hizo de las suyas y no quedan ni señales de lo que sucedió allí.
Rememorar los sucesos gloriosos no puede hacerse solo desde las páginas de un libro, una revista, desde unas imágenes en una pantalla ante nosotros; rememorar es necesario hacerlo en los lugares donde se libraron las batallas, se sellaron los pactos, donde cayó la sangre, donde la metralla ensordeció a todos; donde se fue avanzando un poco más hacia la libertad anhelada, hacia el resultado esperado; donde se edificó y fundó, donde se fue feliz o desgraciado.
Un monumento, en sí mismo, cuenta una historia, nos dice que alguien estuvo ahí, que hizo algo valioso por nosotros. Una lápida sencilla nos puede hablar de un suceso grande, un pedazo de tierra cercado y señalado puede contener miles de anécdotas, de historias de vida; en él pueden palpitar muchas emociones que solo sobreviven si no se les acallan, si siempre se va al rescate, si se sigue volviendo por ahí.
Las grandes gestas y las más pequeñas tienen sus inolvidables protagonistas; seres que amaron a sus familias, que extrañaban sus hogares, pero que abandonaron todo por una verdad justa, que nos ofrecieron su tiempo y hasta sus vidas, que cayeron en algún lugar separados de la mano de sus amados, de la sonrisa que anhelaban volver a ver.
Regresar sobre los pasos de ellos es tejer la historia muchas veces, es escudriñar hasta en los más mínimos detalles para que no mueran; es decir: estamos aquí por su memoria, que es la nuestra, por ese pasado que les perteneció y nos recuerda de dónde venimos.
Dejar destruir un sitio de estos es un paso seguro hacia el olvido, es un anuncio de que algo se va quebrando, de que la memoria colectiva comienza a sufrir de la más dolorosa y dañina de las demencias; de que se va dejando de ser importante para algunos, de que el corazón de Cuba puede estar sufriendo en latidos callados.
Muchos sitios de esta nación se erigen imponentes y esperan luminosos la salida del sol. No son mármoles fríos, no son la más humilde cruz de madera, la sencilla piedra. Son el recuerdo de lo que se hizo para poder asistir libres a la llegada del alba, son la señal de que esos héroes que parecían inalcanzables pasaron por allí, tan cerca de donde ahora construimos nosotros nuestra propia obra, donde nos levantamos para seguir fundando, y donde pasado y presente palpitan acompasados, para que no le falte sangre generosa al corazón de Cuba.