Un hombre puede conocerse a través de sus fotos o biografía; las imágenes o las palabras lo retratan entonces desde la niñez hasta los días finales en una suerte de síntesis, pero también puede auscultarse de un tirón, en segundos y hasta en décimas y centésimas. Así lo conocí, de un golpe, casi tan rápido como el correr de sus piernas de velocista, sin que yo pudiera sospechar que sería la primera y penúltima vez que hablaríamos.
Iba acompañado del colega Leonel Iparraguirre, quien me condujo hasta su casita en Morón, creo que en calle Avellaneda. En su reducida sala, Pablo Aurelio Bandomo Abreu, un hombre de manos grandes, hablar pausado y mirada noble, volvió a derrotar al tiempo cuando, sin poses de altanero, me regaló un montón de anécdotas que intenté plasmar en la agenda. Solo se ausentó por un instante para regresar con un manojo de fotos y documentos, y otras historias de campeón, casi todas buenas.
En aquella mañana del primer mes de 2015, Yeyo —que así le identificaban amigos y compañeros—, remató en la memoria a todos sus adversarios sobre la pista de atletismo del Consejo Voluntario Deportivo Aurelio Janet, “donde había un fervor deportivo increíble”, el que hizo de Morón uno de los emporios del atletismo cubano después de 1959; y en menos de lo que puede demorar el cantío del Gallo de la ciudad reseñó su paso de bólido, con récords y más récords, por tres ediciones de los Juegos Escolares Nacionales.
Supe de una memorable noche de 1968 en el estadio universitario Juan Abrantes, cuando el público lo vio recorrer los 100 metros planos en 10 segundos y seis décimas, lo que nadie a su edad había podido hacer en todo el archipiélago. 30 años después, en Santa Clara, apenas logró adelantarle su hijo. Por el brillo en la mirada adiviné que el viejo supo trasmitirle los genes y las ganas, y que fue como si volviera a recorrer metro a metro el hectómetro: “La emoción más grande de mi vida. Yo no fui, pero estaba tan al tanto que me subió la presión con la noticia”, Orlenis Bandomo Pérez le había descontado una décima a su plusmarca.
Meses atrás, mientras la COVID-19 hacía de las suyas por casa, un disparo de la memoria me reconstruyó el diálogo de aquel día en el que Yeyo contaba: volvía a quedarse por detrás de sus rivales en la arrancada y a medio trecho comenzaba a descontar, y rebasaba a todos, o a casi todos en los Centroamericanos y del Caribe de 1974; y en aquel relevo corto, plateado en Cali, que incluyó a su hermano Bárbaro, mientras él, de suplente, veía cómo por un pelo y después de que lo definieran los jueces, dejaban en bronce a los favoritos estadounidenses en los Panamericanos, luego de que ambas cuartetas paralizaran el cronometraje electrónico a los 39.84 segundos.
Tomada de la Memoria oficial de los XII Juegos Deportivos Centroamericanos y del CaribeRemata la triunfal actuación del relevo cubano 4x100 en los centrocaribes de 1974
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Porque es mentira eso de que en el deporte siempre se gana, algo de lección dejaron los tropiezos, sobre todo el de los olímpicos de Munich, “mira mi credencial de los Juegos” y, admiración de por medio, apreciaba la constancia documental de una presencia en la gran cita donde no fue posible que el 4x100 de Cuba volviera a incluirse entre los premiados del planeta.
“Muchas cosas podíamos hacer” y dejó en suspenso el resto de la contesta cuando le hablé sobre los retrocesos del Deporte Rey en Morón, y uno entiende mejor, con el decurso de los días y los meses, todo lo que implicaba para Yeyo Bandomo ese “muchas cosas”.
Años después volví a encontrarme con el hombre de manos grandes, hablar pausado y mirada noble, presidente de la Asociación Culinaria en su municipio, lucía su atuendo de chef. No podía imaginar entonces que otra jugarreta de la COVID-19 lo obligaría a despedirse el 19 de julio de este año. Quién sabe si ocurrió por alevosía, porque la envidia de tantos lauros y cualidades empecinó al destino, aunque, una y otra vez, siempre vivo, Pablo Bandomo arranca después que sus rivales, pero descuenta y descuenta, y rebasa a todos, o a casi todos… porque —bien lo sabemos—, es pura mentira eso de que en el deporte y en la vida siempre se gana.