Pudiera parecer una noticia más, pero no lo es. El pasado día 9, cuando el avileño Onel Hernández Mayea debutó de manera oficial en la Liga Premier, no solo se convirtió en el primer cubano en jugar en tan prestigioso torneo, sino que confirmó que Cuba no está condenada a ser la sotanera en cuanta competencia de nivel participe.
Onel, por demás moronense, desde los seis años reside en la ciudad de Gutersloh, Alemania, donde desarrolló condiciones futbolísticas desde edad bien temprana, hasta convertirse en un delantero de talento.
Porque el fútbol no es de esas disciplinas que admiten los laboratorios. Hay que jugar y volver a jugar desde bien pequeños. No olvidemos que las habilidades se asumen con los miembros torpes del cuerpo humano y que estas no se consolidan solo con entrenamientos.
Por eso no me cansaré de repetirlo: no solo las Escuelas de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE) pueden llevar al país a tener un equipo de nivel. Es vital que en todos los municipios se desarrollen, durante casi todo el año, torneos de barrios de pequeñines de diferentes edades.
Y no son recursos materiales los que se necesitan, en tanto prioridad, para hacer realidad esa encomienda. Bastaría con que tomen cartas en el asunto los entrenadores de cada localidad y estoy seguro de que, poco a poco, aparecerían los trajes y se mejorarían las canchas de juego con el esfuerzo de los protagonistas, algo que no representaría una novedad, sino el rescate de un modo de actuar que se consolidó en Cuba durante décadas, pero que ha ido de más a menos en los tiempos que corren.
De esas lides de base es que saldrían los futbolistas para las EIDE y no como ahora, en que las captaciones se efectúan “a ojo de buen cubero”.
Por eso lo de Onel es como para sentir optimismo por el futuro. Estoy seguro de que a la vuelta de una década, de lograr la masividad futbolística en edades tempranas, Cuba, en materia de fútbol, dejaría de ser una Cenicienta.