Cuando el muchachito capturó aquel roletazo entre tercera y short, tras el out en primera, miró hacia el pequeño grupo de espectadores y reconoció al hombre que aplaudía con una sonrisa de asentimiento por la jugada.
Ni en sus fantasías infantiles pudo imaginar Ángel Castillo Soto que el mismísimo Vicente Díaz, mítico antesalista de los equipos camagüeyanos, le aplaudía y luego le invitaría a viajar a Camagüey para ingresar en la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE). ¡Era más que un sueño!
Lo anterior ocurrió en un campo beisbolero improvisado, de un batey cercano al hoy municipio de Bolivia, allá por los primeros años de la década del 60. Y ya en los VI Juegos Escolares Nacionales aquel pequeñito era el torpedero regular de la representación agramontina, que en esa oportunidad mereció la medalla de bronce.
“Esa primera experiencia jamás la voy a olvidar pues recuerdo que jugamos en la Habana y me parecía mentira que de capturar rolatas, en el terreno del batey del Mamey, ahora lo hacía en un estadio Latinoamericano.
“Después de aquello jugué cuatro años en la categoría juvenil y me captaron para la ESPA nacional junto a otros cuatro camagüeyanos. Ese tiempo allí me sirvió de mucho, pues imagínate que de entrenadores estaban Benito Camacho, El Yayo Linares, Jesús Ayón y Gilberto Álvarez, entre otros”.
—¿Y a quien querías parecerte, en tu posición?
—Cuando en la ESPA nos llevaban a ver los juegos al Latino, yo me quedaba asombrado de la facilidad con que jugaba Antonio González, Tony. Luego vi a excelentes torpederos y tuve la suerte de compartir con ellos en el terreno, pero el Tony para mí, en ese tiempo, era lo máximo.
—¿Te costó mucho hacer el primer equipo Granjeros?
—Déjame decirte que “había que fajarse” para hacer equipos de Camagüey. Estaban en activo peloteros como Miguel Cuevas, Vicente Díaz, Ángel Galiano, Abilio Amargo y Felipe Sarduy, por sólo mencionarte algunos. Vestir el uniforme de Granjeros era casi una hazaña. Debuté en 1971, Omar Carrero y yo fuimos los únicos novatos, pero ese año poco jugué, pues René Moya era el titular del campo corto y estaba en sus mejores momentos. Pero al siguiente hubo una nueva estructura de la Serie Nacional y entonces surgió el equipo Ganaderos, para allí fue Moya y yo me quedé en Granjeros.
—Cuéntame de aquel Camagüeyanos que se ganó el calificativo de Incapturables.
—Fue una temporada que nunca olvidaré. El equipo se comportó de maravillas. Basta decir que en el pitcheo estaban Omar Carrero, Oscar Romero, Lázaro Santana, Juan Pérez Pérez y Gaspar Legón. Imagínate que otros tiradores de calidad, Alfredo Roque y José Cruz, eran relevistas. Pero además, era un colectivo bien unido. En mi caso, por ejemplo, que nunca fui un bateador de promedio, estuve por encima de 300 casi toda la serie. Fue al final que caí de esa marca.
—¿Y tu incursión con Ciego de Ávila?
—Desde la nueva División Política-Administrativa en 1976 estuve con el equipo. Primero como torpedero y luego como segunda base. Me retiré en 1984; creo que bastante joven, pues sólo tenía 32 años.
—¿Te sentías aún con calidad para estar en el equipo?
—No te voy a decir que estaba como en mis mejores años, pero te aseguro que podía jugar tres o cuatro temporadas más. Y decidí decir adiós. En eso influyó el estar en el banco con Ciego y luego en la Selectiva con Camagüeyanos. Y el porqué de eso, nadie aquí supo explicármelo. Era difícil continuar en el grupo si ya me sentía mal.
Ahora Castillo es entrenador de muchachitos que no rebasan los 10 años de edad y confiesa que se siente realizado de trabajar en esa categoría: “son una esponja para aprender. Todos los días regreso a casa con mucha satisfacción”.
Ya el periodista iba a cerrar la agenda de notas y apagar la grabadora, cuando Darío Cid Wong, uno de los grandes conocedores del béisbol avileño, se unió al diálogo y, a manera de resumen, dijo: “Escribe que fue el primer entrenador de la provincia en asistir a un Clásico Mundial de Béisbol y que es una de las buenas personas que he conocido en mi andar por el deporte y la vida.”