Una actriz que disfruta de la variedad de estéticas y líneas de trabajo que proponen las compañías avileñas y solo aboga por más sistematicidad en las carteleras.
Vivir para el teatro ha sido un inmenso acto de fe que Mailín Cabrales Veliz ha sabido cumplir a plenitud desde que decidió que lo suyo sería el arte de las tablas. Memorizar libretos, dibujar poses, afinar la voz, marcar los caracteres de cada personaje, y limar las carencias con inventiva y astucia, han sido puntos de giro y argumentos invariables en su vida.
Graduada de la escuela de arte Manuel Muñoz, de Granma, regresó a Ciego de Ávila con el ímpetu de los primeros años y la certeza de que había que trabajar para lograr aplausos. En aquel entonces, existían varios proyectos en estadío de esplendor y se decidió por el teatro para niños, en una suerte de continuidad a uno de sus afanes preferidos en la infancia: ponerle voces a los dibujos animados, ¡y si eran rusos, mejor!
Su primera aparición en el terruño sería en la obra Dos ranas y una flor, con la cual entró por la puerta ancha. Después se sumaría a las filas de Polichinela y, en 2005, llegó a Teatro Primero, donde ha echado raíces en el frente infantil Pelusín del Monte.
Alaroye, Quién dijo miau, y el unipersonal Tejiendo un cuento (versión de Espantajo y los pájaros, de Dora Alonso), encabezan una amplia lista de interpretaciones que terminaron por moldear su versatilidad y poner al descubierto sus potencialidades, mientras que la crítica la homenajeaba con premios y menciones en certámenes nacionales.
Confía en la academia porque capta al joven y devuelve al artista, pero el talento no se mide por la escuela, eso es algo con lo que se nace, y se desarrolla o no en la vida.
Para que lata vivo el arte de construir títeres, se las agencia cada verano para darle forma al taller Rosilla Nueva, donde el acercamiento a la obra martiana se conjuga con la puesta de una obra y la creación empírica de cada elemento necesario en el montaje.
Sin embargo, quizás ha sido su voz el instrumento de trabajo más inaudito que la ha llevado a incursionar con desenfado en la radio y en la televisión. A veces lírica, alegre o melancólica, y otras tantas sensual y violenta, ha sabido, de modo visceral, ajustar su timbre para encarnar varios personajes a la vez y hacerlo bien.
Así fue en Angélica, primera radionovela transmitida en el terruño, donde se desenvolvió en más de tres papeles que le extirpaban el aire a bocanadas en cada sesión de grabación. Aunque en 1997 todavía no lo sabía, a su hija le pondría este nombre.
El programa del gallo Ciriaco también la ha obligado a desdoblarse en la Abuela Tina, Cresta Roja, Remolino y la Cotorra hasta proyectar una voz única que distinga y simpatice.
Piensa que, para un artista, las frases “no sé” y “no puedo” no existen. Confía en los retos para crecerse y en la superación constante como garantía del triunfo. Disfruta de la variedad de estéticas y líneas de trabajo que proponen las compañías avileñas, y solo aboga por más sistematicidad en las carteleras.
No han sido los montajes para adultos un boomerang en su carrera y los ha sorteado con el éxito suficiente para permitirse elegir entre ambos tipos de público y confirmar, una vez más, que son los niños los que mueven su pasión.
El rescate de la pieza Alaroye, de Pablo Izquierdo, es uno de sus proyectos más cercanos; esta vez con tres actores y la intención de incluir los zancos para poder presentarla, también, en espacios abiertos.
Podríamos decir que se “aplatanó” aquí y ella no disentiría, porque ha decidido demostrar que, desde provincia, también puede hacerse arte, y más de una propuesta, que pudo catapultarla a la escena nacional, ha rechazado.
Mailín ha roto la cuarta pared que separa a un artista de su público y ha congeniado con una generación que reconoce tras el éter su voz y sigue fiel al dial. Su vocación ha sido perpetua y, su carisma, otro modo de hacer teatro en el gran escenario de la vida.
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— Periódico Invasor (@Invasorpress) August 23, 2018