Tradiciones y COVID-19: ¿qué viene después?

Que los principales eventos culturales y festividades de la provincia hayan convivido con la COVID-19 en el último año ha sido un ejercicio a prueba y error que, casi siempre, ha inclinado la balanza a favor de las luces y no de las sombras. No podía ser de otra manera cuando de un tirón hubo que recurrir a las redes sociales en Internet para paliar la desconexión con el público y pensar en código digital certámenes que arrastraban multitudes como la Feria del Libro o el Festival de Música Fusión Piña Colada. Entonces se aplaudió el esfuerzo, se ensalzó la creatividad y nos guardamos los cuestionamientos.

Hubo que esperar unos cuantos meses para comprender que la normalidad no sería una condición inmediata y que el producto cultural ha llegado al receptor tan elaborado como lo han permitido el ingenio individual y los recursos a mano.

Enseguida uno piensa en la Asociación Hermanos Saíz, a la que el sayo de la innovación le quedó a la medida justa, con ejemplos ilustres que van desde el XVII Encuentro Nacional de Intelectuales y Artistas Estrofa Nueva hasta el Encuentro Nacional de Jóvenes Trovadores Trovándote 2021, y en el Centro Provincial del Libro y la Literatura que respira nuevas estrategias de promoción online con un blog, un boletín y un canal en YouTube.

Sin embargo, la otra cara de la moneda en esta carrera de resistencia bien podría ser la cultura popular tradicional, dimensión que comprende muchísimas celebraciones de larga data que perviven gracias al cordón umbilical que las une con su público, quien, en muchos casos, es también gestor y protagonista.

Es en la porción de tierra donde se definen las Parrandas de Chambas y Punta Alegre; los Bandos Rojos y Azul de Majagua; el Eva Gaspar In Memoriam, en Primero de Enero; y la Fiesta del 1ro de Agosto, en Baraguá; donde el virus ha dejado secuelas más profundas, que, de algún modo, se habían esbozado antes con carencias elementales como la falta de fuegos artificiales en las noches o de madera para la armazón de una carroza, de presupuesto para garantizar una nómina segura de invitados, de unos cuantos metros de tela para renovar el vestuario de una compañía danzaria, o de convocatoria y espíritu entre los principales organizadores o grupos portadores, después de muchísimos contratiempos.

Aunque sí tuvieron una versión virtual, en muchos casos faltó visibilidad y posicionamiento, y la única alternativa a mano fue postear memorias de ediciones anteriores y reseñas históricas. Para ser exactos, hay pocas maneras de pensar en código digital un jolgorio similar al de un changüí, bailes afrocaribeños con nasobuco y distanciamiento, o la tradicional quema del diablo sin la muchedumbre que acompañaba esta ceremonia.

Posted by Cultura Primero De Enero CA on Monday, March 29, 2021

Quizás el mérito de ser populares les haya restado ahora un acompañamiento más certero por parte de las instituciones y faltó compartir experiencias sobre cómo hacerlo mejor. Sin olvidar, también, que las condiciones materiales y tecnológicas en las casas de cultura y direcciones municipales de este sector no son las ideales como para asumir a plenitud el reto de trasladar al espacio digital celebraciones de esta magnitud.

Lo cierto es que tuvieron pocas opciones a las que aferrarse, y la espontaneidad que las caracteriza estuvo sesgada. Con todo y eso, debiera acompañarnos la certeza de que las tradiciones populares han sabido adaptarse, coexistir y evolucionar. Aunque hoy no lleguen tan nítidas como las recuerdan los abuelos, siguen marcando el ritmo de un país que reconoce en ellas un valioso recurso para definir la soberanía y la identidad nacional.

Por eso, para lo que viene después de la COVID-19 también debemos estar preparados, porque pueden suceder dos cosas: que el ímpetu después del stand by sea suficiente para revitalizarlas, o que se necesite un electroshock para que el jolgorio vuelva a ser popular y a pensarse en grande.


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