Gargantúa y Pantagruel se fueron de carnaval

En la penumbra más literal, tanto pública como mediática, transcurrió la efímera vida del socorrido carnaval avileño, a inicios de este mes de mayo. La pretendida festividad, en su más rotunda irreverencia, tuvo su mejor versión en la más estentórea de las pasarelas que darse pueda: la red social Facebook, siempre tan cara y tan necesaria para el espíritu latino.

Primaron, obviamente, dos posiciones a ultranza: defensores y detractores, en tamaña contradicción de silogismos, que ni las aventuras de los gigantes Gargantúa y Pantagruel, escritas por Francois Rabelais en 1534, pueden igualarse en desventuras, ocurrencias e insultos.

No sé decir cuál de los dos personajes rabelesianos primó en cada posición, pues (al fin y al cabo) Gargantúa es el padre de Pantagruel, hecho genético que les concede idéntico origen tanto en linaje escatológico como en dosis de violencia y en satíricos enfoques.

El voraz apetito de ambos personajes de marras careció, obviamente, de sentido común y, por ende, de lógica elemental en la maniquea controversia.

En mi condición de servidor público, entiéndase como periodista de vocación y de formación, me debo a una deontología profesional, más allá de mis filtros culturales y modos de ver la vida, razón por la cual siempre he tratado de “escribir y decir” lo que pienso con la más transparente objetividad que darse pueda.

Ni apocalíptico, ni integrado (y mucho menos gargantuesco, ni pantagruélico), compartiré con los lectores de Invasor mi modesta y humilde opinión sobre el pretendido carnaval de rabelesianas estridencias, tanto de las pasarelas virtuales, como del único paseo de la discordia.

Casi nadie tuvo en cuenta las áreas del carnaval, cuya funcionalidad objetiva dio lo mejor de sí el propio primero de mayo, para decaer en calidad, progresivamente, y sucumbir en penumbras tanto artísticas como eléctricas. En mi opinión, figura entre las mejores áreas el platanal de Bartolo, sobre todo, por la sistematicidad y la puntualidad de las unidades artísticas.

Quienes fijaron su atención en el septuagenario del Carnaval de las Flores asumen, obviamente, estos festejos como una blasfemia, sin considerar un hecho ineludible: el mundo está en crisis y,  en Cuba, los ecos de una crisis internacional siempre han sido nefastos, antes y después del triunfo de la Revolución.

Los paseos solo se hicieron el viernes, pues el sábado no hubo paseos a causa del primer torrencial aguacero de mayo, en tanto el domingo no llegaron los grupos portadores, idea que defendí públicamente y por la cual casi se me acusa de “profanador de santas reliquias”.

carnavalRafa Lavastida/FacebookUn carnaval infantil distinto

El domingo, durante la mañana, el carnaval infantil lo salvó el Movimiento de Artistas Aficionados de Casas de Cultura, incluido el frente infantil de Teatro Primero, el Guiñol Polichinela y su Pequeña Compañía, el circo Haliom, y los proyectos Pasos, Estilo y Tejiendo sueños.

Al pretendido carnaval le faltó mucha comunicación antes, durante y después, por todos los medios de comunicación, incluidos los escenarios digitales, pues, más que anunciar las acciones, aparecían en redes las maniqueas posiciones de defensores y detractores.

Ejemplo fehaciente del “apagón comunicacional” fue la desolación de público en la gala inaugural en el anfiteatro del área principal, pues la única nota periodística redactada al respecto fue publicada en Invasor y en Radio Surco.

No obstante, estos festejos podrían, y tienen, que ser mejores, por muchas razones. La identidad cultural no puede fenecer en el estómago de voraces gigantes (ni Gargantúa ni Pantagruel), pues quienes salvaron su dignidad más prístina y artística, laboran día tras día en esta tierra nuestra.


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