De los posibles caminos que conducen a la música a Ismael González Román le tocó uno angosto y escabroso del que alguien difícilmente saldría, todavía, convencido y con ganas.
Él, que nació en el batey Los Negros, en el municipio avileño de Venezuela, tendría que esforzarse el doble, pero aún no lo sabía. Entonces se conformaba con soñar, cantar encima de un escenario improvisado con cantinas de leche y modelar con sus propias manos en madera guitarras, hasta que a los 14 años su hermano le regaló una de verdad y en apenas una semana ya ensayaba su primera canción.
Esto vendría a ser, después, un premio de consolación cuando no ingresó a la escuela de arte porque la distancia que lo separaba de Camagüey debió parecerle enorme a un niño de apenas unos 11 años y a una familia acostumbrada a tenerlo siempre cerca.
Estudió en el preuniversitario Ignacio Agramonte y Loynaz, y a los 16 años, cuando comenzaron las captaciones de oficiales para integrar las Fuerzas Armadas Revolucionarias, sacó conclusiones y encontró su motivación, más allá del uniforme verde olivo, en la posibilidad de unirse a la banda de música y de aprender a tocar con rigor un instrumento.
Debieron pasar muchos años y desvelos antes de ver en sus hombros los grados de capitán y en sus manos la batuta de la banda de música del Ejército Central, sin haber estudiado si quiera un ápice de teoría musical o solfeo. Fueron su talento y su buen oído suficientes para dirigir a profesionales en calidad de autodidacta y lograr, de paso, que lo respetaran como músico.
Antes ya había estudiado el nivel medio militar y se había desempeñado en la fuerza aérea y en las tropas coheteriles hasta que le asignaron el cargo de instructor para el trabajo cultural masivo. Aquello fue una fiesta. Se trataba de ir de unidad en unidad fomentando actividades y creando brigadas artísticas. Y así lo hizo.
Varios grupos bajo su dirección participaron en festivales de artistas aficionados en La Habana y es a finales de la década de 1980 cuando esta responsabilidad lo lleva hasta Matanzas. Aquí el sueño de ocho años atrás comienza a tomar forma y su respuesta fue rotunda cuando le propusieron ser el subdirector de la banda de música del Ejército.
Con el mismo atrevimiento con que tocó el bajo en el preuniversitario sin haber visto antes ese instrumento, se dispuso a asumir este rol sin tener, como él mismo reconoce, ni la experiencia ni la formación idónea.
No tardó en ingresar al Conservatorio de Música de Matanzas a estudiar saxofón y a llenar las lagunas de su formación autodidacta con clases y prácticas. Además, buscó a un profesor de dirección, que resultó ser, nada más y nada menos, que Enrique Pérez Mesa, hoy uno de los más reconocidos directores de orquesta cubanos. Las clases eran en las noches, dos veces a la semana.
Ismael no tuvo que pagar ni un peso y aprendió muchísimo, tanto que está convencido de que le debe parte de su carrera a este hombre tremendamente humilde, que no puso reparos a las exigencias de un muchacho al que no conocía.
Tampoco sería esta la última vez que escalaría un sueño a pura perseverancia. De a poco comenzó a simultanear la dirección de la banda con su carrera musical y la licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas.
Fueron años intensos que coronó con la satisfacción de estudiar hasta la saciedad una partitura, de unificar la interpretación de una obra, de desdoblarse en varios instrumentos y de explicarse los fenómenos sociales desde los códigos de la ciencia.
Cuando decidió volver a Ciego de Ávila había visto y conocido bastante como para pensar en una carrera en solitario y en conformar el repertorio que desde hace rato le daba vueltas en la cabeza. Con este ímpetu nació el dúo Ismael y Yoel, punto de partida para fundar más tarde la agrupación Caribe Azul, que se mantuvo activa por 16 años en el panorama sonoro avileño.
De presentaciones en la cayería norte y fiestas populares pasó a idear su propio laboratorio de creación y a involucrar a su familia en lo que sería un proyecto “personalísimo”, que todavía le roba suspiros.
Primero fue su esposa, Neysuk Mateo Ferrer, quien se sumó como acompañante, lo mismo con la percusión que haciendo de segunda voz. Esto no fue más que una casualidad. Cuando ella corrigió a un amigo porque estaba tocando el güiro “atravesa’o” a Ismael se le “alumbró el bombillo”.
Hoy Neysuk es ya una artista profesional que se desenvuelve a plenitud en la percusión. Combina el güiro con su mano derecha y la clave con la izquierda, mientras que Ismael le ha ingeniado un soporte “especial” que reúne, además, las maracas, el guayo, la pandereta y la contracampana.
Más o menos así sucedió con los cuatro hijos, que terminaron sumándose al proyecto de Familia Son. Yisel toca el bajo, Legna Helen el piano y el teclado; Ismael la guitarra y el tres, y Carlos César hace la percusión.
A estas alturas están seguros de que si no hubiesen tenido talento, Ismael ni siquiera se habría arriesgado porque, de alguna forma, no se ha desligado de su rectitud marcial a la hora de ensayar, estudiar, y de seleccionar géneros e intérpretes para cada canción. Exigirles más que a cualquier otro músico ha sido, también, parte de esa cofradía familiar.
Cualquiera pensaría que aventurarse en un proyecto como este, empezar de cero cuando ni la juventud ni las fuerzas son las mismas, podría quedársele grande a Familia Son y este fue un mal agüero conjurado, incluso, por algunos de sus colegas más cercanos. Sin embargo, el tiempo y la sonoridad lograda a puertas cerradas, ensayo tras ensayo, despejó las dudas. Así se lo confesó un día cualquiera el músico avileño Eliseo Simón: “yo pensaba que esto iba a ser un circo, pero suena bien”.
Haber dormido por años en la sala de la casa con tal de mantener en el segundo piso su propio estudio de grabación le ha permitido a Ismael y a Neysuk componer, orquestar y grabar cientos de obras de su autoría, hacer sus propios arreglos a temas del pentagrama cubano e internacional, editar sus videos clips, diseñar las carátulas de sus discos e incursionar en la música infantil, siendo este dúo un referente en el Festival de Creación de la Canción Infantil Cantándole al Sol desde hace más de 15 años.
La versatilidad de los muchachos se comprueba al verlos tocar varios géneros e instrumentos
No se sienten cómodos con las clasificaciones y “encasillamientos”, por eso, no hablan en los términos de producción musical o ingeniería de sonido, sino de atreverse, a prueba y error, a construirse un repertorio y ganar autonomía en la realización de su trabajo, cuando está claro que no todo va a caerles del cielo o por mediación de las instituciones culturales.
La consola Behringer con 18 canales de audio, los micrófonos Marshall de 40 voltios y los instrumentos necesarios para conformar Familia Son han llegado de a poco con los ahorros, las giras y la ayuda de sus familiares.
Detrás de cada canción escrita a cuatro manos hay un estudio tremendo y un sacrificio mayúsculo; de algún modo, las mismas variables que los han puesto una y otra vez al inicio del camino cuando no es perfecta la ejecución del instrumento e Ismael tiene que “vestirse” de padre para dar una palmadita en el hombro y de director para exigir el doble. Pero lo cierto es que Familia Son se compone en los términos de esa armonía y ritmo de vida, que han venido a equilibrar ascensos y descensos de una carrera musical que, todavía, escriben en presente y con el entusiasmo del primer día.
#FAMILIASON CONTINUAMOS LOS ENSAYOS DESDE CASA🏠, PREPARANDO Y CONSOLIDANDO EL NUEVO Y VARIADO REPERTORIO🎼🎵🎶🎙🎹🎸🎷🥁, CON LA...
Posted by Grupo musical:FAMILIA SON on Thursday, April 8, 2021