Banda de Concierto de Morón, centenaria y vital

Desde hace 105 años regala su sonoridad impecable, como una enamorada empedernida, y por las cinco venas del pentagrama le corre música, sangre que transfunde de viejos a jóvenes, de maestros a alumnos, y de padres a hijos. La Banda Municipal de Conciertos de Morón parece una madre centenaria, aunque sin achaques, que se renueva y sobrevive compás tras compás.

A Isaac Barbosa lo tiene como hijo por seis décadas, que la recuerda en su juventud como una Banda muy grande con espacio siempre para los buenos músicos y la música exquisita, de la que se confiesa amante.

Pero antes de lo que, incluso, él puede recordar, en la remota fecha del 14 de febrero de 1914, la agrupación prestigiaba a Morón y acogía en sus retretas los guiños de los enamorados y la zalamería del danzón.

Consta en la Oficina del Historiador de la ciudad que en los primeros años del siglo XX intelectuales y músicos, encabezados por Heliodoro Rodríguez, primer director de la agrupación, consiguieron el apoyo del pueblo y del ilustre Benito Llanes, para sufragar la compra de instrumentos por un valor de 5 000.00 pesos, que llegaron desde el puerto de Nuevitas.

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Una centuria después, como testigo de la maestría acumulada, Pedro Pardo Barbosa, quien la ha dirigido por 30 años, se enorgullece de que mantenga una evaluación artística de Primer Nivel, y un repertorio versátil que en este milenio lo mismo regala piezas clásicas a quienes se conectan a la Wi-Fi del parque, o anima festivales tan importantes como el Boleros de Oro.

En esos escenarios ha acompañado, bajo el seudónimo de la Orquesta de Oro, a intérpretes como Héctor Téllez, David Álvarez y Coco Freeman, de los que no ha merecido menos que infinita admiración.

Más que un respetable colectivo, la Banda ha sido la familia que no tenía en Morón Antonio Blanco, uno de sus trompetistas, por 40 años, y la que Laura Varona, joven clarinetista, también llama escuela. Precisamente, si algo la rejuvenece es la constante adopción de “hijos”, que hacen un pedacito de su vida ligado a la silla de cada domingo frente a la batuta de Pedro Pardo.

Músicos y estudiantesA los preparativos de la retreta se asoman transeúntes y estudiantes de música

Es por eso que al trompetista Osvaldo Jiménez se le ve acompañado de una niña pequeña interesada en la percusión; que el Director no puede separar su historia de la de la Banda; que Antonio Blanco sonríe cuando sentencia la satisfacción de hacer bien su trabajo; y que desde los veinteañeros hasta los que peinan canas llegaron a la casa de cultura Haydée Santamaría Cuadrado en bicicleta, o en lo que pudieron, con iguales bríos.

Han sabido enfrentar con amor las muchas dificultades que vienen con los años, consiguiendo, como dice su Director, una caña para el saxofón por aquí y un muelle para la trompeta por allá, y “estrenando” muchachos recién graduados en “La Academia”, bien ganado nombre de su local de trabajo.

Tocan un cubanísimo danzón con la misma destreza que un corrido o un chachachá y mantienen intacta su cita de domingo en el parque Martí o el Agramonte, haciendo caso omiso al cercano bafle instalado por un cuentapropista que “vomita” reguetón. Su público distingue la sonoridad y entre la muchedumbre, de vez en vez, aparece George, un espectador regular que vuela a Cuba varias veces al año desde Saint Jerome, en Canadá, para disfrutar de su música, mientras entona La Guantanamera con un pintoresco español.

Anciano, primer planoGeorge suele disfrutar de las virtudes de la banda cuando visita Morón

Aunque, con sus 96 años, casi iguala la edad de la Banda, confiesa en su nativo inglés que se siente niño otra vez cuando asiste a las retretas, y recuerda sus clases de canto coral y la pasión por la música que inculcó a sus hijos. A pesar de las barreras del idioma, llama amigos (con la palabra castellana) a los músicos, conversa con ellos y capta a la perfección el vibrante patriotismo de las mejores piezas cubanas, para las que compró un diccionario bilingüe.

Parejas de baileMiembros del Club del Danzón al compás de los acordes

Otras aspiraciones comparte el joven saxofonista Hermis Betancourt, quien espera algún día que los géneros que interpretan sean apreciados por la gente de su edad. Inevitablemente, piensa un poco ante la pregunta:
—¿Cómo se siente ser tan joven en una banda tan vieja?

Y cierra con broche de oro al responder: —Te sientes parte de algo más grande que tú mismo, algo que se vuelve una dulce responsabilidad, pero que, muy en el fondo, es magia.


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