Edelvis Valido Gómez Me quedo con la última idea de cómo reaccionar ante la muerte: “Puedes llorar porque se ha ido, o puedes sonreír porque ha vivido”. La vida de mi colega y amiga Nohema Díaz Muñoz es una respuesta a favor de la segunda de estas disyuntivas. Vivió con intensidad sus días.
Alguien en los primeros años de este siglo, cuando ya ella rebasaba los 50 de edad, le preguntó cómo hacía para estar siempre tan presta a todo, incluso, para ser la primera en bailar en cuanta fiesta organizáramos, y su respuesta, aunque muchos lo pensáramos, no tuvo un ápice de ironía: “Es que los jóvenes somos así”. Tal vez la edad de Nohema fue uno de los secretos mejor guardados en nuestro gremio.
Me reconforta que ahora, al escribir estas líneas —en representación de todos sus compañeros—, pueda advertir que todo lo que digo, en su momento se lo expresé en vida.
De ella recuerdo aquella costumbre de no virarle la espalda a ninguna de las encomiendas que se le asignara. ¿Te es tan difícil decir no? Y ella, tan enemiga de palabras y protagonismo: “Me es más difícil regresar en la tarde a casa sin hacer nada”.
Que conste, mi pregunta aquella vez tenía cierto tono de regaño. En más de una ocasión, Migdalia, la eterna directora de Invasor, me había sugerido no cargar de trabajo a Nohema los fines de semana. “No olvides que es esposa y madre de tres niños y debe dedicarle también tiempo a su hogar.”
Resultó una de las tareas que no cumplí como jefe de información. Fueron pocos los fines de semana que nuestra fotógrafa no estuviera de recorrido en un municipio, para un reportaje en construcción o por causa de la visita de una personalidad a la provincia.
Tuve la oportunidad de compartir con ella no pocas coberturas, desde memorables eventos deportivos, hasta la visita a nuestro territorio del entonces ministro de las FAR Raúl Castro.
Juntos también recibimos el honor de ser seleccionados por nuestros propios compañeros para una misión periodística en África, la que, en definitiva, no llegó a materializarse.
Si tuviera que detenerme en una de sus virtudes, esa sería la modestia. Tengo en mi mente su sonrojo cuando en una reunión de nuestro núcleo del Partido, en la discusión de lo que deberíamos esperar de un militante, dije que debía ser como Nohema, que no empleaba discursos para mostrar que lo era.
Pero no fue idílica nuestra relación. Como profesionales tuvimos más de una desavenencia. En una de ellas discutimos algo fuerte. Al siguiente día entró a la oficina para decirme: “Sabes, hoy mientras caminaba para acá, me acordé de una frase que tu repites muchas veces: Podemos estar en desacuerdo, pero jugamos en el mismo equipo”.
Por eso, y por tantos detalles que ahora mi estado de ánimo no puede reflejar, Nohemita vestirá siempre el uniforme de nuestro equipo. Ojalá que su ejemplo sirva para otras tantas victorias.