En Turiguanó 3 000 personas permanecen en cuarentena, en lo que es ya el aislamiento obligatorio más extendido en el tiempo del país. Estas son algunas escenas, no todas, de una historia que no se ha terminado de contar
Entre Daína y yo hay una soga de nailon blanca y delgada que es un abismo. La soga va de poste a poste amarrando las extremidades del pueblo, unas veces más tensa y otras no tanto. Probablemente no sea un único cordel, pero la forma en que corta la circulación de Turiguanó, delimitando zonas seguras y zonas de riesgo, la hace ver como una trinchera interminable. Daína dice que esa soga es una pesadilla.
No es para menos. Desde el 11 de abril Turiguanó se va a la cama temprano y sueña con el ajetreo de ganaderos y trabajadores del turismo en la madrugada, pero despierta sudoroso y claustrofóbico, impaciente, casi febril. Ese día se contaban seis confirmados con la COVID-19 y ahora la lista, parece, se ha detenido en 17, mas la cuarentena, y la soga, permanecerán hasta finales de junio.
Daína se acercó cuando Isbel Elías Gil me explicaba que las personas en El Aserrío están muy ansiosas. Él, que en su vida “normal” es ayudante de cocina en el hotel Melia Cayo Guillermo, desde principios de abril se enfundó en ropas verdes y va casa por casa haciendo mandados. Es de los pocos que dentro de la comunidad tiene permiso para moverse, aunque luego sabríamos que esa era una verdad a medias.
Al borde del “abismo”, es decir, de la soga, Isbel espera porque Jorge Ramos Corrales y Vicente Vicente Morfa le alcancen medicinas y tarjetones. El procedimiento inverso había sucedido antes de nuestra llegada. La farmacia está en el otro lado del pueblo y algo tan “normal” como hacer la cola cada martes o miércoles para ver si llegó el medicamento ya no forma parte de la rutina de la gente.
En Turiguanó la normalidad no existe.
La entrada del pueblo está limitada por un cordón de seguridad, así como el perímetro de la comunidad El Aserrío (izquierda)
Jorge y Vicente cambiaron las herramientas con las que dan mantenimiento al Memories Caribe por la voluntad y las ganas de hacer algo útil en medio de un período de aislamiento obligatorio que los tomó por sorpresa. Ahora trabajan de 8:00 a 11:00 de la mañana llevando y trayendo lo que haga falta. En el punto de desinfección todo lo que entra o sale recibe un baño de solución clorada al sol y desde allí empiezan a conjurar la muerte del coronavirus. El “bicho” es duro y se ha pegado a Turiguanó como el salitre, como garrapata de potrero a una Santa Gertrudis… como la soga.
Daína Cárdenas Rivero es maestra de la ESBU Francisco González Marín y, aunque vive en La Loma, se quedó en El Aserrío cuidando la casa de una amiga que se fue del pueblo temiendo por su vida después de que Esperanza falleciera, el primer caso de la comunidad. “Yo también tengo miedo a enfermarme”, dice.
Empezaron diciéndole La Grilla, porque es pequeña de estatura y ágil y pedaleaba en su bicicleta de un lado a otro, buscando provisiones. Sin embargo, cuando arreció el tranque le cambiaron el apodo y ahora le dicen La Coyote. Ella asegura que pide permiso y va hasta el límite con La Loma a alcanzarle a su familia y amistades productos que logra comprar “aquí abajo”, porque ellos “allá arriba” no tienen nada. Ella pide permiso, otros no.
Rojos y acuartonados por el peligro
El 60 por ciento de los trabajadores de la Empresa Pecuaria Genética Turiguanó vive en lo que ahora es la zona roja y tal vez piensen en la ironía del color de las reses con que han trabajado tanto tiempo: terminaron ellos mismos “rojos” y acuartonados por el peligro.
Si esa fuera la única preocupación de Yamila Bautista Poll todo sería más sencillo, pues una Ingeniera en Termoenergética sabe trabajar bajo presión y a altas temperaturas. Digamos que tuvo, además, unos cuantos años de experiencia como Directora de Economía y Planificación en Morón, otra responsabilidad de las que quitan el sueño y entrenan al cuerpo y la mente para resistir lo que venga.
En alguna medida el destino, si queremos creer en la inevitabilidad de ciertos acontecimientos, la había preparado para este momento: como Directora Adjunta de la empresa, Yamila es también la Presidenta de la Zona de Defensa. Mientras hablamos los teléfonos no paran de sonar.
“A partir del 11 de abril se decidió cerrar la comunidad El Aserrío, donde se concentraban seis casos positivos a la COVID-19. Son unas 800 personas y poco más de 300 viviendas. Se trabajó el foco y se hizo la pesquisa como estaba indicada. El 24 cerramos también los edificios, porque empezaron a salir casos allí. Tuvimos hasta que crear otra Zona de Defensa dentro del área roja, pues nosotros no podemos entrar”.
El paso de los días les mostró de la peor manera que la zona en cuarentena era muy grande, inmanejable. Unas 3 000 personas con restricción de movimientos son demasiada gente a controlar. Ni siquiera las ocho postas y los efectivos del Ministerio del Interior y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias en el perímetro del pueblo lograron contener la movilidad. Los indisciplinados abrieron el marabú camino al peaje, hicieron trillos atravesando potreros, rompieron el cerco y fueron a llevar sancocho para sus cerdos: el virus cruzó con ellos la calle principal, ida y vuelta.
Lo confirman las 37 contravenciones aplicadas y las 13 denuncias por propagación de epidemias radicadas contra pobladores por burlar el aislamiento. No obstante, el Mayor Lino Osmany Navarro Álvarez, Jefe del Grupo del MININT, cree que en sentido general la población es disciplinada y el hecho de que no reporten atentados contra la autoridad, riñas tumultuarias o delitos de otra envergadura le da razón.
Disciplina. Esa es la impresión que daba Turiguanó el 29 de mayo mientras el pequeño microbús en el que entramos al pueblo se desplazaba despacio, como en cámara lenta. La calle principal, que divide al pueblo en dos comunidades muy reconocibles y distintas ―a la izquierda El Aserrío, a la derecha los edificios―, era una pasarela vacía, flanqueada a ambos lados por la soga-abismo. Con el Sol rajando cada piedra que sobresalía del rocoso no transitaba un alma al mediodía. A pocos metros pastaba un caballo alazán, aprovechando la hierba verde que dejaron las últimas lluvias. Había un silencio triste que, a la sombra, solo rompía el zumbido de los mosquitos.
“Eso es porque los estaban esperando”, escribió alguien en las redes sociales. “Hoy mismo hubo molotera por la mañana cuando llegó el pan. Y ha sido así todos estos días”. Imágenes publicadas en esa vitrina fatigosa que es Facebook reafirman la idea de desorden frontera adentro. Sin embargo, Alain Mesa López, Jefe del Grupo de Trabajo con las Masas de la Zona de Defensa tiene otra visión de las cosas.
“Es cierto que esta mañana el pan se atrasó y eso provocó aglomeración. Y es cierto que hace un par de días, por una decisión errada que luego se rectificó, se vendió en la tienda recaudadora de divisas productos de aseo que generaron una alta concentración de personas. Pero no ha sido la norma.”
El funcionario asegura que con el resto de los suministros se ha organizado la entrega y habla del abastecimiento de huevos, jamonada, pollo, viandas, refrescos, masa de croqueta y galletas. “La gente sale porque tiene necesidad y lo que han mandado no alcanza para todos. Llevamos muchos días encerrados y entendemos que hay que cumplir las indicaciones, pero no es fácil, hay muchas insatisfacciones”, explicaría Daína después.
“No ha sido fácil”, repite Yamila Bautista sin saber que ya habíamos escuchado ese mantra. Sentada por primera vez en el día, entrecruza las manos en un gesto de contención y razona: “Tenemos unas 400 personas con su libreta de abastecimiento en otros lugares y ha habido que garantizarles la canasta básica, sobre todo el arroz, que ya sabemos lo escaso que está…”.
Los suministros llegan, de a poco, aunque el aseo demoró bastante
La interrumpen para que firme el cheque del pago de un servicio. “Esto es para arreglar la bomba del vehículo que usamos para la desinfección de las calles, que es de la empresa. La entidad ha puesto todo lo que tiene en función de resolver los problemas, incluido el acarreo de agua potable con dos pipas de apoyo de la Unión Constructora Militar, que ha sido incondicional con nosotros. La tarea ha sido dura”.
No es fácil, se entiende. Pero ciertas decisiones lo hacen todo más difícil y son menos comprensibles. Según Yamila a Turiguanó el mayor volumen de aceite comestible se lo enviaron en formatos grandes y luego hubo que hacer “magia” y poner de acuerdo a varias familias para que compraran entre todos y se repartiera mejor.
A Turiguanó el aseo enviado fue de la cadena Agua y Jabón, o sea, más caro. Y fue necesario desagregar los paquetes de cuatro jabones para que alcanzaran a más y un jabón costó un peso convertible.
A Turiguanó, antes del 11 de abril, hacía un mes que no se le suministraba aseo y el champú de la cola en Facebook era caro y la gente del pueblo lleva dos meses sin trabajar. La cuarentena ha trastocado la realidad: los trabajadores del Turismo nunca habían sentido tan insuficientes el salario medio de 328.00 pesos que refleja el Anuario Estadístico Provincial, Edición 2019.
Desgajar la cuarentena, al fin
El rigor y la disciplina de su trabajo en el Aeropuerto Internacional Jardines del Rey como Primer Oficial de Enfrentamiento en la Aduana General de la República le han servido a Miguel Salinas Medina para esta otra vida que está viviendo hace más de 50 días. Como reside en el final de El Aserrío, la disposición a colaborar en lo que fuera necesario lo convirtió en pesquisador.
Su día transcurre visitando 114 viviendas, mañana y tarde. Toma la temperatura, indaga por síntomas febriles o respiratorios, se entrevista con cada uno de los miembros de las familias, conversa con ellos sobre cómo protegerse y se interesa por sus preocupaciones. Miguel es aduanero-pesquisador-psicólogo y no parece que, al final de la jornada, deje de serlo. Su esposa también pesquisa y no hay cómo no imaginar que cuando llegan a casa y se desinfectan, puedan evitar hablar de lo vivido.
Luego el aplauso cerrado de las 9:00 de la noche. A la mañana siguiente, volver a empezar.
― ¿Qué pasó aquí en el lapso de 10 días en que la provincia no reportó nuevos confirmados? ¿Se dejó de hacer la pesquisa en Turiguanó?, pregunto a Miguel buscando la explicación para lo que sobrevino después del 1ro. de mayo. La comunidad ya había cumplido 20 días de cuarentena y parecía que la trasmisión estaba controlada. Pero no.
― No. Aquí se hizo todo como estaba indicado, la pesquisa no bajó la guardia.
El epidemiólogo Norman Gutiérrez Villa, Director del Centro Municipal de Higiene de Morón, no le pone reparos a la pesquisa, reconoce que en este evento han convergido varios elementos en contra: pacientes que no declararon todos los contactos inicialmente; aislamientos puntuales que no fueron efectivos y propiciaron el contagio en la zona de los edificios; aglomeraciones en torno a la venta de productos; movilidad limitada en parte. “El último caso entraba y salía como si nada”.
Según el especialista, las propias condiciones de la comunidad impidieron en un segundo momento aislar la zona de los edificios porque quedaban dentro del perímetro el consultorio médico, las tiendas, la sucursal bancaria. “Por eso establecimos luego una cuarentena tan amplia, que a la postre no nos dio resultado. Es una lección aprendida”.
El día que hablamos Norman Gutiérrez había discutido intensamente, había dado indicaciones y en mitad de la tarde había tomado una muestra para PCR-RT en el borde delimitado por la soga-frontera. Era un exudado que pidieron repetir y el hombre llegó a caballo, también como si nada. “¿No se supone que estuviera en su casa cumpliendo con el aislamiento?” dice el doctor que ya no espera una respuesta y explica que de los resultados pendientes dependerá la suerte del pueblo. En ese minuto faltaban unos 50. Hoy allí pueden empezar a desgajar la cuarentena.
― ¿Y qué cambió para creer que ahora sí se controlará la trasmisión?, lanzo una interrogante a Silvia por encima del hilo de nailon blanco que nos separa. Silvia González García es la Presidenta del Consejo Popular desde 2012 y diputada al parlamento cubano en su actual legislatura. Aunque ella está “adentro”, las decisiones que se toman “afuera” se las consultan.
― Se arreció el aislamiento y aumentó un poco la percepción de riesgo de los pobladores. Ha sido mucho tiempo y hay que reconocer que no fue la mejor organización desde el inicio, pero ahora parece que sí saldremos.
La percepción de riesgo es, a veces, una entelequia y otras una construcción colectiva que se afinca en pequeñas acciones. Por eso Yoenky González Barrios, sentado en su apartamento en Turiguanó, me escribe desde el celular para compartir sus inquietudes. “¿Era muy complicado poner un alto parlante, como ya se ha hecho, para dar la información oportuna: dónde se reparten los alimentos, a quién le toca comprar, cuál es la situación epidemiológica? ¿Por qué en la zona de los edificios no se dispuso la presencia de mensajeros?”
• Vea el fotorreportaje: El peso de la cuarentena en Turiguanó
Pequeñas acciones, oportunamente. Parecen lecciones aprendidas en medio de una cuarentena de más de 50 días que ya pesa demasiado. Los estragos se dejan ver en la gente, incluso con nasobucos y gafas. Y lo peor sigue siendo esa soga-abismo que demorará todavía en desaparecer.
La gente trata de seguir con su vida, pero la cuarentena produce ansiedad, estrés y cansancio