Pétalos de amor regados por Elisa entre los infantes

Este 10 de abril se cumplen 61 años de inaugurados los círculos infantiles en Cuba y, al hablar de fundadoras de esas instituciones educativas en Ciego de Ávila, el nombre de Elisa Garrido Hernández no puede ser omitido.

Ella tuvo mucho que ver en la creación y organización de dos, de los tres que funcionan en el municipio de Majagua.

A sus 85 años, esta “seño”, dulce, buena y cariñosa, como la califican hoy hombres y mujeres que cuando eran niños estuvieron bajo sus cuidados y enseñanzas, mantiene la mente lúcida para rememorar cómo llegó a formar parte, primero, del colectivo del círculo infantil Bebé, en la localidad cabecera, y luego en Mambises del siglo XX, el otro centro de este tipo que se acondicionó en Orlando González, comunidad donde ella reside.

“Con apenas noveno grado me alisté para alfabetizar; no tuve que irme lejos del poblado, aquí mismo, en los lugares conocidos por San Manuel y Guamajales, enseñé a leer y a escribir a personas de todas las edades, incluidos niños, que unos años más tarde volví a encontrarme en una escuela creada por la Revolución y a la que también fui a dar mi aporte”, recuerda Elisa y sus ojos verdes se tornan más intensos.

“Cerca de casa y con las ideas de mi mamá Laudelina, que siempre apoyaba mis deseos de ser útil, monté un aula de pre-escolar; allí reuní a 20 infantes cuyas familias no eran ricas, yo quería enseñarlos a leer y a escribir”, comenta, y con lujo de detalles, dice la ubicación de las mesas, los pupitres y la única ventana del pequeño local.

“Cuando ya todo estaba encaminado y me superaba para dar clases, dirigentes del Partido solicitan mi presencia para contribuir en la creación de Bebé; el argumento fue que con pocos recursos yo había alistado un espacio donde agrupé a niños que demandaban aprender.

“Por supuesto que di el paso al frente, mi amor por los pequeños siempre ha sido inmenso, y así fue como llegué a Bebé, mi primer centro laboral y al que regresé para jubilarme, porque en sus salones y pasillos pude desarrollar mis sentimientos, ideas y superarme hasta alcanzar la licenciatura en Preescolar”, palabras que, mientras las hilvana, muestran un rostro de satisfacción.

Elisa no solo tiene estatura de un duende, sino que también ha actuado como una de esas pequeñas criaturas que acostumbran, según la mitología, ayudar en secreto a los humanos, porque, además de no buscar reconocimiento alguno, se dio cuenta que debía sortear barreras de incomprensiones.

Con una sonrisa cómplice alega ser madre sanguínea de tres hijos, pero de corazón de un sinnúmero de majagüenses, a los que el tiempo no ha podido desligar de ella, todo lo contrario, los ha unido mucho más, porque con cariño le retribuyen tantas horas de desvelos y los regaños que recibió de sus directoras cuando los veían llegar a cualquiera de los dos círculos buscándola.

“Era raro el día que en la recepción o por las cercas perimetrales del círculo no estuviera un muchacho o una muchacha necesitando de mí; sí, porque ya estaban crecidos, pero volvían a mí por ayuda, apoyo, consejos, o sencillamente para regalarme una flor, o como el día que me halaron las orejas por llevar a la taquilla de trabajadora un frasco de penicilina envasado con un poquito de perfume.

 elisa

“¡No me arrepiento del día que dejé de ser maestra de Preescolar, en papeles, para convertirme en auxiliar pedagógica! Razones tuve suficientes; en primer lugar, se me hacía difícil ver a un niño llorando y a la madre destrozada dar la espalda, y también, porque cuando mi primera nieta fue al círculo estaba prohibido que un familiar le diera clase”, rememora Elisa, mientras se toca el lado del corazón.

Con voz pícara recuerda que fue tanta su indisciplina en ese tema que, en Bebé, la “seño” escogida para adaptar a los niños nuevos ingresos fue ella, misión que asumió, pero seguía enredándose, porque en el salón que estuvieran siempre venían a parar al de ella, que parecía un carrito loco por aquellos pasillos.

Son tantos los que se encariñaron con Elisa, que ella, cual madre, confeccionó un abultado álbum con fotos de cada uno de ellos, a los que primero dio una mano, después la otra, y sin saber ya les había dado su corazón.

“Creo haber cumplido con creces mi incondicionalidad con los círculos infantiles, instituciones educativas creadas gracias a esa lucidez de nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro, quien no solo los concibió para contribuir en la incorporación de la mujer cubana a la sociedad y al trabajo, sino también para instruir y educar a los pequeños”, afirma mientras hojea el álbum de fotos.

“El trabajo es lo que te da fuerzas para seguir, y si es con los niños mucho más, porque son muy sinceros, y esa sinceridad te llena la vida.

“Siempre que voy a la cabecera municipal siento necesidad de ir a Bebé para colocar una flor junto al busto de mi guía José Martí”, refiere con tono de gratitud.

“Agradezco a mis padres, fundamentalmente a mi mamá Laudelina, por inculcarme ese amor por los niños, por los más necesitados, para los que siempre, y con el apoyo de Tito, mi esposo, había un plato de comida, una muda de ropa o una cama para dormir cuando lo requerían; así fui y así seguiré siendo mientras tenga mi mente clara”.

Elisa hace 15 años vive con un marcapasos en su corazón; a las consultas con el cardiólogo siempre va acompañada de uno o varios hijos, los de su sangre, que no la dejan sola ni un instante, y los que con su amor incondicional ella les abrió el camino para que se formaran como hombres y mujeres de bien.


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