Guardianes de Ciego de Ávila y sus memorias

Tres hombres excepcionales abonan con sus anécdotas el amor más raigal a Ciego de Ávila

Fue encontrarlos a la sombra de un ficus en el Parque Martí y ver pasar, ni más ni menos, la historia. Podríamos utilizar mayúsculas, pero saldría algún purista diciendo que no, que la Historia es una construcción magnífica de documentos como bloques y relatos oficiales como argamasa. Así que la dejaremos en letras pequeñas, puesto que tampoco ellos han pretendido ser otra cosa más que guardianes entusiastas de ese algo llamado avileñidad.

Escribo avileñidad y el corrector de Word lo subraya en rojo porque no entiende que el sentido de pertenencia es una suerte de fuerza gravitatoria y que existe, sí, la cubanidad (Don Fernando Ortiz haciendo distingos entre ese concepto y la cubanía) y también el arraigo “pleno, sentido, consciente y deseado” de ser avileño.

Cubanidad y cubanía. Un texto del Dr. Fernando Ortiz en el que aborda por primera vez el concepto de cubanía.

En lo adelante —esta aseveración los tomará por sorpresa y chocará contra un muro de humildad—, sírvanse de buscar definiciones al uso en sus biografías, pues, más allá de los tantos años vividos y dedicados a sus profesiones, Ibrahím Ulloa Figueredo, Carlos La Falce Fernández y Gilfredo Boán Pina, entre otros muchos orfebres de la memoria, son la historia viva del ciego mercedado a favor del español de apellido Ávila, transfigurado luego en término municipal y ahora provincia; patria chica adherida a lo recóndito del sentimiento o nacida desde las entrañas, vaya una a saber.

Gilfredo Boán Pina y la horma de su zapato. Una conversación intimista con el poeta majagüense.

Sentados en un banco cualquiera de un parque que podrían dibujar con los ojos cerrados si se lo pidiéramos, en el instante de la foto repasaban con puntería geográfica e histórica qué había en el lugar donde ahora se emplaza una tienda, un banco, una librería, un restaurante. No era un mero ejercicio de recordación utilizando alguna nemotécnica aprendida en la juventud. No.

En la librería Renacimiento, digamos, Carlín La Falce (que así lo llaman aún los amigos a sus 80 y…) compró siendo un muchacho libros de texto muy buenos, mientras se preparaba para entrar, luego, al Instituto de Segunda Enseñanza, alma mater del Ciego de Ávila de entonces y fragua de una juventud excepcional. Gilfredo Boán caminó las mismas calles en un tiempo en que a la necesidad de hacerse contador le mordía los tobillos, juguetona, la espinela, obligándolo a equilibrar dos pasiones, vivas todavía hoy. A Ibrahím Ulloa le gustaba tanto la radio que convenció a uno de sus profesores de la escuela de Comercio, dueño de la emisora Radio Cuba, para que le diera un “chance”. Ese día nació un locutor y se perdió un comerciante.

• Lea una entrevista con uno de los más grandes locutores avileños de todos los tiempos.

Con más o menos esfuerzos, en dependencia de la magnitud de los afectos, estos tres “viejos” sabios recuerdan nombres, fechas, conversaciones exactas, como aquel día en que los jóvenes del Directorio Revolucionario quemaron el árbol de navidad de la Iglesia ubicado en el Parque Martí, a escasos metros desde donde, ahora, echan años para atrás en esa maravillosa máquina del tiempo que es la memoria.

Pasan frente a los ojos del corazón, los que mejor ven, las jornadas en las que Ulloa aprendía el arte de la locución de un todoterreno como Orlando Castellanos; las horas detrás del mostrador de la tienda de los chinos en Majagua donde Boán combinó números y rimas; los estudios en La Habana de Carlín, en una época en la que CMQ paría estrellas y él compartía cuarto con alguna de ellas.

Los jóvenes de ahora tendrían que sentarse a escucharlos para confirmar que no hay libro de texto capaz de contar la historia mejor que sus protagonistas. Tal cual se tratase de antiguos maestros griegos, Platón, Sócrates y Aristóteles, deberíamos hacerles coro, añorando una anécdota y otra y otra…

¿Por qué no escriben todo esto?, les pregunto en la despedida. Carlín no quiere llegar tarde a una invitación para almorzar, Boán va camino a hacer una visita, y Ulloa, como vive muy cerca, pareciera que memoriza cada pedacito del parque ahora que ha decidido mudarse a La Habana. Escriban, por favor, insisto y sonríen con picardía. Lo están haciendo.

Boán lo anota todo, unas veces arrullado entre décimas y otras repasando la discordia entre bandos rojo y azul; Ulloa se ha abierto un blog (Transitando en el tiempo) y reconstruye de a poco el Ciego de Ávila de sus recuerdos; La Falce está preparando la celebración por el aniversario del Instituto de Segunda Enseñanza, su otra casa.


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