Ya era hora de que el mundo, de un revés, se enderezara. O, al menos, se equilibrara, porque nos hicimos hijos el mismo día en que ellas madres y, desde el estreno, andamos sobreprotegidos, siendo eternos niños con 5, 50 y 500 años, si viviéramos para contarlo.
Pues la pandemia que ha trastrocado el mundo, dejándonos ver el disloque por la hendija de una puerta, nos ha mostrado también cómo algunas cosas vuelven a su sitio, empezando por los afectos y terminando por nuestros padres; si es que podemos distinguir unos de otros.
Hoy ya nadie podrá decirnos que no hemos tenido tiempo para detenernos, para decir los te quiero, los te extraño, los cuídate…; decirlo de cerca los hijos grandulones que no han querido (o no han podido) ser independientes; o por teléfono, Whatsapp o Messenger los nostálgicos sin aviones, trenes ni guaguas; o por la vecina recadera que te grita, “mija, todo bien por allá, dice que no salgas tú tampoco”; o en sobres de correos, a la usanza de aquellos tiempos, cuando los carteros empezaban a repartir postales por el día de las madres desde el 1ro. de mayo, y lo mismo te quitaban la sorpresa tres días antes, que te la postergaban 10 días después.
Este encierro ha exacerbado todas las formas de esos amores, pero lo mejor, quizás, es que le hayamos “virado la tortilla” a nuestros padres; la mayoría de ellos con la edad de quedarse en casa, según prescripción médica del doctor Durán, al que sí le tienen que hacer caso. Los 15 de antes se parecen a los 65 de ahora: no salir, obedecer y, si sales, regresas volando, y nada de andar en tumultos… solo nos viene faltando el “mira bien al cruzar la calle”. Hasta los memes de estos días ilustran la jocosidad con la que hemos desordenado el orden mundial al que nuestras progenitoras nos habían sometido de por vida.
Se lo he recordado a la mía, a 50 kilómetros de mí —aun sin ser diabética, hipertensa…—, y de tan convencida casi termina repitiendo la etiqueta #QuédateEnCasa. Aunque agradezco que ni siquiera existan los trillos de antes por donde la gente, hace 50 años, rompía montes y le decía “ir por dentro” a burlar las carreteras, la policía y acortar caminos.Como ellas son tan porfiadas, uno es feliz con tales muros de contención en la cuarentena de 2020.
Siendo honesta, debo decir que mucho antes de esta pandemia ya la cuidaba. Porque hay una edad confusa en la que las hijas quieren ser las madres de sus madres (sin ser abuelas, aclaro). Justo por ahí le decía que no quería más para que se comiera mi pedacito de bistec, ella que había elegido el más flaco.
Cargaba las cubetas de agua y, si me reprochaba por las várices que se me pondrían feas, como las de ella, le contestaba, sonriendo, que tendríamos otro parecido. Madrugaba en silencio para lavar primero y bajarle el bulto de ropa. Le aseguraba que no extrañaba, a 15 pisos de altura y en La Habana, para salvarla de mis tristezas, porque las de ella eran suficientes.
Y así seguí escribiendo una lista interminable de detalles con los que quería alcanzarla, compensarla, parecerme… hasta que acabé siendo un poco ella al ser mamá yo también. Tal vez por eso todos los días de las madres se me confundan con los del hijo y la felicidad completa sea, definitivamente, de viceversa.