Descomunal

Mucho tiempo después de esta entrevista, Yudismar seguirá creyendo que no la merecía. Pero Invasor, en el “peor” de los casos, podrá justificar su texto con haberse acercado a un hombre humilde. Y ya eso es suficiente.

Si Yudismar fuera de esos tipos presuntuosos que llegan al barrio contando sus historias para que la gente abra la boca y se trague hasta el asombro, no tendría la voz escurridiza; tanto que, a veces,uno no sabe si las palabras suenan bajito porque inclina la voz o la cabeza, queriendo bajarle el volumen a la altisonancia que tendrían sus peripecias en la piel de otro hombre.

Pero él ni siquiera presume de ser un tipo que no presume. Es la pureza en su estado más tierno. Parece aún aquel niño del Dorado, un pueblito de Bayamo, donde su madre todavía recoge el café que se toma en las mañanas, mientras él corretea y se detiene extrañado ante un estuche colorido que alguien arrojó en el trillo. Lo mirará con cara de quien no adivina los colores de la vida y, sin embargo, Yudismar Salgado Matamoro terminará siendo un hombre arcoíris.

Mezcla de sol y agua en el horizonte, aunque él insistirá en que no hay que mirarlo con tanto brillo. Cree que no hay razones para que una periodista quiera entrevistarlo bajo la sombra de los plátanos que le dan de comer porque, obviamente, los 2383.00 pesos que gana en Comunales no le alcanzan.

Hace 14 años le daba pena recoger basura. Dice que se tapaba la cara para que, si lo viese la gente del barrio, no supieran que era él quien recogía los desechos sólidos. Lo decía hasta fino: “desechos sólidos”. Supongo que basura le sonara más sucio. Ahora lo que le da pena es su salario. Son 2383.00 pesos por andar trepado en una carreta recogiendo el desperdicio de la zona 7 de Vista Alegre, en plena ciudad de Ciego de Ávila.

Antes, tuvo días agotadores de 12 horas de trabajo que compensaba con más de 5000.00 pesos al mes, cuando cobraba por cantidad de toneladas recogidas, y cuando 5000.00 pesos (sin ordenamiento monetario) le permitían cierta holgura.

Y eso, en la mente de Yudismar, significa “lo necesario”. No incluye dormir con aire acondicionado ni sentarse en un sofá ni tomar cervezas o ron, o menú variados en casa. Su holgura es “no pasar tanto trabajo pa conseguir la comida o un par de zapatos”. Por eso, mientras espera que algún día vuelvan a compensarlo por lo que hace, se ha puesto a cebar dos o tres cerdos, “guapeando la comida”; atiende las gallinas de su patio que a ratos campean por el vecindario; deshoja un platanal que heredó y al que su hijo ha ido sembrándole piñas y boniatos; limpia un basurero que crecía en las márgenes de la cañada y ya sueña con los ajíes cachucha que logrará allí.

descomunal2Detrás de Yudismar antes había un basurero, y pronto recogerá los frutos de su limpia

El “allí” queda a la salida de una zanja que limita entre Corea y Maidique, por el terraplén que lleva a la Empresa Provincial de Recuperación de Materias Primas. Llega a ser casi un barrio rural en medio de la ciudad. No lo suficientemente apartado como para que Yudismar no llegue en menos de media hora a su otro empleo. Por ese es que Invasor ha llegado a él: por ser un hombre descomunal.

Le aclaro que descomunal no tiene nada que ver con Comunales (aunque lo parezca) y descubro su primera sonrisa. Entonces admite, por primera vez, que él hace lo que nadie se atreve a hacer, y que si lo llaman siempre es porque nunca dice que no ni tiene miedo… “Bueno, a veces, también creo que mi número es el único que se saben”, confiesa bromeando, sin que la mujer, a su lado, pueda reírle la gracia. A ella sí le da miedo. Ella sí cree que un día podría sucederle algo metido en esos tubos, en un pozo, una alcantarilla, encaramado en una palma…

Lo más importante pasa a ser la vida. Lo menos, que Yudismar no cobre un quilo por eso, “que no obtenga un estímulo de su empresa o le faciliten comprar un módulo, algo”, dice ella, queriendo, sin querer, ponerle precio al arrojo de su esposo.

Uno de las últimos vino con las aguas de junio. El Parque de la Ciudad casi se desbordaba por culpa de la malangueta que no dejaba drenar sus aguas por la cañada subterránea que las escupe lejísimo. Unos tubos obstruidos por donde van el agua, los hierbajos y todo lo que la gente bota donde no tiene que botarlo. Ahora intentan ponerle una rejilla,resistente al tiempo y a los vándalos, pero, cuando eso era un hueco que se tragaba lo que fuera, Yudismar se metió ahí para destupirlo.

descomunal3Tomada del perfil de Facebook de Luis Alberto Pérez Olivares, director provincial de Servicios ComunalesTodavía ahí los hombres de Comunales la tienen “fácil”. No están dentro del desagüe

El riesgo era inevitable. “Si no me amarraban me podía hundir, irme con la corriente, ahogarme si más alante estaba atora’o y no podía salir por una alcantarilla.

“Y si me amarraban también podía ahogarme, porque si me daban mucho tiro podía enredarme con la soga. Al final se aflojó, me apretó un poco, y aquí estoy”, cuenta Yudismar, quien debe ser experto ya en los subterráneos que serpentean la ciudad.

En esa lista también está el tal Peje, el hombre que cayó en una de esas alcantarillas y recorrió kilómetros arrastrado por la corriente. Según Yudismar, la salvación del Peje fue su borrachera, estar inconsciente y no luchar contra la corriente.

Sin embargo, él siempre ha sido un tipo sobrio. No bebe, “si acaso un trago cada cuatro años”, detalla, y va sumándole así créditos a una valentía que no ha debido avivar con buches para “entrar en calor o en confianza”. Tampoco es que sea un tipo guapo. Lo niega: “Los guapos se fajan y yo nunca me he metido en líos”.

Por paradojas de la vida son los líos los que se le vienen encima.“Es que no sé decir que no, me llaman y si hay que hacer algo se hace y más na. No puedo ver la gente parada ahí, ¿esperando qué? Yo llego, lo hago y ya salgo de eso”, se justifica, como si debiera.

Su filosofía parece sencilla: hacer lo que sea. Cumplir. Resolver un problema, que no es SU problema en mayúsculas, pero que terminará siendo suyo, con todas las letras.

Tal como ocurrió con aquel enjambre en el tronco que cayó encima de una habitación. Nadie se atrevía a cortar el árbol que amenazaba a los huéspedes y hasta allá llegó Yudismar. Él dando hachazos y las abejas, aguijonazos. Treinta y nueve hincadas contó en su cara y un ardor que solo calmaba el agua fría. “Eso fue lo único que necesité pa trabajar, agua fría, que el vapor de la cara no me dejaba ver”.

Las circunstancias de esa historia no resultan claras; aun cuando le preguntara, Yudismar no explica por qué no había medios de protección o por qué otros no cortaron las ramas antes. Creo que de alguna manera evita emplazar a los demás. No es de andar mirando hacia los lados o de estar reparando en lo que no fue. Prefiere hablar de lo que sí. De lo que él tiene para dar.

descomunal4Una tarde cualquiera de junio y Yudismar reposa. La falta de combustible lo había dejado en casa, sin carreta para salir a recoger basura

Una vez lo que tuvo fue miedo. “Me temblaron las patas”, cuenta, con aquella palma que el viento amenazaba con tirar encima de un techo. “Ya habían llevado la gente de la forestal, los bomberos y nadie se atrevía. Llegó el subdirector de la empresa y me dijo: ‘Tú eres el tipo’. Estábamos ahí desde la mañana, era el mediodía y no había aparecido una grúa. Me puse, hice los cortes, la chanfleé y en eso el aire se me viró, muuuuchacha, me apoyé con el hombro y le metí una hoja de muelle, pa calzarla si se caía. Me agaché y empujé… Yo ahora me río, pero pensé que partía el techo. Al final, esperé a que cambiara el aire y casi no tuve que hacer fuerza”.

Si hoy lo narra sereno, con ojos que le achican sus cachetes estirados de la risa, es porque sabe que hizo las cosas bien y eso le da una felicidad que no quiere ocultar: “Lo que nadie hace en Comunales, las cosas más difíciles, siempre me las dan a mí”.

Esa frase que podría traducirse en queja o pesar, luce henchida en Yudismar. Puede llegar a casa embadurnado con los desechos, enrojecido por picadas de santanicas, extenuado por horas y horas dentro de un tubo que luego traerá agua a la ciudad, que él llega desvencijado… y feliz.

Ni una sola vez ha dejado algo a medias o por empezar. Todoterreno siempre. Lo que sea, sin días, horarios. Es de lo único que se jacta, aunque no lo diga literalmente. Lo sé por el tono subido de su verbo en el “pa qué te cuento”; que es la muletilla con la que suele terminar cada anécdota.

Incluso, siendo muletilla parece exacta. No había sentido la necesidad de contarle a nadie y supongo que pocos vivan preguntándose por qué les llega el agua, cómo fluyen los desechos por las cañerías, quién apila la basura que apesta, quién se arriesga en un pozo o quién sube a las alturas para bajar los miedos.

Pero eso empezó a cambiar la tarde en la que hablábamos y Yudismar iba quedándose sin el anonimato de hombre común, mientras se extrañaba de que alguien le preguntara por cosas tan rutinarias de su vida y, encima, le parecieran descomunales.

Escuche fragmentos de la entrevista a Yudismar Salgado Matamoro, un hombre tan descomunal como sencillo.


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