De la Nueva Normalidad, me atrevo a asegurar, solo se ha interiorizado la última palabra, a juzgar por un ambiente de relajación que alude a fallos en la memoria para recordar la situación vivida en provincias como Ciego de Ávila, convertida en epicentro de la pandemia de la COVID-19, hace solo tres meses.
¿Cómo es posible borrar el pasado inmediato, marcado por miles de enfermos, cientos de fallecidos, hospitales colapsados, carencias de medicamentos, sacrificios, incertidumbres, dolencias que siempre estarán latentes ante el recuerdo del familiar, amigo o vecino?
No se trata de vivir aferrados a recuerdos ni con miedo al presente, sino de asumir la responsabilidad que exige la actual coyuntura, sin renunciar al entusiasmo por retomar las rutinas, pero conscientes de la permanencia de un virus que se torna amenazante al mutar hacia formas más contagiosas y agresivas.
En ese contexto alarma la imprudencia en espacios públicos, y se presentan desafiantes las fiestas privadas y populares, donde el nasobuco molesta para estallar en un grito de alegría, se baila pegado y circulan, de mano en mano, los vasos con bebidas alcohólicas, creando un ambiente fácil de predecir y complejo para enfrentar.
Son frecuentes las aglomeraciones de personas y el desacato a las regulaciones de distanciamiento físico, por la falta de iniciativa e incapacidad para sostener prácticas implementadas a favor de la organización de las ventas y el cumplimiento de los protocolos higiénico-sanitarios.
• Ciego de Ávila vs. COVID-19: Menos pánico y más responsabilidad.
El presente se muestra irreverente y burlesco cuando, en plena vía pública, el nasobuco se convierte en gargantilla o prenda para llevar en la mano y usar solo ante la emergencia impuesta por la presencia de la Policía, que no es la única autoridad facultada ante la ley para corregir las contravenciones que ponen en riesgo la salud colectiva.
La Nueva Normalidad “crece torcida”, sin que haya una proyección mayoritaria para oponerse a las violaciones, ni siquiera un desempeño eficiente de quienes tienen el encargo estatal de hacer cumplir las normativas y sancionar con severidad cuando las circunstancias lo exijan.
Apelar a la responsabilidad y sensibilidad de las personas continúa siendo el recurso ideal, sin embargo, ante reiteradas desobediencias urge aplicar con rigor y justicia lo dispuesto en el Código Penal o en el Decreto Ley 31/2021 “De las infracciones de las medidas sanitarias para la prevención y enfrentamiento de la COVID-19”.
Las inspecciones sanitarias no deben limitarse a la revisión de la fecha de los envases con soluciones desinfectantes o el estado de los pasos podálicos ─sin desestimar la importancia de estas acciones─, considerando la coexistencia de conductas con mayores implicaciones en la salud y sugerentes de un ambiente de impunidad.
Al margen de las deficiencias de segundas o terceras personas, conviene detenerse en la responsabilidad individual como determinante de los comportamientos colectivos, de manera que se participe y las acciones sean consecuentes con la premisa de restablecer el funcionamiento de la sociedad.
Es justo mantener actitudes congruentes con los esfuerzos realizados para garantizar la salud, pues, a pesar de las limitaciones económicas derivadas de la crisis internacional y el recrudecimiento del bloqueo estadounidense contra Cuba, se logró contener la pandemia, a un costo superior a los 300 millones de dólares.
La sumatoria de comportamientos conforma, además, la imagen de una sociedad que debe ser consecuente con las ayudas solidarias recibidas de varios países, y repercute sobre la confiabilidad de una nación que se muestra como destino seguro para viajeros internacionales.
Conservar el ambiente de calma representa, también, una garantía para el desenvolvimiento e impulso de las transformaciones inherentes a la actualización del modelo económico y social cubano, de modo que sea posible incrementar la producción de bienes y servicios.
Razones suficientes para mantener la percepción de riesgo y una actitud responsable, por respeto y en honor al esfuerzo de quienes han permanecido en las zonas rojas y trabajado en la creación de vacunas que permiten transitar más protegidos, inmunes y felices ―como dice la popular canción― hacia una normalidad que es nueva, detalle para no descuidar.