En Coliseo, las fuerzas invasoras mambisas vencieron por la genial conducción militar de sus jefes, Máximo Gómez y Antonio Maceo, a lo que se sumó el gran valor y la alta moral revolucionaria de las tropas que comandaban ambos
Próximo a la Carretera Central, a 130 kilómetros al este de la Habana, se encuentra Coliseo, un pequeño poblado situado en el municipio de Jovellanos, actual provincia de Matanzas, según recoge la enciclopedia cubana Ecured, pero ni de geografía, ni de sus habitantes o su economía vamos a hablar. Es nuestro propósito traer a colación un hecho de extraordinaria importancia que asestó un golpe de muerte al poder militar, político y económico de España, el 29 de diciembre de 1895, cuando la metrópoli contaba en la Isla con enormes recursos.
El suceso allí acontecido desató las más encendidas pasiones dentro del alto mando peninsular y probó la gloria combativa del Ejército Libertador cubano bajo el mando del Generalísimo Máximo Gómez Báez y su Lugarteniente General Antonio Maceo Grajales, demostrando así la real posibilidad de que aquella pequeña, pero heroica tropa, podía vencer en la lucha de tantos años a la fuerza más poderosa desplegada por España en sus dominios coloniales.
Según las fuentes consultadas, la metrópolis disponía en Cuba de 42 generales, 119 000 soldados de todas las armas, 63 000 en el cuerpo de voluntarios, caballerías, ingenios, infantes de marina con acorazados, cruceros, artillería de plazas y de montañas, grupos selectos de exploradores, guerrillas, espías y delatores, mientras Gómez y Maceo, con menos de 2000 hombres, se enfrentaban a ese enorme poder.
La tarde del 29 de diciembre de 1895 se produce allí un enfrentamiento armado entre los mambises que integraban las columnas invasoras de Gómez y Maceo y varias formaciones españolas.
Cuenta José Miró Argenter (Cataluña, 4 de marzo de 1851-La Habana, 2 de mayo de 1925), destacado militar y periodista español que luchó a favor de la independencia de Cuba, miembro del Estado Mayor de Antonio Maceo y que participó junto a él en la invasión, en su libro Crónicas de la guerra, que la vanguardia, sobre las 3:00 de la tarde avistó el pueblo de Coliseo, y avanzaron sobre el caserío para incitar a la rendición.
Cuando sonaron algunos tiros disparados por el destacamento que lo guarnecía, Maceo dispuso el ataque inmediatamente, incendiando luego una gran parte del pueblo y la estación del ferrocarril. La poca resistencia ofrecida facilitó que la caballería oriental se apoderara del pueblo, mientras grupos enemigos aparecieron por la retaguardia, extendiéndose a los cañaverales del ingenio Audaz, propiedad de Antonio Vega Grande.
Acude entonces Maceo con varios jinetes y parte de su escolta al sitio donde se hallaba Gómez, manifestándole la imposibilidad de entablar combate serio por la confusión que reinaba dentro del poblado. Los españoles adoptaron el orden de batalla que les convino y rompieron el fuego contra la caballería.
“La primera descarga simultánea de los dos batallones fue atronadora, rodó el caballo que montaba Maceo, muerto a balazos; fueron heridos algunos oficiales al pie del general, entre ellos, el auditor de guerra Francisco Frexes, y la rociada de plomo alcanzó también a los escuadrones de retaguardia que se apoderaban en aquellos momentos de los muros del Audaz. Esta fase de la acción, la única violenta, solo duró diez minutos.
“Un grupo de los nuestros contuvo el avance que iniciaban los españoles sobre nuestra retaguardia, al dejar estos los muros del Audaz. No hubo más tiros. A corta distancia de Coliseo esperamos a los españoles hasta que vino el crepúsculo de la noche, en que emprendimos la marcha para Sumidero, (…) que también sufrió los estragos del combustible. El incendio lo vería admirablemente Martínez Campos desde su vivac. Tal fue Coliseo.
• La última campaña del general Martínez Campos: Cuba, 1895
“Para nosotros una escaramuza, algo empeñada en los primeros momentos, pero que bajo ningún concepto merece el nombre de acción formal: para Martínez Campos —entonces jefe de operaciones del ejército español— fue una derrota completa, decisiva, irreparable, porque no halló modo de ir al desquite, aun cuando haya declarado, y con mucha verdad, que él quedó dueño del campo. ¡Pero de qué campo! De un montón de ruinas humeantes, que le muestran al vencedor de una manera elocuentísima la esterilidad de sus esfuerzos y lo infecundo de su victoria”.
La grandeza de la acción radicó en que posibilitó —posteriormente— la contramarcha de las columnas del Ejército Libertador, estratagema que facilitó el paso de Maceo hacia Occidente para extender la lucha a todo el país, y el regreso de Gómez a las Villas. Por otra parte, de vital resonancia resultó que, al choque en Coliseo, no se presentaron dos regimientos —ubicados en los alrededores—, comandados por los generales Prat, García Navarro, Aldecoa, Luque y Suárez Valdés.
En Coliseo, Martínez Campos abandonó el frente, lo que constituyó una gran derrota moral para España. Regresó a La Habana en busca de reconocimiento político, retornando posteriormente a su país al adivinar el definitivo fracaso militar de España en Cuba. A partir de Coliseo, el mando español comprendió que la guerra para ellos estaba perdida, no obstante continuar la contienda hasta 1898. Lo que provocaría que este fuera sustituido casi de inmediato —en enero de 1896— dando paso al cruel y sanguinario Valeriano Weyler.
Matanzas era el asiento de las riquezas agrícolas del país, a la vez que bastión militar de España. En cada finca había un destacamento enemigo, en cada pueblo un fuerte o un conjunto de ellos, trenes blindados transportando tropas armadas hasta los dientes, alimentadas con abundante vitualla y municiones.
Sin embargo, en Coliseo, las fuerzas invasoras mambisas vencieron por la genial conducción militar de sus jefes, Máximo Gómez y Antonio Maceo, a lo que se sumó el gran valor y la alta moral revolucionaria de las tropas que comandaban ambos.