Martí, el ser humano

Por su vida limpia al servicio de los más altos ideales, y por su noble y luminoso ideario, se mantiene vigente como paradigma de cubanía

 marti De los héroes se ha hablado tanto, y se han pintado con tantos colores y de forma tan enfática, que muchas veces nos parecen inaccesibles. Los ponemos por encima de su humanidad, convirtiéndolos en semidioses épicos y olvidando que fueron seres humanos corrientes, que asumieron con valor lo que el momento histórico exigía y que, en el proceso, se crecieron por el inmenso compromiso establecido consigo mismo y su patria.

Blanche Zacharie de Baralt conoció a Martí personalmente y expresó: “Tengo, sin embargo, un título que me da derecho a escribir sobre nuestro Héroe Nacional; el de haberlo conocido y tratado durante diez años, en los cuales pude verlo de cerca, estudiar su personalidad, sus gustos, su carácter, y moverme en su medio”.

Ella señala: “He procurado recogerlos en estas páginas…y si con esto he podido contribuir en algo a arrojar un poco más de luz sobre su egregia figura, tan humana, tan sencilla, tan dulce en el trato familiar; si he logrado acercar a Martí un tanto más al corazón de sus compatriotas…habré realizado, en la medida de mis fuerzas, uno de sus más fervorosos anhelos: sembrar el amor”.

Luego dice la autora: “Nadie enganchó su carro a una estrella con más firme propósito de alcanzar la meta, que José Martí. Amó a Cuba, y la independencia de la patria fue la luz que guio e iluminó su vida”.

Los compañeros de Martí afirmaban que tenía una vastísima cultura, estudiaba sin cesar y poseía una capacidad asombrosa para el trabajo. Igualmente, reconocían sus modales corteses y la agudeza de sus apreciaciones artísticas.

Quienes conocieron a Martí coinciden en afirmar que era, físicamente, un hombre de tipo corriente a primera vista, pero en su trato se revelaban su atractivo, su gran talento, cultura y humanismo, que le imprimían el sello indiscutible de ser un hombre extraordinario.

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Era delgado, pálido; medía aproximadamente 5 pies y 6 pulgadas, y pesaba entre 130 y 140 libras. De ancha frente y ojos glaucos, su mirada era suave, pero penetrante. Su voz era persuasiva, de pronunciación castellana sin exageración. Durante toda su vida sufrió de la dolencia que le causaron la cadena y el grillete cuando estuvo preso en la cantera de San Lázaro. Dormía poco y, pese a ser de cuna humilde, conocía la buena comida, aunque no comía mucho. No era aficionado a la bebida…, no era fumador.

De pelo negro, su poblado bigote cubría una boca fina. A medida que iba hablando en la tribuna revolucionaria, su verbo se volvía candente y subyugaba a su auditorio su magnetismo. Vestía modestamente, negro el traje y la corbata, en señal de luto por la patria encadenada.

Era hombre cordial y cortés, siempre tenía una palabra amable, hasta para sus enemigos; aunque mantenía con firmeza sus convicciones. Fue un trabajador incansable, su labor como revolucionario, escritor, periodista, poeta y orador era admirable por la profundidad de su pensamiento.

Sus manos de intelectual y artista eran finas. En la izquierda usaba un anillo de hierro con la palabra “Cuba”. Unía a esto su amor por la naturaleza, los buenos libros y la buena música. Sabía apreciar la pintura y fue aficionado al teatro, para el que escribió varias obras y proyectó otras, que no tuvo tiempo ni sosiego para realizar.

Martí tuvo que sobreponerse a numerosos obstáculos y de esa forma sacaba fuerzas ante cualquier revés. Desde su adolescencia rebelde hasta su muerte, luchó sin desmayo, con voluntad de hierro, por la independencia de Cuba, por “nuestra América” y por la humanidad.

Por su vida limpia al servicio de los más altos ideales, y por su noble y luminoso ideario, se mantiene vigente como paradigma de cubanía.


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