Hay locuras que son poesía

La idea “loca” de tirar piedras sin mirar pa'lante de Fidel fue entendida y secundada con amor por Evelio Capote. ¡Y aquella demencia se convirtió en una proeza laboral y en la obra constructiva más romántica del siglo XX en Cuba!, diría luego Larry Morales

Hay locuras que son poesía,
hay locuras de un raro lugar.
(Silvio Rodríguez)

Antes de que su amigo y tocayo Evelio Ávalos Castillo le dijera que era un loco por aceptar hacer un camino de piedras sobre el mar sin haber visto nunca uno, aquella madrugada interminable de café fuerte, dudas y mosquitos gigantes en medio de un cayo oscuro y mudo, Evelio Capote Castillo tenía fama de “tirar pa´lante” sin poner reparos.

De esa “locura” rara de decir sí cuando todo recomienda decir no, lo más probable es que se contagiara en el Tercer Frente Oriental, constituido en marzo de 1958, después de casi una semana rompiendo montes a machetazos en la Sierra Maestra, bajo el mando de un mulato sin miedo que le puso resonancia de balas a la frase “¡Aquí no se rinde nadie, cojones!”.

O quizás ya estaba loco y esa falta de cordura fue la que lo llevó a conspirar en las calles y militar en el Movimiento 26 de Julio, si, al fin y al cabo, el asalto en la mañana de la Santa Ana había sido un acto de temeridad sin límites, rayano en el delirio, planificado y ejecutado por un puñado de imberbes que, parecía, tampoco estaban en su sano juicio. “Loca aventura de un grupo de jóvenes que intentaron tomar la fortaleza”, se leía en el diario santiaguero Prensa Universal.

Mucho antes de que Rafael Valdés Valdés, primer secretario del Partido Comunista de Cuba en Ciego de Ávila en la década del 80, presentara a Evelio Capote como el hombre que haría el pedraplén —ante la mirada atónita de los hombres reunidos en La Jaula, cayo Coco—, el coronel Alberto Río Chaviano, apodado El Chacal, le había dicho a Fidel Castro, pocos días después del ataque al Moncada: “¡Tú eres un loco! ¿Cómo tú crees que con un ejército como el que tenemos, tus cuatro gatos van a poder hacer algo?”.

Y Fidel estaba tan “loco” que no solo le contestó volvería a hacerlo todo de nuevo, sino que, luego, durante el juicio, pondría sobre los hombros del Apóstol la responsabilidad histórica y la autoría intelectual del hecho, no para aligerar su propia carga, más bien para inscribir su nombre junto al del joven Martí (también de 26 años) a quien en Guanabacoa, en 1879, el Capitán General Ramón Blanco y Erenas calificara de “loco peligroso”.

A la altura de julio de 1980, Fidel había demostrado más de una vez que su “locura” era crónica. En Girón ordenó a la escolta dejarlo solo mientras se montaba en el tanque y desde el SAU-100, con las esteras en la playa, disparó al buque Houston. En octubre de 1962, cuando Kennedy y Jrushov pactaron la retirada de los misiles sin consultarlo con Cuba, les respondió con cinco puntos de dignidad y soberanía, sin temblarle el pulso o la voz. Y en octubre de 1969, cuando le propuso al pueblo una zafra de 10 millones de toneladas, “un esfuerzo duro y difícil, un heroísmo callado de todos los días”.

Por eso cuando Valdés Valdés le mostró el plano de lo que sería el complejo recreativo Ricardo Pérez Alemán, un mega parque en las afueras de la ciudad, con balneario artificial incluido, Fidel, con el dedo sobre el croquis de La Playita, le dijo que la idea era buena, que lo iba ayudar, “pero las playas de Ciego de Ávila están al norte, en los cayos, las he visto y son muy lindas”.

Fidel

Y ahí fue que la idea ¿disparatada? de construir una carretera sobre el mar para unir tierra firme con los cayos empezó a inocularse de a poco, reunión tras reunión, entre los avileños que creyeron en el sueño de Fidel, aun sin saber si sería posible.

Evelio Capote Castillo asistía disciplinadamente a esas reuniones de trabajo, porque entonces era el Jefe de Viales en Ciego de Ávila y era lógico que, si se hablaba de un vial, aunque fuera uno muy extraño y desconocido, él estuviera presente. Pero en el ir y venir de aquellos encuentros de los que, de momento, no salía nada en claro, a Capotín —así le decía el secretario Valdés Valdés—, Lenin Fernández (máxima autoridad política en Morón) le propone asumir como director de la Empresa de Construcciones Varias moronense.

Faja´o con problemas organizativos de la empresa estaba, en 1983, cuando, otra vez, Valdés lo llama, lo monta en su jeep y van a dar a Turiguanó. Capote iba callado durante el trayecto, pensando en qué “paquete” le iban a soltar y creyendo que sería La Tinaja, una playa sin alma donde la gente se bañaba porque no había más remedio. Mas, en lugar de doblar en dirección al balneario, siguieron camino hasta un punto, se bajan y Valdés le dice, “hoy vamos a ver por dónde vas a hacer el pedraplén de cayo Coco”.

—¿Pa´ dónde queda el cayo? —pregunta Capote, un poco desorientado.
—Por aquí recto, Capotín —responde Valdés, señalando al horizonte.
—Pues por aquí mismo es la cosa…

Avanzan a pie hasta el lugar donde se erige hoy el peaje, entonces una laguna baja, y el agua empieza a mojarle las botas a Valdés. “Compay, ¡agua!”, advierte Capote al secretario, más por cuidarlo que por otra cosa, y este le responde “pero si Fidel desembarcó por Las Coloradas, con el agua al pecho...”.

Ni así Evelio Capote Castillo creía que “la tarea” le iba a tocar a él, guajiro sin estudios de ingeniería ni experiencia en ese tipo de carreteras que, por cierto, nadie en la provincia había visto antes. Eran los tiempos sin Internet, y probablemente nadie supiera que en Madrid, en 1981, se había editado un libro sobre terraplenes y pedraplenes. Si lo hubieran leído se habrían echado a reír, porque el texto habla de, como mínimo, cuatro tipos de buldózer para trabajar en terrenos con exceso de humedad, y la brigada especial que se organizaría después no tenía ninguno.

Por eso, la noche en que llegaron a La Jaula, a un ranchón de Flora y Fauna que era lo único construido en cayo Coco, espantando a gajos unos mosquitos chupasangre de puercos y ganado jíbaros, Capote se sentó al final, junto a su tocayo Evelio Ávalos, y se pusieron a hacer lo que hacen todos en una reunión: hablar bajito.

Ávalos le decía que aquello era una locura y Capote reafirmaba. En eso estaban cuando Valdés Valdés dijo: “Capotín, párate. Bueno, ahí tienen al hombre que va a demostrar si el pedraplén se puede hacer o no. ¿Qué tú dices?” y él “le metemos, Valdés” y el otro Evelio y los demás dándole “cuero”, entre risas, “el hombre del pedraplén”, “el loco”.

El cartelito de loco se lo volvieron a poner sus compañeros de trabajo unos días después, porque con el encargo del camino sobre el mar vino también la indicación de buscar la gente que lo secundaría, embrión del glorioso contingente Roberto Rodríguez El Vaquerito (un nombre escogido con total coherencia, si entendemos que tal fuerza constructora, 25 años después de la muerte en combate del patriota, era otro pelotón “suicida”).

La historia posterior casi todo el mundo la sabe. A mano cargaron las primeras piedras y, al cumplir la meta de los primeros 100 metros, Valdés Valdés, sabiendo que ya no había imposibles, pidió seguir. “Capotín, hasta el palito aquel”. 362 metros.

De regreso de Camagüey, en marzo de 1987, Fidel pernoctó en una casa de descanso en Turiguanó, ubicada en la cima de la loma. Al amanecer, mirando al horizonte, le extrañó una mancha oscura sobre el mar y preguntó al secretario del Partido qué era aquello. Valdés, entre contento y preocupado, le dice: “Bueno, Jefe, hasta hoy se lo mantuvimos oculto. Eso es para demostrarle que el pedraplén sí se puede hacer”.

Fidel pisaba fuerte con sus botas la piedra compactada bajo sus pies, como quien prueba la firmeza de un sueño.

—¿Quién hizo esto?, pregunta.
—Un compañero que se llama Capote, Comandante.
—Busquen a ese hombre, que le voy a dar una ayudita para que siga.

Ese día se conocieron dos “locos”. Uno que creía en la posibilidad de aprovechar los paisajes paradisíacos de los cayos en beneficio de la gente y la economía, haciendo un camino del que no se tenía más que el anhelo, y otro que, sin mirar para adelante, tiró piedras al mar como le habían pedido, incluso estando a las puertas del retiro.

Porque Capote no era un joven lozano cuando le dieron “la tarea”, como tampoco lo era Fidel. Quizás por eso, en uno de los cuadros colgados en la pared de su casa, una frase del Comandante en Jefe hace el recuento de sus vidas, todavía ahora, a pocos días de que Evelio Capote Castillo volviera al pedraplén, ya para siempre, y de que Fidel sea también piedra tibia en los cimientos de la Patria: “Tú no te vas a jubilar. Vas a trabajar hasta que tengas 80 años. Después descansas un poquito”.

 • Vea Hay locuras de un raro lugar

Fuentes:
1.- Entrevista inédita realizada por Alina Dueñas Hernández a Evelio Capote Castillo. 2019.
2.- Morales, Larry. Tirarle piedras al mar.
3.- Fragmento del discurso pronunciado por el Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, en el acto efectuado en el teatro Chaplin con el propósito de iniciar la etapa masiva de la zafra de los diez millones de toneladas de azúcar. Octubre de 1969.
4.- Rojas, Marta. Los días del Moncada. Granma, 26 de julio de 2011.
5.- Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la inauguración del Hotel Guitart-Cayo Coco, en Ciego de Ávila, el 12 de noviembre de 1993.
6.- Bianchi, Ciro. Bajo el signo de la urgencia. Juventud Rebelde, 27 de enero de 2018.
7.- Leyva, Delicia. La gran epopeya de los avileños. Mesa Redonda, 27 de julio de 2011.


Escribir un comentario


Código de seguridad
Refrescar