Tomada de http://www.acn.cu/El 29 de septiembre de 1906 comenzó la segunda intervención militar yanqui en Cuba, confirmación de la endeblez republicana Aun cuando hubo un acto oficial, no fue ese el que hizo vibrar a los habaneros, “(…) se congregaron decenas de miles de personas. Se arrodillaron en gesto de devoción. Se abrazaron con desconocidos. Se reunieron familias con todas sus generaciones. Risas, gritos, llantos, cantos, caracterizaron esos minutos en que vieron izar la bandera (…)”. Así evoca aquel momento de apoteosis popular Ana Cairo, en su ensayo “Las vicisitudes de una fecha”, estudio historiográfico y cultural en el que pasa revista a los acontecimientos que, en lo sucesivo y hasta nuestros días, desencadenaría el nacimiento ante el mundo de la República de Cuba que ante cubanos y extranjeros se hacía palpable con el izamiento de la bandera de la estrella solitaria, después que la enseña de las barras y las estrellas dejara de acompañarla ante los ojos emocionados de la ciudadanía en la explanada de El Morro.
No resulta ocioso recordar que aquel 20 de mayo del año 1902, el alumbramiento republicano traía aparejadas las ataduras que bien se encargó de ajustar cuanto pudo Leonardo Wood, el saliente gobernador y furibundo partidario de la anexión de Cuba a los Estados Unidos, al término de la primera intervención militar del poderoso vecino del Norte que desde enero de 1899 había sufrido la isla.
Los términos en los que fue redactada la tristemente célebre Enmienda Platt apenas dejaban resquicios para obrar con cabeza propia. Sin negar el paso de avance que significaba el de por sí doloroso tránsito de la colonia a la independencia, esta se reducía al reconocimiento internacional de una nación con símbolos propios, pero sujeta a los dictámenes imperiales, como lo ratificaron hechos que en lo sucesivo demostraron el derecho de intervención en los asuntos internos de Cuba, suscrito en la Enmienda y ejercido por más de una administración estadounidense en el transcurso de la etapa que algunos definieron como república mediatizada, y otros con el calificativo de neocolonial, más aceptado y preciso.
Muy pronto afloró la frustración en el sentir popular y en el pensamiento crítico de la intelectualidad cubana. También veteranos y patriotas que sacrificaron bienes, y ofrendaron su sangre en la lucha contra el colonialismo español, discreparon en cuanto a los modos y vías para encarar el futuro, pero muchos coincidieron en que los males que sobrevinieron al acto formal del 20 de mayo tenían mucho que ver con las ataduras impuestas por el Tío Sam y que el sueño martiano de una república “con todos y para el bien de todos” era irrealizable en aquellas circunstancias.
Pasar revista a las celebraciones de una fecha que fue instituida como de fiesta nacional significa encontrarse con disímiles manifestaciones. Bien rápido el día de descanso y convite familiar, de paseos, excursiones y fiestas que el decreto del 18 de mayo de 1903 pretendió fijar, devino momento al que se asociaron las amargas reflexiones de quienes, gradualmente, profundizaron en las esencias de una realidad en la que la paz relativa no significaba la real independencia, al punto de que las protestas fueron en aumento y tuvieron dos puntos de eclosión que evidenciaron la radicalización del pensamiento antimperialista: la revolución del 30, que desafortunadamente “se fue a bolina” como planteara Raúl Roa, y la que sí cristalizó el primer día de 1959.
Al cabo de 120 años, los acontecimientos, y, sobre todo, las consecuencias políticas, socioeconómicas y culturales de aquel 20 de mayo jamás deben pasarse como se olvida la historia intrascendente de los hechos nimios.
Atrás quedaron las fiestas del 20 de mayo, pero no las expresiones de continuidad y ruptura de la sociedad republicana que nació en 1902, obligada a discurrir por tortuosos senderos, a partir de las apetencias de un vecino muy poderoso, a cuya diestra, siempre ha estado lo más retrógrado y reaccionario dentro y fuera de Cuba.
No en balde Ana Cairo se pregunta en el citado ensayo si “podría estudiarse, adecuadamente, la historia de la república socialista, subvalorándose la historia de la república burguesa, que comenzó el 20 de mayo”. La respuesta es obvia, bien que ella puede argumentarse con una idea de nuestro Héroe Nacional, “lo pasado es la raíz de lo presente. Ha de saberse lo que fue, porque lo que fue está en lo que es”.