Devoción por el Che

Efrén León era un creyente. El dije que le colgaba del cuello con la semblanza de la Patrona de Cuba lo ratificaba. Por tanto, recibió con agrado la estampilla que el Che Guevara le obsequiara con la imagen de Nuestra Señora la Virgen de la Caridad del Cobre.

Cuando la Columna 8 quedó cercada por las tropas enemigas, León rezaba. Apretujaba el regalo con la rabia visceral con que atacaba; regalo bendecido rociado con el sudor del Che.

Efrén lo venera porque tuvo al Comandante enfrente dando órdenes; primero serenidad, estoicismo. Ante la desesperación lógica por la probabilidad de morir en combate, el Che leía. Quizás esa fotografía inquietaba a los incrédulos, no así a Efrén.

El Che fue un salvador omnipresente. Con el cargo que ostentaba sobre sus hombros podría haber dirigido la toma de Santa Clara desde un puesto de mando, pero prefería la primera línea a riesgo de su vida.

Cuenta León que al Che la muerte no le asustaba. Tan desmedido era su desinterés que, al comprender que necesitaría un armamento superior para acceder al cuartel en Santa Clara, se levantó —quedó a la vista de los contrarios, militares preparados y dispuestos a disparar— para exigir la bazuca.

A 55 años del asesinato del Guerrillero Heroico, Efrén atina a decir que el Che “supo morir, que lo hizo como Martí, Céspedes, Fidel, con la moral intacta, pues ni atrapado en La Higuera se arrodilló”.

“¿Y todo por qué lo hizo?”, pregunta León. “Por amor”, responde. El Che fue amor. Estudió Medicina por amor. Al conocer que la abuela estaba enferma entró a la habitación y no salió hasta que ella cerró los ojos. Decidió entonces ser galeno.

Zarpó en el yate Granma por el propio sentir, por sensibilidad, por justicia. El Che —narra Efrén— no conocía cabalmente para qué enrumbaba a Cuba. Conoció a Fidel, su ideal y fue suficiente. El humanismo era superior a sí mismo, por eso luego marchó al Congo…

La aventura del Che fue sobrenatural y la devoción imperecedera que se le rinde hace confiar en que Efrén no solo acompañó en la Invasión al barbudo asmático con la ropa ajada, camisa desabrochada y zapatos sin amarrar, sino a un ídolo.

Le proponemos una serie de trabajos publicados en Invasor que rememoran la presencia de Ernesto Guevara entre nosotros


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