Pulmones negros

Tendría, más o menos, unos nueve o diez años. Por el tamaño del cuerpo y los rasgos de la cara difícilmente fuera mucho mayor. Caminaba despreocupado, hasta amenazante (o eso creía él), frente a la mirada de quienes nos lo cruzamos en la calle.

Era inevitable observarlo: el chiquillo iba con un cigarro en la boca. Lo aguantaba entre los dedos, y volvía a llevárselo a los labios. Inhalaba, se llenaba el pecho de humo y luego botaba aquella bocanada blanca, ante la vista de todos. Lo hacía con movimientos calculados, seguros, como si tuviera mucha práctica; al menos así me pareció.

Es cierto que nadie se acercó a hablarle, a decirle que eso no estaba bien en los niños, que era peligroso, que fumar provoca cáncer… A mí tampoco se me ocurrió en ese momento darle la charla. No conozco un solo fumador que haya dejado el vicio porque un extraño, en medio de la calle, se detuviera a llamarle la atención. Al contrario, las “descargas” en el momento y el lugar equivocados generan rechazo.

Pero uno, como siempre, no para de hacerse preguntas. ¿Los padres del muchacho sabrán que fuma? ¿Quién le da cigarros a un menor de edad, al que legalmente no se le debe vender este producto? ¿Qué tan efectivas pueden ser las campañas de bien público, o los conversatorios en la escuela, si en la casa y el barrio le ríen la “gracia” al fumador precoz?

Alguien pudiera responder que estos son casos aislados, fruto de ambientes familiares disfuncionales, y que no vale la pena tomárselos tan a la tremenda. Pero la realidad es que el tabaquismo infantil resulta mucho más común de lo que se piensa, o al menos así lo indica la más reciente Encuesta Nacional de Salud.

Aunque desde hace 30 años la prevalencia de esta adicción ha ido en descenso, la disminución resulta demasiado discreta, por lo que Cuba todavía mantiene la segunda mayor tasa de tabaquismo en la región de las Américas, solo superada por Chile. Estamos hablando de dos millones de personas aproximadamente, así que no es poca cosa.

Fuman menos los cubanos

El consumo a edades tempranas, lejos de achicarse, va en aumento, y así lo reflejan los datos oficiales. En la década de 2010 a 2020 la prevalencia entre los adolescentes de 10 a 15 años aumentó casi tres puntos porcentuales, hasta situarse en un 12,7 por ciento.

A lo anterior debe sumarse la reducción de la edad de inicio en el tabaquismo, cuando ya más del 78 por ciento de los fumadores probaron su primer cigarro antes de los 19 años. De hecho, la mitad de las personas que sufren esta adicción comenzaron a fumar entre los 12 y los 16 años.

Más allá de las estadísticas, que esta vez son bastante elocuentes, lo que de verdad tendría que encender las alarmas es el clima de permisividad y falta de control familiar en el que crecen tantos niños y adolescentes. Si se les permite poner en peligro su propia salud, ¿cuántas otras conductas de riesgo no estarán asumiendo ya?

Anualmente, 18 000 cubanos mueren a causa de enfermedades relacionadas con el tabaquismo. Muchos otros, deben lidiar con padecimientos crónicos. No hay nada nuevo en ello: se sabe, se explica una y otra vez, pero los factores socioculturales que propagan este hábito son más fuertes que la razón y las evidencias científicas.

Dos personas fallecen cada hora por tabaquismo activo en Cuba

Por un lado, tenemos familias abiertamente irresponsables con la crianza de sus hijos. Por el otro, un conjunto de normas jurídicas y sociales demasiado flojas a la hora de prevenir ciertos fenómenos. Y, en medio de ambos, niños que fuman como chimeneas, y pulmones igual de negros que el futuro que les espera.

Parece una historia bastante común; y lo es.


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