La escuela es de todos

¿No existen las brigadas de mantenimiento en las direcciones municipales de Educación?, ¿dónde quedaron las iniciativas de apadrinamiento de organismos a las comunidades en que están enclavados los centros escolares?

curso escolar Cuando la maestra supo que el padre de uno de los nuevos alumnos era carpintero hizo mentalmente el inventario de todo lo que necesitaría para poner a punto el aula. Cambiar de lugar la pizarra, arreglar varias sillas, ponerles un calzo a las mesas. Desde antes de comenzar el curso escolar ya estaban en contacto y, pasadas las dos primeras semanas del período docente, todavía quedaban pendientes.

Reunir dinero entre todos para pintar las paredes, buscar elementos para actualizar el mural, uno que otro adorno, afiches, una escoba y un cesto… —lo de comprar colectivamente un ventilador sí quedó en el olvido, porque se han vuelto impagables—. Si siempre el sistema educativo cubano promovió y ponderó la relación escuela-familia, como eje del buen desenvolvimiento del proceso de enseñanza-aprendizaje, los tiempos que corren hablan más de necesidad que de intención.

Que las familias se involucren a mí me parece no solo correcto, sino necesario. Aún no pocos padres consideran que todas las responsabilidades corresponden a la escuela, desde la instrucción general hasta la educación más integral, aquella que promueve valores como la laboriosidad o, incluso, el sentido de pertenencia.

En el momento en el que el niño ve cómo su padre arregla la silla rota, la propia o la del amiguito, o cómo entre todos dejan más acogedora el aula —y si a esas acciones se las acompaña de una actitud positiva y no con un gesto de mala gana—, hay muchas probabilidades de que ese ser humano en formación transite por la vida siendo una persona de bien.

Una persona que comprenda y practique la martiana utilidad de la virtud, aferrada a la idea de que no hay felicidad mayor que la de hacer un bien a los demás. Al reparar una silla se hace no solo por el hijo que ha de usarla, o por la maestra (sin buscar en ello un trato mejor), sino por el chiquillo que podría sentarse luego, en el curso siguiente, puesto que no sobran sillas… y tampoco reparadores.

Reitero, creo firmemente en que contribuir en todo lo posible para que nuestras escuelas sean lugares confortables y acogedores también es responsabilidad de los padres, y que a nadie se le quebrará un hueso o perderá fortuna por compartir tiempo, esfuerzo y uno que otro recurso material.

Pero dije “también es responsabilidad”, con lo cual está implícita la incumbencia, y más que eso, el encargo estatal para con las condiciones estructurales y materiales de la educación. Y con esto no desconozco la complejidad del momento actual, los déficits en varios aspectos del devenir nacional, la falta de liquidez, de recursos y hasta de mano de obra.

Lo que hay que entender es que todo eso impacta de igual o peor manera en los individuos y las familias, y no parece lógico que un único padre pueda arreglar varias sillas y mesas (con herramientas, partes y piezas propias), y que el sistema educativo no lo logre. ¿No existen las brigadas de mantenimiento en las direcciones municipales de Educación?, ¿dónde quedaron las iniciativas de apadrinamiento de organismos a las comunidades en que están enclavados los centros escolares?, ¿qué presupuestos se destinan hoy a estas acciones?, ¿quién se supone que las acometa?

El aseguramiento del curso escolar tiene que pasar inexorablemente por la garantía de condiciones mínimas, no solo de la base material de estudio o de vida (para aquellos con régimen interno), sino en general. La motivación del claustro y los alumnos dependen también de una escuela pintada, de un aula iluminada o una silla que no rasgue el uniforme.

El gasto presupuestario en Educación, según el Anuario Estadístico Provincial, pasó de 144 918.00 pesos en 2017 a más de un millón 51 000.00 en 2021 (con los cambios que introdujo la Tarea Ordenamiento), aunque no especifica los destinos de ese dinero. A todas luces, no ha sido ni es suficiente.


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