Hace días encuentro calabazas y telarañas diseminadas por la ciudad, pues vecinos y empresarios privados adornan sus inmuebles con esmero; estos exhiben componentes de Halloween desde finales de octubre.
Cada año sentimos el entusiasmo juvenil, dentro y fuera de los entornos educacionales, respecto a las fiestas de disfraces, con preferencia a reproducciones de Halloween.
Es evidente cómo estas experiencias nada tienen que ver con las calabacitas para dormir a la infancia de la teleaudiencia de la Televisión Cubana, canciones infantiles interpretadas, por Mirian Ramos y Liuba María, respectivamente.
No pretendo criticar estas apariciones, porque cada expresión cultural merece reconocimiento; con una adecuada interpretación de sus valores, debe comprenderse su raíz, porque se incurriría en inadecuadas versiones, contribuyendo, de esa forma, al snobismo.
Nuestra cultura, como las demás, está integrada por componentes de otras; registra prevalencia hispana, afro y china, lo cual no significa, que no existan otras también con sus aportes, por ejemplo, los provenientes de las culturas francesa y árabe.
Los diálogos culturales son enriquecedores, mientras una cultura no violente, no oprima a la otra. Tal es el caso del encuentro de culturas entre el viejo, y el nuevo mundo, lo cual imprimió riqueza transculturalizada a Cuba.
Somos portadores de una cultura y, a pesar de vivir en una isla, estamos en contacto con el mundo. No nos hallamos en cautiverio; la insularidad, nos moviliza y mantiene expectantes del acontecer internacional.
Es oportuno apuntar que la globalización también se usa con el propósito de occidentalizar al mundo. Estamos asediados constantemente por insospechadas modalidades, por la fuerza reaccionaria de los Estados Unidos de América.
Cada cultura cuenta con su arte culinario, y recetas tradicionales. Si bien disfrutamos de un sándwich, acompañado de un refresco, tampoco es justo, la imposición de la MacDonald y la Coca Cola, por apetecibles que sean, pues no deben convertirse en dieta por imposición de la humanidad.
Ante políticas que pretenden teñir a ultranza la lógica cultural del mundo, los gestores culturales desempañan un rol significativo. La inserción de propuestas internacionales requiere de un adecuado procedimiento a través de la actividad cultural: primero, el respeto a lo genuino de la otra cultura; segundo, no hacer oda a la pseudocultura; y, tercero, priorizar nuestros entornos públicos para la preservación y difusión de la cultura avileña.
Debemos promocionar lo auténticamente avileño con creatividad, y no potenciar estériles prototipos foráneos. Pensemos, ante todo, en los adolescentes y los jóvenes, quienes se sienten atraídos, en especial, por lo desconocido.
Parques, discotecas y cafés son los espacios más frecuentados, tanto por adolescentes, como por jóvenes, donde predominan el consumo de alcohol y el tabaquismo; contradictoriamente, en esos sitios, prácticas insanas deterioran el comportamiento (conducta) y la salud.
Resulta imprescindible conocer las características de las prácticas culturales de los diversos grupos poblacionales, así como sus intereses y perspectivas, lo cual resulta esencial para desarrollar acciones tendientes a estimular los consumos, entendidos como la forma en que los sujetos se apropian e interactúan con los bienes y servicios culturales.
Nuestra provincia cuenta con una amplia red de instituciones culturales que desarrollan importantes programas y proyectos, lo que demuestra cómo la acción no se reduce a la ciudad cabecera, pues en cada territorio existen representaciones de instalaciones y servicios que garantizan el libre y pleno acceso a la cultura de la población, pero la labor de las estas todavía es insuficiente y posibilita las inadecuadas prácticas.
“Para gustos se han hecho los colores”, es un viejo refrán popular, que puede ayudarnos a comprender esta problemática. Cada quien tiene derecho a elegir lo que le gusta, pero en cuestiones de la garantía cultural de una sociedad, debe intencionarse lo formativo.
Recordemos que la naturaleza tiene sus leyes; también, la sociedad las suyas. Sería injusto atentar desde la actividad cultural, en contra de nosotros mismos. En situaciones culturales de la realidad, no debe fantasearse con el modelo de Cenicienta; la cultura no se configura, ni debe conformarse a través de la conversión efímera de una calabaza, en carruaje, y frivolidad.