Esa medalla en el pecho

Cuba tiene potencial para más, pudo obtener un mayor número de medallas en París, pero la mirada aviesa de los odiadores va mucho más allá.

Ahora resulta que, según notas que hubiese preferido no leer, es el sistema socialista imperante en Cuba el responsable de que las expectativas de nuestra delegación en los Juegos Olímpicos de París 2024 no se cumplieran como se vaticinó.

Los neófitos del deporte —y los que fingen serlo— hasta llegan a afirmar que ha sido “vergonzoso” el resultado de nuestro movimiento deportivo en la Ciudad de la Luz.

Y lo escriben y lo hablan con tanta vehemencia, que no resultaría extraño que algunos lleguen a creerlo. Esos que destilan odio y resentimientos son los mismos que no decían “esta boca es mía” cuando Cuba llegó a ser una verdadera potencia mundial en competiciones deportivas.

Nadie niega que ya el Estado cubano no puede disponer de los mismos recursos para apoyar al deporte como décadas atrás; tampoco se esconde, incluso, que, en materia de decisiones en este campo, se han cometido errores, pero de ahí a esas afirmaciones, va un largo trecho.

Que tres cubanos coparan el podio del triple salto no es, para algunos, una confirmación de la calidad de nuestra escuela en esta modalidad del campo y pista, sino “una prueba de que para triunfar es necesario irse de Cuba”.

No dicen, claro está, que esos tres jóvenes se marcharon del país cuando ya eran luminarias del atletismo en el mundo. Tampoco mencionan que es el factor económico la principal causa de la emigración de los atletas en busca de mejores oportunidades que ahora mismo el Estado no les puede brindar.

Con ellos también coincidiríamos si, a la par de señalar posibles errores en el campo de la economía, alzaran fuerte su voz contra el bloqueo. Pero no, si de Cuba se trata, sus ojos no ven luces, solo manchas.

Pintan el panorama de las atenciones a los deportistas cubanos, como si aquí no existieran Escuelas de Iniciación Deportiva Escolar, centros de perfeccionamiento atlético, y que nuestros atletas no tuvieran calificados entrenadores.

Cuando uno lee o escucha sus opiniones, pareciera entonces que los atletas del resto del mundo lo tienen todo a pedir de boca.

Para los acusadores de esta islita de campeones olímpicos, es una vergüenza que Cuba haya ocupado el puesto 32. No imagino qué calificativo tendrán para los 170 países, de los 206 que intervinieron en la justa de los cinco aros, que se ubicaron por debajo del nuestro en el medallero.

Estaríamos de acuerdo si dijeran: “Cuba tiene potencial para más y pudo obtener un mayor número de medallas”. En eso, repito, estoy de acuerdo; es más, soy de los que piensan que se impone un análisis profundo de errores estratégicos en la preparación general de nuestros deportistas.

Pero el análisis no partirá del veneno que destilan los odiadores de siempre, sino desde la máxima de que la obra que amamos y ayudamos a edificar no es perfecta y, por añadidura, nuestro deporte tampoco.

De París nuestra delegación no trajo todos los premios que pretendíamos. El movimiento deportivo cubano no puede sentirse conforme con ello.

Dentro de cuatro años, si se trabaja desde ahora mismo, los resultados deben ser mejores; pero no será fácil, como nada lo ha sido desde que tenemos como principal enemigo a un imperio a solo 90 millas. Lo haremos. La medalla que llevan los cubanos en el pecho ya es eterna.


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