Penúltimo latido
Se despide por un tiempo la sección El marcapasos.
Se despide por un tiempo la sección El marcapasos.
La gente común deja escapar un ¡Ñooo! cuando llenan los mercados, sin otras opciones más asequibles.
Es que ustedes son unos criticones. Todo está pensado para que no fuerces tus neuronas más allá de sopesar cómo comer todo el mes con el salario que te pagan y sin inventar.
Desde niño escuché que “Cada guapo tiene su cementerio particular.” Y yo tengo el mío, aunque de guapo ni un pelo como imagen o carácter.
Quema la llama el pecho que le hace revivir.
“Minerva era hija de Júpiter, el dios de los dioses, quien, tras haber devorado a Metis (la Prudencia), sintió un gran dolor de cabeza. Recurrió, entonces a Vulcano, el cual le abrió la cabeza de un hachazo saliendo de ella Minerva, la Diosa de la Sabiduría, que, armada, ayudó a su padre ante la Gigantomaquia (guerra contra los gigantes), donde se distinguió por su valentía…”
Hasta aquí la historia de una de las deidades antiguas más importantes de los romanos. Una versión moderna, recreada por los absurdos de nuestra realidad, pudiera contar el episodio de otra manera: “Minerva era una marca de motorinas y bicicletas eléctricas, hija de la diosa Economía China, la cual, tragándose la prudencia de un bocado, se convirtió en un gran dolor de cabeza para los cubanos.
“Supuestamente armada para aliviar el problema del transporte y acabar con la gigantomaquia de la ineficiencia burocrática, halló su sabiduría, no en la industria, sino en la creatividad de la gente por derrumbar, con su lanza, esa muralla interna que no dependía de los enemigos de afuera, sino de la ineptitud propia.”
El ideal era lo ideal. Usted iba a la tienda. La “diosa” le esperaba allí con los brazos, ¡digo!, los manubrios abiertos. Usted desbarataba el pequeño imperio de su bolsillo, pero no andaba a pie en largo tiempo. ¿Que se rompía cualquier aditamento? ¡Facilito! Volvía a derrumbar el mínimo reinado de sus ahorros y compraba la pieza defectuosa! ¿Que las baterías se agotaban? ¡Sencillo! Se le agotaba hasta el más mínimo centavo, pero compraba unas nuevas y continuaba su paseo por las nubes.
Zeus lanzaba sus truenos y no sé si Hera, Poseidón, Hermes o Hefesto, cual dioses de los presupuestos, alineaban los planetas (compradores de piezas en el extranjero) a su favor. Todo estaba previsto para que el mortal muriera.
¿Que la garantía establecida para los espejos era de tres meses? A los tres meses y algo más, estos se hacían polvo ante sus ojos. ¿Que la parte eléctrica era cubierta por el comerciante durante un año? A los 366 días las pilas comenzaban a cantar la vieja canción de “…Yo no camino más, caballero, yo no camino más…” Y lo más triste de todo era que en la tienda, literalmente “te la ponían en China” con la mágica expresión de “Eso no lo tenemos.”
Esta foto es la revelación misma de nuestra discapacidad empresarial y, a la vez, del ingenio del cubano buscando saltar la invisible muralla interna. Ante tamaño Caballo de Troya, saca la lanza de su talento, negándose a ser derrotado, y arremete contra los cantos de sirenas de una quimérica Protección al consumidor que pareciera venir de la propia isla de Ítaca que a algunos funcionarios les navega dentro.
Masculla con rabia, quizás, aquella oración que inaugura la Ilíada: “Canta, oh Diosa, la cólera del Pélida Aquiles…”, y se lanza a la guerra, dueño del arma que lo ha salvado siempre: su capacidad de adaptación e improvisación ante lo inaudito. Desenvaina, entonces, un rollo de cinta adhesiva y grita, con rabia, “¡Al macheteee!”
Los sorprendí, indiscreto como soy, y quedé mudo.
¿Se acuerdan de aquellos años de ferias gastronómicas en que nos sacaban los ojos apetitosos panes trenzados, redondos, en forma de caimán, con azúcar o ajonjolí, palitroques, y un largo etcétera?”.
¡Menudo susto se llevó Marta María! La sartén se le incendió de pronto, cual si se tratara de una demostración culinaria de flameado.
No me lo crean. Cuentan que unos sábados atrás actuaba un grupo humorístico en el teatro Principal y entró una pareja con un file de huevos en la mano, sentándose cerca del proscenio.
“Mi marido me tiene preocupada por la pulgada que le sobra (…).”
Que este Marcapasos sea la constancia de mi bendito error, corrector de un latido afectuoso y sincero.