La agrupación Cuerdas y Voces del Llano celebra 12 años de creada y nos alegramos por eso. La música campesina está a buen resguardo
Por 14 años nos hemos acostumbrado a que la peña “María, la matancera” permanezca activa, irradiando música campesina desde el centro de la ciudad cabecera, y probablemente no hayamos reparado en otros detalles, por eso de que la costumbre termina por normalizar lo extraordinario.
Sí, es extraordinario que Cuerdas y Voces del Llano siga siendo un referente en el género, mientras apuesta por su preservación incorporando rostros cada vez más jóvenes a la agrupación, en un contexto donde los ritmos y autores foráneos parecen mejores y más interesantes.
Pero llegar hasta aquí no ha sido fácil, y la historia comenzó a escribirse en 2008, cuando Gualberto Domínguez Pérez, el Sinsonte de Carrillo, presentó un proyecto para conformar un quinteto a la Empresa Comercializadora de la Música y los Espectáculos. Dos años más tarde, el 13 de abril del 2010, llegó la aprobación del Instituto Nacional de la Música y comenzó la espiral creativa de Cuerdas y Voces del Llano.
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Con dos repentistas, un laúd, la guitarra y la percusión le han dado forma a su sonoridad, y los músicos alternan estas funciones, también, con la composición y los arreglos. Por eso, hablan de temas inéditos y del rescate de otros de hace 90 años, de los que ya nadie se atreve a precisar autores o intérpretes.
Van del son montuno a una guajira, de una canción de Miguel Matamoros a otra de Polo Montañez y, luego, al humor criollo en versos. Al final de cada presentación, no hay quien desmienta que los géneros campesino y tradicional sí gustan, por más que falten entrevistas y programas en los medios de comunicación para posicionarlos y activar la recepción crítica del público.
Otra de las singularidades de su repertorio es incluir cada uno de los tipos de tonadas representativas del territorio nacional. Hablamos de la tonada pinareña o libre; de la tonada matancera, caracterizada por tener estribillo; del punto espirituano; del punto avileño, con un ritmo más rápido devenido parranda, tal cual se hace en la zona de Los Hoyos y Florencia; del punto camagüeyano; y de la tonada española o carvajal, con un trasfondo más triste y luctuoso.
Casi desde su fundación, el quinteto se insertó en el trabajo en la cayería norte; el escenario del programa televisivo Palmas y Cañas lo ha pisado varias veces; han mantenido por años el proyecto cultural “Agustín Alonso, el ruiseñor de Las Villas”, en el reparto Rivas Fraga, en la ciudad cabecera; y entre carnavales y cooperativas han dejado su huella.
Es cierto que en estos 12 años de trabajo no todo ha sido color de rosas y los músicos han fluctuado, pero ningún cambio ha alterado sueños y esencia. A la larga, los más jóvenes se han nutrido de ese mismo carisma y sentimiento para portar con orgullo ─y sin complejos─ guayabera y sombrero. No puede ser de otra forma, la música campesina tiene que ser, también, asunto de jóvenes, y de eso dependerá que sobreviva y se actualice.
Entre los muchachos que asisten a los talleres de repentismo de la Casa de la Décima Raúl Rondón, han encontrado cantera y aula para la formación; en la que se ha involucrado, con mayor fuerza, Yeinier Delgado Abreu, director musical y laudista del grupo. Los éxitos están guardados en audio y video cada vez que la peña se vuelve canturía hasta bien entrada la tarde, y grandes y chicos “hacen controversia”.
Gualberto está convencido de que el repentismo es un don con el que se nace y, aunque la técnica puede enseñarse, hay un bichito dentro que debe activarse para que “la musa” baje y la rima sea cadencia feliz.
Bien lo sabe él, que a los 13 años comenzó a escribir décimas en el batey de Carrillo, en Baraguá, de oír y ver cantar a otros; sobre todo, a los conjuntos que a pie de surco animaban el corte de caña. No aprendió nada en casa, porque solo podía ufanarse de un abuelo canario, que, según le contaron, andaba con una guitarra bajo el brazo.
A los 20 años conoció la luz eléctrica y terminó por ponerle un poco de academia a su empirismo, que para entonces ya lo había llevado a guardar varias libretas escritas de arriba a abajo.
Sin dudas, hay una magia tremenda en eso de enfrentarse a un auditorio repleto e improvisar sin margen a error. Es lo que Gualberto llama “partir de la nada para crear” y lo que el público agradece, siempre, con vítores y aplausos. Entonces, la décima puede ser un jonrón por el center field o un cubo de agua fría, depende el lente con que miremos.