Hacía cuatro años que febrero no terminaba en 29 y este tuvo su plus con Nelson Domínguez en Ciego de Ávila. Un raro acontecimiento de bisisiestos en el que después de exponer su obra en la galería de la ciudad, se expuso a Invasor. Sentado posó mientras yo, incapaz de lienzos y pinceles, solo tenía en mi paleta de colores palabras salidas de su boca, puestas en mis manos. Y ya lo verán: Nelson Domínguez es también un excelente modelo, tan capaz de autorretratos como Pablo Picasso, aunque nunca se haya expuesto de ese modo
Es 29 de febrero de 2020 en Ciego de Ávila y justo ese día el español se le aparece al cubano obviando la cronología de los bisiestos que demoran, irremediablemente, cuatro años. Se le ha vuelto una imagen cíclica, sin llegar a ser nunca pesadilla de punzantes vértices. Mucho menos vórtices. Por el contrario, es un sueño revelador que ahora cuenta en el Rueda; un hotel que ni en su esplendor de antaño pensó tener alguna vez a Pablo Picasso y Nelson Domínguez en la misma mesa.
Pienso que lo narra porque quiere desdibujarlo, regalar una imagen nueva del malagueño, ajena al cubismo de triágulos y rectángulos, pero me equivoco: Nelson también habla de formas, de las suyas.Y si vengo a escribirlo hoy es un poco culpa del COVID-19 que pintó de mustio los periódicos y relegó el arte a un ostracismo que ponderó, entonces, al artista que exorcizaba el tedio del reclutamiento. Y Nelson no hizo nada de eso; su muestra Mi amiga Alicia estuvo colgada durante cuatro meses y medio en la galería Raúl Martínez, donde la mayor parte del tiempo las puertas permanecieron cerradas.
Pues esa mañana, otra vez Nelson lo evoca y le pregunta a Picasso sin preámbulos: “¿Maestro, por qué ha pintado tantas mujeres desnudas?”. —Imagínatelo —le responde. Solo eso le dice Picasso, y solo eso repite Nelson en su oda a la imaginación que trasciende los cuerpos. En su soplo de sueño ni siquiera alcanza a observar las prostitutas del burdel de Avinyó que provocaran a Pablo. Se queda apenas con la frase “imagínatelo” y le basta.
Aunque luego se retracta. Hubiese querido que su padre le presentara al genio, verlo, hablarle… del mismo modo que sus dos primeros hijos conocieron a grandes de la plástica y tanto Flora Fong como él los trajeron, además, al mundo del arte. Tanto como los otros dos, de otro matrimonio, estudiaron ballet y fueron, además, cercanos a su amiga Alicia, la misma que amó Pedro Simón, quien llegó a confesarle un día al pintor que si tuviera que salvar de un incendio una obra, escogería sin dudas Alicia, ave nacional.
El Premio Nacional de Artes Plásticas, sin embargo, no puede ser tan tajante en sus elecciones. Habla de obras que elegiría y casi va a tientas, por años, técnicas, motivos…se precia, solo un poquito, de que unos seis u ocho cuadros permanezcan en Bellas Artes y sea, quizás, el más expuesto de los cubanos. Apenas unos nombres, Preludio de un rapto guajiro, Ofertorio, La ofrenda del coronel… y habla de obras que no vende, Rostros de agua y fuego, Verde amanecer, Extrañas apariciones… Curiosamente no dice nada de los que cuelgan en su casa de Cojímar, pues no cuelgan.
“¿Ningún cuadro suyo?”, curioseo entre el asombro y el descrédito y vuelve a explicarse con Picasso, a quien una vez le preguntaron por qué no tenía Picassos en casa. “Porque son muy caros”, contestó entonces y repite ahora Nelson, con una risa que obliga a secundarlo hasta que en tono serio advierto su modestia y el proyecto que lo lanzará de un extremo a otro. De no tener nada a tener Casa Abierta, el nombre que lucirá su hogar-galería-museo de Cojímar para ilustrar su necesidad.
Porque antes lo había confesado a secas: “Pinto por necesidad. La técnica es muy importante, mientras que el tema suele ser un pretexto. Y pinto para mí primero, luego para el que conoce, y luego para el que no. Voy haciendo interpretaciones, a fuerza de ver mucho una forma el ojo va repitiendo…”, lo cuenta así, una cosa a continuación de la otra, como si todo su genio cupiera en un párrafo o su arte pudiera circunscribirse, de paso, a sus palabras. O a un espacio.
Ando siempre en la búsqueda, veo una mancha y la fotografío, la capto, la llevo a mis libretas de notas. Tengo cientos.
De hecho; curiosa y paradójicamente, el único de los imprescindibles plásticos en la historia del arte cubano que no está en la colección Arte en Casa es Nelson Domínguez. Se puede comer encima de un Servando, secarse con Zaida del Río, colar café con Fabelo o escampar un aguacero con Rancaño…pero hasta hoy Artex no comercializa a Nelson Domínguez y él ni lo lamenta ni se jacta. Bromea y dice que sí está un poco contento con la exclusión, y se corrige de inmediato, advirtiendo que no le teme a la proximidad del arte, que solo se vulgariza lo que pierde calidad o crea cansancio por repetición.
Sin embargo, menciona una excepción y anuncia con cierta alevosía que impregnó su pintura a dos tazas de baño; una en el hotel Pernik, de Holguín, y otra para su amigo Osmany Cienfuegos. “Al fin alguien podrá cagarse en mi arte”, suelta un segundo antes de su carcajada y su manera de relativizar lo serio llega a ser tan efectiva que por ese camino terminamos hablando del urinario de Marcel Duchamp, el arte postmoderno, la especulación y las subastas.
Aun así no puede tasarse la creatividad de Nelson. Ni siquiera lo consiguió la famosa casa de subastas Christie´s donde alguna vez el pintor vendió y se negó luego a que el embrujo del mercado determinara el destino (y el motivo) de su obra. Hay más de él en Bayamo ,en la galería rural de Cumanayagua, en las paredes de un hospital o en los talleres de gráfica que un día inició con prensas de tornillo, en su beneficiencia…que en un museo de Japón, donde también ha colocado importantes muestras.
Las alcurnias que le merodean le llegan de paso por la calle Oficio, adonde llegarían encantados Robert Redford o Sean Penn…y no es que Nelson se regodee de que sus cuadros cuelgan en casa de…, no. “Eso es gancho para los currículum, en los que definen la trascendencia por el lugar donde esté la obra, y lo importante es la obra en sí, aunque…”. Tiene que admitirlo: el día que vio uno de sus cuadros en la oficina de Fidel sintió vanidad. Luego supo que Celia tenía uno en la suya, de la serie Rostros de mi Isla y que el Comandante bromeaba con aquel cuadro en el que aparecía una mujer desnuda y de espaldas. “Ay, si se volteara para verle la cara, decía Fidel”.
Y no solo hace la anécdota con la picardía que le habita, sino que arremete con la idea perpetua de que su baja estatura le parecía perfecta a Fidel para apoyarse en él y estar dos horas hablando.
Nelson vuelve a reír; entre amigos (y tenemos uno en común, sentado allí) es el típico cubano que asimila con aplausos el calificativo de jodedor. Lo hizo en su entrevista con Amaury, y su rejuego de palabras se mantiene intacto.
Sigue creyendo que cuando lo confunden con Fabelo él sale perdiendo, y concluye su ráfaga de chistes confesando que si es cierto (como no lo es) que a Mozart lo identificaba la ausencia del Si Bemol en su música, entonces su marca artística es Becuadro.
Al final sospecho que la nota Si(B) —que en su tono alto terminó siendo Becuadro y es descrita como alteración que afecta la frecuencia de una nota— es perfecta para Nelson (aunque quizás emplee el término sin sospecharlo). Creo que le marca el ritmo a una vida que va de la exquisita cocina a la cerámica, la pintura, el dibujo, la escultura, el grabado… Un Nelson sostenido que se entona complejo y bello, al mismo tiempo.
Nelson, con su hija cubano-japonesa, en otra de sus pasiones: la cocina.
Posted by Sayu Domínguez Yoshida on Tuesday, March 10, 2020
Pero él dice que no, que más bien es un hombre feo, bajito, orejón, que ahora tiene panza y siempre ha tenido el cuello muy corto. Por ahí habíamos empezado a reírnos el último día de febrero, por culpa de otro cuello, porque el pulover inaugural lo tenía y los detesta,, y terminó buscando una tijera que, según él, era un calabrote. Lo recortó como pudo, se lo puso y ni el saco blanco de la inauguración pudo ocultarle la chapucería.
Al otro día, cuando se lo hice notar, empezamos riéndonos por ahí, y pasamos en breve al reloj roto que llevaba en su izquierda, un Rado de cuarzo y oro que la alquimia moderna valora en miles de euros y él llevaba en su mano, a ver si cualquier relojero por ahí se lo arreglaba. (Me lo dieron por un cuadro, aclararía).
Se reía, incluso, aunque ya no tanto, de que andaba buscando jengibre para su rodilla y la ciatalgia; agudizadas en la Cruzada Teatral que recién lo había zarandeado por el Oriente del país. Justo ahí dejó de tener validez su presunción anterior de muslos futbolísticos, a pesar de que lo sostienen con fuerza a sus 73 años.
Y al final, casi que volvimos al punto inicial. De nuevo Picasso, el genio irreverente, presuntuoso. Diez años antes le había dicho a Roberto Chile: “Soy atrevidamente émulo de Picasso; su desenfado consciente me gustó” y el día bisiesto, con Invasor, volvía a rememorarlo en sus dudas, lamentaba que sus sueños con él fueran cortos, tan cortos.
“Es que duermo poquísimo y cuando despierto me levanto rápido, si me quedo en la cama pienso estupideces”.
“¿Por ejemplo?”, le provoco.
—No vale la pena ni decirlas. Por eso me levanto...para ni pensarlas.
Obviamente, Nelson Domínguez no se despierta pensando en Picasso. O se los hubiera contado.
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