Marlenin Pina, esotérica y terrenal

Con una licenciatura en Educación Artística, en la especialidad de Música, que nunca ejerció, y 30 años de vida artística profesional, es la viva estampa de quien no se deja vencer

 marlenin Marlenin Pina Cabrera no cabe en el canon de la artista exitosa o en esas imágenes que por repetidas hemos dado por ciertas: grandes escenarios, muchos compromisos, instrumentos y partituras por cualquier rincón de la casa y una rutina voraz, que deja poco tiempo para el resto de las cosas comunes y corrientes. En cualquier caso, ella es todo lo contrario.

Se cansa rápido y no le gusta esforzarse, y eso no lo digo yo, sino que lo acota ella cuando se reconoce sus propios defectos. Para grabar repite solo dos veces, porque luego pierde vuelo y entusiasmo, y nunca tocó guitarra. Hacer una y otra vez las mismas notas acabó con sus uñas largas, le dejó los dedos adoloridos y un estrés irremediable.

Luego tendría otras razones: cuando toca la guitarra o hace percusión menor no disfruta, no se explaya, no puede meterse en el personaje, creerse lo que canta y ponerle sentimiento a la letra.

A veces llega al escenario con unas ganas tremendas y en otros casos le cuesta alzar la voz, y busca una banqueta para estar más cómoda y bajar el tono de la noche hasta el intimismo. En su casa prefiere el “sonido del silencio” y lo que más valora es el carácter de las personas que la rodean. Aunque la critiquen, cuando su sexto sentido la alerta, rechaza cualquier propuesta de trabajo sin importar la remuneración.

Puede ser, también, muy obstinada, como cuando se propuso interpretar a toda costa Rolling in the deep, de Adele y estudió inglés, perfiló la pronunciación y pulió el acento con una profesora. Al fin y al cabo, no le gustó el resultado y la grabación quedó sepultada en alguna gaveta.

Pero ninguna de estas variables ha influido en el éxito de sus 30 años de carrera artística, en la organicidad de sus interpretaciones, en sus cualidades vocales que se ajustan de lo popular a lo lírico en un santiamén y en el cariño de un público acostumbrado a verla y disfrutarla en centros nocturnos, restaurantes, actos y galas.

El tiempo de Marlenin es de Dios y, en el panteón yoruba, de Obbatalá, por eso anda por la vida con pausa, sin grandes apetitos ni ambiciones desmedidas. Solo así se entiende que haya rechazado un puesto en el elenco del cabaret Tropicana y sea la única de los cinco hermanos que no hizo vida en la Habana, sino que echó raíces aquí.

Sus idas y venidas han sido esporádicas e intermitentes: a participar en alguna peña, a cantar en un centro nocturno o a orquestar una pieza; pero, luego de dos o tres meses, le daba el arrebato, recogía todo y regresaba a Ciego de Ávila, a la casa de puntal alto donde creció el familión, a su madre, a sus sobrinas, a sus amigos.

Aun así, en estos lapsos subió a los escenarios del Gato Tuerto y del café Dos Gardenias, estuvo en las peñas de Lourdes Libertad y de Arte Habana, fue la invitada de honor en charlas y tertulias del gremio artístico, y viajó a México y Perú como parte del elenco de varios espectáculos dirigidos por su hermana María Teresa, la popular actriz a la que, probablemente, la faceta de directora artística se le conozca poco en Cuba, a pesar de ser tan exitosa o más que la otra.

Enseguida se apresura a decir, como si no quisiera malentendidos, que ensayó hasta el cansancio para, por ejemplo, interpretar con exquisitez El manisero, de Moisés Simons, al centro del repertorio de música cubana al que le puso todas sus energías y aptitudes, porque su hermana es exigente en extremo. No hubiese dudado en cancelar su participación a la primera desavenencia.

Si de algo está segura es de que el día que no disfrute cantar, va a dejar de hacerlo; y esa decisión será tan irrevocable como cuando dejó de trabajar para el turismo. Del otro lado del pedraplén vivió lo bueno y lo malo que cualquier artista debería llevar en su hoja de vida. Desde discutir con un jefe de animación por querer interpretar una guaracha en lugar de un tema en inglés, hasta montar un espectáculo especializado en solo 24 horas.

Es inflexible cuando reconoce que el turista primero debe deleitarse y admirar nuestra música, antes de que le vendamos una copia mal hecha de la suya. Su pregunta es casi retórica y una termina dándole la razón: “¿Te imaginas una mulata cantándole a un canadiense un tema de Celine Dion?”.

Más que de la tesitura de su voz, que va de contralto medio a soprano de coloratura, se jacta de aprender cualquier letra al vuelo, siempre y cuando le guste, y de saber cantar con ojos y oídos atentos a las reacciones del público y a sus cuchicheos. De ahí su transformación sobre el escenario y el tono jocoso de cada presentación, porque, en la práctica, se cree tímida.

Fue Luis Linares quien la convenció de probarse por fin en shows de cabarets, y de la mano de su cuñado Ulises Aquino, director de la compañía Ópera de la Calle, conoció al guitarrista y compositor Jorge Maletá Cociña, que terminó de “catar” su talento en bruto y la conclusión fue certera: “esta muchacha puede cantar lo que quiera”. Le regaló mucha música y un bellísimo tema que por años estuvo en la cúspide de su repertorio, Habanera a ti.

Al tiempo volvería a La Habana con un proyecto grandísimo y el susto atorado en el cuello. Interpretaría La salida de la Cecilia Valdés, de la zarzuela de Gonzalo Roig, y no sabía cómo mover el registro de su voz de lo popular a lo lírico. Con Ulises comenzó hacer las escalas y ajustar la tesitura hasta que estuvieron convencidos de que podía lograrlo.

Milagro de los Ángeles, soprano de la Ópera Nacional de Cuba, le entregó el casete con el original de la obra, un playback y el background. Lo normal hubiese sido trabajar al menos seis meses, pero ella en una semana ajustó tiempos, ensayó y subió al escenario, sin saberse la letra con exactitud, para ser un éxito rotundo, que terminó con el aplauso ensordecedor del público.

La grabación de ese día la guarda con celo, y aunque desde entonces quedó “encasillada” en este tipo de espectáculos, Marlenin siempre ha decidido su propio repertorio, ha trabajado sin cobrar un peso y otras veces ha ganado suficiente como para sentarse en casa a ver novelas una buena temporada.

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Posted by Juan Carlos Perez on Saturday, June 19, 2021

En lo adelante, romper el estereotipo de presentarse sin el cobijo de un teatro, y cantar rumba, serían otros de sus desvelos. Ni la imaginaban en una vertiente más popular ni ella terminaba de articular los resortes necesarios en la interpretación. El día que lo logró, le dedicó su primera rumba a Celeste Mendoza y se acabaron las supersticiones.

Se acostumbró a guardar telas, diseños, y a que los amigos le toquen la puerta un día cualquiera con un vestido de regalo. Entonces uno entiende lo que significa “vestir la canción”. Sí, a cada tema le busca la ropa adecuada.
Diseña en un papel lo que quiere y una amiga costurera le da forma a la idea. Así fue en cada festival Federico Sariol o Channy Chelacy en el que participó y donde ha encontrado las más grandes alegrías de su carrera porque, aunque no es adicta a los aplausos, decir que no los disfruta hasta el infinito sería absurdo.

Lo cierto es que cuando Eduardo Pino le mostró la canción Mi verdad y le pidió defenderla, ella aceptó con la condición de hacerle una nueva línea melódica. Y acertaron. Ese año se alzó con el Gran Premio, el Premio de Interpretación y el Premio al texto más poético.

Habla de su voz en los términos de un “don entregado para agradar y hacer feliz al resto”, del feeling como el género con el cual se siente más a gusto, y de Pancho Céspedes, Elena Burke, Moraima Secada y Omara Portuondo como los grandes paradigmas de su carrera.

A estas alturas no sabe cómo o cuándo llegará la celebración por sus 30 años de vida artística, pero tampoco se preocupa. Zanja el asunto acudiendo a la sabiduría popular y a eso de que la vida se encarga de ponerlo todo en equilibrio. Lo otro es que el espectáculo tiene que ser dirigido por María Teresa, y como la fidelidad a la palabra empeñada es otra de sus cualidades, habrá que esperar.


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