Ingenua emanación de cubanía

Lucía Watson fue una creadora de formación autodidacta, y versátil; la autenticidad de su obra la convierte en un clásico del arte ingenuo avileño

lucia watson autorretratoMayslettAutorretrato de Lucía Watson (Pintura)Ella atraía miradas, no solo en los entornos artísticos visuales, sino, también, en plena calle Independencia u otros lugares.La Watson, o Lucy como, cariñosamente, le decían algunas amistades, es recordada todavía en la memoria avileña. Se propuso triunfar, desde su acercamiento a las actividades de aficionados, hasta su debut en el Primer Taller Internacional de Arte Ingenuo (Mella, Santiago de Cuba); y lo logró.

El inicio de la insigne creadora Lucía Watson Newman (Ciego de Ávila, 4 de mayo de 1927-7 de marzo de 2011) está asociado a su versátil actuación en el Movimiento de Artistas Aficionados, desde 1972. A principios de la década del 70, decidió probarse como artesana y tuvo sus logros. Como resultado de sus experimentaciones, la artista no solo logró modelar, sino pintar. Incursionó también en la cerámica, rindiendo tributo a lo afrocubano.

Su dedicación artística se sustentaba en su posición religiosa, en su fe; además de su preocupación al respecto de las desgracias sufridas por África, lo cual confirmó al plantear: “Me interesa lo africano, no solo por mi raíz, sino también para rendir homenaje a ese sufrido continente”.

Sus creaciones grafican con plasticidad la riqueza simbólica presente en la religión de los orishas. Del imaginario religioso, interpretó lo afín con su contexto y con sus raíces mítico-religiosas, lo cual provee a sus obras de gran fuerza vital. Esto se conecta con la incorporación de sus vivencias familiares y sociales a sus obras. En su síntesis de los elementos del cristianismo y las ideas del culto africano, los elementos son interpretados, no de modo independiente, sino, tanto desde la realidad como desde la mirada transculturada de la artista.

Una de sus creaciones más trascendentales fue Miserere, materialización de su trabajo durante los años 1989 y 1990, a la que denominó como una instalación. Quizás el empleo del vocablo y tendencia en boga (instalación) fue un riesgo, pues se trató de un discurso plástico completamente atípico.

El proyecto artístico, desde su nominación hasta el modo de organizarse para ser expuesto, resultó una osadía.

Desde que la artista declaró su propuesta como una instalación, se impone pensar en el auge que tuvo el instalacionismo en la plástica cubana. En Ciego de Ávila hubo intentos fallidos al respecto, pues las exposiciones de aquella tendencia no contaban con las suficientes fortalezas morfoconceptuales y, por ende, la originalidad se ausentó. No obstante, Lucía Watson, desde su ingenuidad, se convirtió en algo excepcional, porque la ideó a partir de sus experiencias, desconocimientos e instintos. Recurriendo a presupuestos del diseño tanto del altar como del retablo, la creadora hizo una interpretación muy personal e impuso la sui géneris instalación.

Esta contó con 75 piezas, a través de las cuales asumió la Santería o Regla de Ocha como temática, relacionada con elementos del catolicismo. La capilla misericordiosa de la Watson, con su singular altar, se dispone en función de las nuevas imágenes concebidas por la artista. Entonces, lo que para el catolicismo sería, por ejemplo, la imagen del santo patrón por cuya advocación se erigió este espacio, en Miserere se convirtió en un espacio múltiple para todos los posibles fieles.

Fue a través del público de las artes visuales y, su espacio expositivo, la Galería de Arte Raúl Martínez —con la cubierta del inmueble—, que ella “bautizó” a sus fieles admiradores, logrando así un público el cual, en su mentalidad y, por ende, en el concepto artístico de la obra en general, fungió como feligresía cultural.

La instalación Miserere, desarrollada, tanto en concepto como en formas, a partir de la apelación a soluciones artísticas modernas, constituye la representación plástica de la religión transculturada.

Esta propuesta artística trascendió, además, por toda la animación incorporada a la misma por la artista. En el entorno de esa creación, la Watson elevó sus invocaciones, con la esperanza incluida, pues supuso que, dentro de ellas se realizarían milagros. La singular actuación de la creadora durante su comunicación con los orishas generó también el debut de principios del performance.

Para desarrollar su concepción artística, hizo un estudio sobre cada uno de los orishas, para reproducirlos y, al unísono, procuró preservar, a través del tratamiento técnico, su esencia mística. Algunas de las figuras presentes en este trabajo son Babalú Ayé (1989), Jarrón de Ochún (1989), Eleguá con garabato (1990), un busto masculino africano (1990), Libertad africana (1990), Polifemo (1990), tinajas y otras vasijas.

La obra de esta artista reinterpreta tanto el restablecimiento como la readaptación de los sistemas mágico y religioso originarios, componentes de la cultura popular tradicional cubana.


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