Si hace unos años nos hubieran dicho que los teatros cerrarían sus puertas, que las fiestas populares serían desterradas del calendario cultural y que los conciertos se disfrutarían vía online, probablemente no lo hubiésemos creído. Mucho menos pensaron los artistas que, de escenarios repletos, pasarían a sus espacios más íntimos de creación y a las grabaciones caseras para promover su obra y mantener vivo el apetito del público.
Entonces los aplausos llegaron en forma de likes, las emociones quedaron representadas por emojis, y los comentarios al pie de cada publicación sirvieron para el debate y para deducir cuán bueno o no fue el producto.
A estas alturas hemos comprobado que todo eso puede pasar en medio de una pandemia, incluso pudo ser peor si no se hubiese pensado a tiempo en la red de redes y en sus muchas posibilidades para presentar la cultura, que, como se ha dicho, salva y redime.
Sucede que estos meses de confinamiento han confirmado que la comunicación y la interacción no solo se producen cara a cara, sino que la multiplicidad de voces y la convergencia digital han definido también un nuevo paradigma para el consumo y producción de contenidos culturales.
Los museos alrededor del mundo se regodearon en el uso de la realidad aumentada y en las visitas virtuales guiadas; los libros digitales pudieron descargarse sin costo; creció la promoción de audiolibros y podcast; las plataformas de video en línea fueron usadas para contar historias; y las secciones culturales de periódicos y noticieros debieron reconstruirse bajo este influjo.
Cuba también delineó su propia estrategia. A pesar de las múltiples limitaciones tecnológicas, la transmisión de conciertos online fue de las primeras alternativas hasta que cada provincia del país modeló sus propuestas y, entre la improvisación y la buena factura, se concretaron los primeros proyectos. Bajo estos términos tampoco Ciego de Ávila renunció a que sus principales eventos fuesen realizados de un modo u otro.
Echando mano a las memorias, los testimonios de los participantes, y grabaciones, se llevaron a cabo el Festival Piña Colada, el Títeres al Centro, Molinos de Cuento y los Bandos Rojo y Azul de Majagua. Trovadores como Yoan Zamora y Héctor Luis de Posada le pusieron música a las vivencias del día a día, y los muchachos de Polichinela, en más de una ocasión, lanzaron mensajes de esperanza y colgaron sus obras a modo de desahogo.
Mientras, alcanzaron las bondades de una fase tres, que en los meses de julio y agosto mantuvo a raya a la COVID-19, para disfrutar del Salón Regional de Paisajes René Rodríguez, las Fiesta del 1ro. de agosto en Baraguá, y del estreno de la obra Seca, de Caminos Teatro.
Habría que decir que la Asociación Hermanos Saíz ha sido la liebre en esta carrera de resistencia, los primeros en aventurarse y quienes, por ende, alcanzaron una ventaja que hasta ahora no ha podido ser acortada, sobre todo, por la sistematicidad y el empleo de códigos dinámicos y atractivos para la web.
Es justo reconocer los esfuerzos de quienes han puesto sus propios recursos en función del arte, porque se sabe que son pocas las instituciones que tienen la conectividad requerida para transmisiones en vivo y los equipos tecnológicos idóneos para, por ejemplo, editar videos. Por eso, en muchas ocasiones, las iniciativas se sustentaron en los bolsillos individuales y en la inventiva de transformar la sala de una casa en un set de grabación.
También seríamos absolutos si dijéramos que todo ha fluido a la perfección o que el nuevo escenario no ha sido sinónimo de comodidad para quienes están distanciados de la dinámica de la web y ni si quiera han intentado estos otros modos de hacer.
No basta con un post o un video en las redes sociales para dar por zanjado el asunto y, en algunas ocasiones, se olvida —o se desconoce— un algoritmo que se afianza con etiquetas, palabras claves, mención a líderes de opinión, y con compartir en diversos grupos la información, con tal de alcanzar mayor número de vistas e interacciones.
Concordemos que de esta saldremos más fuertes, porque vivir al límite obliga también a soluciones extremas, y de lo que se trata es de que no pare el arte. Bienvenidos los arriesgados.