A las escondidas…y con aplausos en Ciego de Ávila

Cuando las luces se apagaron y solo resplandecía el escenario, todavía los artistas de Polichinela no sabían cuál elenco asumiría el estreno de la pieza A las escondidas. Esta sería apenas una singularidad, porque las demás sorpresas llegarían de a poco, con un diseño de vestuario sin grandes artilugios y un argumento parco en el empleo de títeres o esperpentos, pero desenfadado y agradable gracias a la actuación en vivo de los actores, su gestualidad y la música, razones que, apenas en los minutos iniciales, quedaron claras.

La historia transcurre en un reino donde cada planta y animal vive en perfecta armonía hasta que la aparente calma se ve trastrocada por la llegada de los gavilanes, prestos a devorar a cualquier ser vivo. No quedaba más opción que esconderse entre la floresta.

Eso lo comprendieron con rapidez la Abeja, el Sapo y el Lagarto y así se lo hicieron saber a su amiga Flora, quien desconcertada escucha con atención las habilidades de cada uno para mimetizarse con la naturaleza. Aterrados, pero sin intenciones de renunciar a su rutina, deciden jugar a las escondidas.

En el momento en que los gavilanes no encuentran presa y resuelven disfrazarse de “palomas coristas” para infiltrarse en el bosque sin ser descubiertos, sucede un punto de giro importante hacia la comicidad. Quienes habían permanecido escépticos hasta aquí confiaron en la propuesta, y con la entrada de la Torcasa las carcajadas no se hicieron esperar.

Este curioso personaje viste de modo estrafalario y no está al tanto de lo que ocurre, por lo que grita a voz en cuello, busca la acción, se jacta de su belleza y en un acto de puro narcisismo rechaza el amor del Sapo, ante la reprimenda generalizada del resto de los animales y la advertencia de buscar escondite.

Para entonces ya acechaban los gavilanes y, justo cuando se desata el caos, llega el final, y como casi todos, este también fue feliz. Los animales se rebelaron y luego de asestarles unos cuantos golpes recuperaron el control de sus vidas.

A las escondidas, Guiñol PolichinelaNo hubo tiempo para el cansancio en la sala Abdala

El texto original, fruto de la imaginación de Yosvany Abril, director de la compañía, más que grandilocuente o de vis cómica, es mesurado o casi escueto, al punto de poner en boca de cada actor los parlamentos precisos, sin dejar de aludir a los juegos de palabras, las verosimilitudes y el aprendizaje.

Quizás los ejemplos más precisos sean el uso del término mimetismo, entendido como la habilidad que poseen ciertos seres vivos para asemejarse a otros organismos o a su propio entorno para obtener alguna ventaja funcional, y la preocupación de uno de los gavilanes por dañar su moral masculina al tener que asumir el papel femenino y bailar.

La acertada caracterización de cada personaje a partir de la gestualidad y los movimientos, el uso de la voz, la deconstrucción del espacio, las figuras y volteretas trazadas sobre el tabloncillo y las aparentes coreografías interpretadas, resultaron golpes de gracia bien recibidos, que aportaron al dinamismo. Sin olvidar que el diseño de luces contribuyó también a transmitir sensaciones y atmósferas.

Lo otro sería reconocer el papel jugado por la música que, a cargo de Oscar Solís, apostó por lo tecno y ritmos populares en ese afán ya establecido de la compañía de congeniar con público adolescente y arrastrarlo hasta la sala Abdala.

Por eso, A las escondidas no va a ser disfrutada igual por un niño que por un adolescente, al inscribirse dentro de un nuevo lenguaje, que ya Polichinela esbozó con La carpetica de yarey, y confirma ahora con este estreno. Como resaltara el propio Abril, apenas es una obra en construcción y de seguro vendrán cambios. Bienvenidos sean si son para mejorar.


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