Días de historia

Mientras griegos y troyanos se enfrentaban en el papel entintado, a Tahimi Arroix Jiménez las horas se le escabullían en la biblioteca del preuniversitario Gregorio Benítez (Ceballos 3) donde muchas veces terminaban encontrándola. En ese entonces, la Ilíada de Homero le confirmaba lo que ya sabía: lo suyo eran las letras.

A esa edad, hablar de preferencias era un imposible que encontró rumbo cuando, luego de las primeras clases en la Universidad de Camagüey, acabó agradeciendo estar allí por la tercera opción de aquella boleta. Ahora la certeza tenía otro nombre y con la Licenciatura en Historia llegó la pasión que, a sus 30 años, la mantiene enamorada.

“Fueron tiempos intensos porque, contrario a lo pensado por los jóvenes de hoy, en la carrera no solo se estudian los sucesos de Cuba”, rememora, junto con los recuerdos de los tantos docentes que llegaban al aula hablando de las grandes civilizaciones que, apenas, conocía por películas.

De ellos heredó el entusiasmo con el que, a diario, les habla a sus alumnos de lo aprendido en los libros que pasaron por sus manos. También le debe a su profesora de Historia del Arte esa “manía” de mirar con otros ojos la arquitectura de las ciudades y las exposiciones de paisajismo tan disfrutadas.

Como suele sucederles a algunos recién graduados, la incertidumbre con la ubicación laboral no se hizo esperar. “Me ubicaron en otro lugar, para nada relacionado con la docencia. El rector de aquel entonces, Ramiro Castillo, se enteró de que, después de tanto tiempo, la provincia había recibido nuevos graduados en esta materia, habló y me trajo para el departamento.” De esa manera volvía a un lugar que, según confiesa, ya le había visto crecer, desde los tiempos en que su mamá impartía clases en la universidad avileña y ella le acompañaba.

Si bien la tradición le viene desde la abuela, para su primer turno de clases del semestre previó hasta el mínimo detalle, excepto aquel “Profe, ¿Historia de nuevo?, si ya hicimos una prueba de ingreso”. Esa fue la bienvenida de sus estudiantes y ante una interrogante como esa no pudo evitar incomodarse.

“Como sé que tienen una preparación básica para entrar a la universidad, trato de contarles lo desconocido de los hechos históricos para ellos y hacérselos más dinámicos”, ahí ha estado su fórmula durante estos años, a lo que agrega las visitas al Archivo Histórico Provincial Brigadier José A. Gómez Cardoso y al Museo Coronel Simón Reyes Hernández porque “la historia no debe ser del aula, ni de pizarras”.

Asimismo, se atrevería a narrar con lujo de detalles cada escena de la película El ojo del canario, de las tantas veces que la ha compartido con sus alumnos, pues “todos ven a ese José Martí de pensamiento grande, pero también hay que ver al humano, al que le corría sangre por las venas”. El Apóstol es su denominador común en clases.

Cuando hace un diagnóstico de su asignatura a quienes vencen una prueba de ingreso, no duda en reconocer al proceso revolucionario de la década del 30 como el de mayores vacíos. “Hay alumnos mejor preparados que otros, todo depende de dónde hayan estudiado antes y de los maestros precedentes”.

Por ello cree que un buen profesor de Historia ha de estudiar a diario, esa ha sido su máxima. Al menos ella prefiere “estar preparada”, de ahí que no conciba un historiador ajeno a bibliotecas y archivos.

Ni siquiera tiene que pensarlo mucho para dar todos los argumentos que convencen de que el pasado de Cuba y su cultura van de la mano. Sin embargo, se atrevería a poner en la misma balanza a lo local, como ese “lado descuidado” que siempre ayuda a recordar de dónde venimos y al que debe el orgullo de haber descubierto que su abuela confeccionaba brazaletes para el Movimiento 26 de Julio.

Así se lo han confirmado los hechos. “Hoy le preguntas a un joven universitario avileño qué significan los elementos del escudo de la ciudad y no sabe responderte. De igual manera desconocen a muchas de las personalidades que hicieron por esta provincia”.

• Lea aquí Historia de pueblo.

Bajo la creencia de que un historiador debe conocer su país, en su larga hoja de ruta siguen como pendientes por visitar el Presidio Modelo en la Isla de la Juventud y la ciudad de Pinar de Río; al igual que lo está el anhelo de poder conversar con el historiador de la ciudad de La Habana, el Dr.C. Eusebio Leal Spengler, con quien ha coincidido en par de ocasiones. Esa oportunidad, sin dudas, clasificaría entre sus mayores dichas.

Su modestia solo le permite definirse como “una aprendiz de la Historia”, esa que conoció por casualidad y desde entonces marca cada uno de sus días.


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