Ciego de Ávila vs COVID-19: El anonimato desde un laboratorio

Las historias de quienes enfrentan hoy la Covid-19 en Cuba pueden, a simple vista, perturbar o apasionar, pero puestas en contexto y en medio de una epidemia son tan inevitables como los esfuerzos por lograr una vacuna o el desconsuelo que va dejando la muerte. Un intensivista hoy, mañana un voluntario, y luego un internacionalista ha sido el punto de inflexión necesario para descubrir los nombres de miles en esta tragedia de millones, de la que tampoco hemos salido sin lágrimas.

Dicho así se generaliza la vocación y el empeño de quienes de muchas maneras salvan y entregan sin esperar nada a cambio. Más o menos de este modo se explica, también Arlet Rodríguez Broche, la muchacha de 23 años que dejó el laboratorio que conocía en el Policlínico Doña Emilia, de Majagua, para venir a otro improvisado y de campaña en la Universidad Máximo Gómez Báez, donde funciona un centro de aislamiento para casos sospechosos a la Covid-19.

Aunque habría que decir que ella es más escueta y resuelve cualquier pregunta con apabullante sencillez: “Vine porque necesitaban mi trabajo, otros lo habían hecho antes y yo no podía negarme.”

Entonces tras la delgadez, que obliga al doctor Clodoaldo González Paz, responsable de Asistencia Médica en la institución, a decir que es la “consentida” del grupo y que todos se preocupan por su alimentación, cualquiera descubre a una persona que no busca palabras rebuscadas y si tiene algún adjetivo es solo para su trabajo, ese que hace con esmero, tanto como lo merece la situación actual, pues si bien la enfermedad se mueve en el ámbito de lo favorable en el país, el asunto está lejos de terminar.

El laboratorio quedó dispuesto en el espacio ocupado antes por uno de Fisiología Vegetal. Digamos que es un aula espaciosa que conserva aún sus mesetas azulejeadas y algún que otro equipamiento obsoleto, pero seguro muy ilustrativo para quienes reciben clases y tratan de experimentar con lo que hay y no con lo que deben.

En este ambiente se introdujo un microscopio óptico, tubos de ensayo, láminas de cristal, los reactivos imprescindibles y una máquina para realizar todas los pruebas relativas a la química sanguínea, pues la vigilancia de síntomas respiratorios y el aislamiento significa también la toma de muestras para análisis complementarios, más cuando los pacientes presentan enfermedades asociadas que exigen extremar la prevención.

Cada mañana viste su sobrebata verde, guantes y gafas protectoras y entra a la zona roja con la bandeja de acero que siempre la acompaña. Toma las muestras, se desinfecta y comienza esa otra rutina de trabajo, precisa y rápida, que al cabo de tres horas le permite tener a mano los resultados, que derivarán después en decisiones médicas.

La variedad de exámenes oscila entre el leucograma, la cituria o los parámetros del coresterol, la glucosa y los triglicéridos, y ante el cuestionamiento sobre la confiabilidad de los resultados bajo esas condiciones se permite palabras más complejas como la Reproducibilidad y la Repetibilidad ante un falso negativo o positivo, y recalca la importancia de la fase preanalítica en el bioanálisis clínico, especialidad en la que se licenció al cabo de cinco años, no por casualidad, sino por conocimiento.

Aun cuando su experiencia acumula solo nueve meses y pudiera parecer Majagua un universo pequeño, ha sido la práctica diaria la mejor garantía de aprendizaje y satisfacción porque donde no llega el método clínico o una radiografía lo hace Arlet desde el anonimato de su laboratorio con los instrumentos y técnicas que conoce al dedillo.

Antes otra joven de Majagua ocupó su puesto y se supone que después alguien más la sustituya, sin embargo lo que no debe variar es la certeza que la acompañó a ella: “la de estar en el lugar indicado y en el momento justo”.


Escribir un comentario


Código de seguridad
Refrescar