Ya sabía que iba a ser un verano distinto. Bueno, en verdad no hay veranos iguales. No creo que a nadie se le haya ocurrido tomar fotografías de ellos para compararlos. De todas formas, sí hay una verdad: los veranos cubanos se parecen.
No me refiero a que en unos haya más calor que en otros, de lo que se trata es de que, en estos meses de julio y agosto, uno sepa cómo disfrutar y reír. En eso somos campeones los cubanos.
Bueno, ¡en tantas cosas! Y ustedes saben, amigos lectores, que no es cosa de juego afirmarlo.
Porque, por ejemplo, para algunos el verano es subir el volumen a todo dar para escuchar el “numerito musical” preferido. Y lo pongo entre comillas, porque aún espero por la disertación de un musicólogo que me explique por qué algunas manifestaciones del reguetón constituyen música y no martirio.
Pero bueno, también es verdad que para gustos se hicieron los colores, por eso no quiero ser un enemigo de los admiradores del género, pero, por favor, suavecito con los altoparlantes, que en mi cuadra hay personas viejas, pero no sordas.
Lo que no deseo es que esta vez se repita lo del pasado año, cuando visité por una semana un campismo y tuve la dicha de ser vecino de un reguetonero empedernido.
A veces creo que es mejor cambiar de gustos y ser yo también uno de esos que tararean melodías “reguetonífelas”.
No obstante, como bien definió Ramazzotti, no el cantante, sino el personaje de la capital avileña: “No hay nada mejor que joder”. Y si eso es divertirse, pues seamos todos unos jodedores. ¡A divertirnos en verano!