Editorial: Victoriosos en julio como en enero

Siempre se ha dicho que enero es un mes de victorias, porque confluyen en su primer día el comienzo de nuevos ciclos y el aniversario del triunfo de la Revolución cubana. De alguna manera Fidel, con esa luz larga, temeridad y optimismo que siempre tuvo, previó que, entrando a Cuba el 30 de noviembre de 1956, al final del año (que es lo mismo que el inicio del otro) serían libres o mártires. Le tomó más tiempo, es cierto. Pero aquí estamos.

Como sabemos, aquella certeza había fraguado en julio de 1953. En la mañana de la Santa Ana un grupo de imberbes hizo lo impensable. Dos años después, también en julio, el líder de aquella generación partió hacia México con la convicción de que “no queda más solución que la del 68 y el 95”.

¿A qué se refería? Precisamente el séptimo mes del año tenía las respuestas: en julio de 1873 Máximo Gómez se hacía cargo del mando del Camagüey, tras la muerte en combate de Agramonte; en 1895 Maceo demostraría su capacidad de líder militar en Peralejo, incluso después de una traición. No buscaremos más “coincidencias”.

La historia de la nación está preñada de hitos que podrían llevarnos a tejer cábalas entre fechas y períodos, causalidades y casualidades. Nadie dudaría, no obstante, que ciertas conexiones están ahí para hacernos creer en algo más que los números o las palabras. Por eso ahora que empieza, otra vez, julio, aparece como tantas veces ya, como un momento crucial.

Será el mes para superar una contingencia energética que no por conocida incomoda y ensombrece menos; será el tiempo para disfrutar mejor lo que con el propio esfuerzo seamos capaces de gestionar, sin la amenaza de una pandemia —superada por la fuerza de un país y sus científicos (por cierto, el 1ro. de julio de 1986 Fidel inauguró el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología)—. Y también será un tiempo para seguir trabajando duro.

No en balde le dedicamos al 26 los esfuerzos más denodados. Sabedores de que no habrá nunca cómo igualar la entrega de aquel amanecer, insistimos en ponerle sudor a la obra que se forjó con sangre. Allí donde muchos ofrendaron sus vidas, toca ofrendar hoy el compromiso de seguir construyendo justicia social y bienestar para todos.

Construir, no prometer. Como Fidel, no decimos “vamos a hacer”, sino “estamos haciendo”. Y julio tiene ese signo, el de la creación, el del trabajo. Terminaremos coincidiendo en que el año debería tener más meses como este, pero acaso todo lo escrito no es más que un pretexto para enamorarnos de la idea martiana: “cultivo una rosa blanca en julio como en enero”.

Decía Martí cultivar, que es lo mismo que sembrar. Sembremos.


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