Editorial: Exactamente lo que somos

El destino de Cuba, desde aquel 10 de octubre con Carlos Manuel de Céspedes arengando a los esclavos recién liberados —quizás también desde antes—, es dicotómico y antagónico. En el preciso instante en que las ideas emancipadoras tomaron cuerpo en la Isla se supo lo inevitable: la lucha sería de independencia o muerte.

Tal convicción estaría presente luego, cada vez que los mejores hijos de esta tierra intentaron conquistar la libertad. ¡Tierra o sangre!, gritaron en Realengo 18. ¡Vergüenza contra Dinero!, el último aldabonazo de Chibás.

Un Raúl Gómez García, poeta y periodista, leería con vehemencia, en la mañana de la Santa Ana, aquellos versos enardecidos, definitorios. Ya estamos en combate... ¡Adelante! (…) Luchemos hoy o nunca por una Cuba sin esclavos (…).

Con el agua al pecho y enredados en los mangles de Las Coloradas, 82 expedicionarios repitieron para sus adentros lo dicho por Fidel en los salones del Palm Garden, número 52 de la Octava Avenida de Nueva York: "Puedo informarles con toda responsabilidad que en el año 1956 seremos libres o seremos mártires.”

Y, cuatro años después, en marzo de 1960, con la Revolución apenas comenzando a cumplir lo prometido en el juicio del Moncada, mientras se despedía el duelo de las víctimas del sabotaje al barco La Coubre, en medio de una multitud llorosa y dolida, otra vez Fidel, preclaro. “(…) nuevamente no tendríamos otra disyuntiva que aquella con que iniciamos la lucha revolucionaria: la de la libertad o la muerte. Solo que ahora libertad quiere decir algo más todavía: libertad quiere decir patria. Y la disyuntiva nuestra sería ¡Patria o Muerte!”

Se puede trazar una línea recta que conecte todos los momentos en que Cuba y su pueblo estuvieron ante esa disyuntiva. Una línea recta que se resume en apenas dos palabras, ahora aunadas con el signo de estos tiempos, #SomosContinuidad. Una disyuntiva que desde 1960, o mejor dicho, desde siempre, tiene una sola respuesta: ¡Venceremos!

Venceremos es, a su vez, la confirmación de que no se lucha porque sí, sino porque es lo justo y porque al final de la batalla se ansía ganar para cumplir los anhelos de tanta gente. Habrá quien lo repita como una consigna de otro tiempo, pero son más los que saben que encierra exactamente lo que somos: un pueblo de ¡Patria o Muerte!, que no cree en medias tintas ni entrega la bandera sin pelear.

Lo saben todos los enemigos en estos más de 150 años de manigua, sierra y llano redentores. Lo aprendió rápido ese nuevo enemigo público con una sigla por nombre. El 20 de marzo último, ante todo el país, el Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez le plantó cara a la COVID-19 y reconstruyó la frase, porque ya lo había cantado el poeta, nadie se va a morir, menos ahora, que el canto de la Patria es nuestro canto. Viviremos y venceremos, dijo, y le creímos.

¿Por qué no hacerlo? ¿Cuándo le falló Cuba a su disposición de seguir adelante, sin importar el tamaño del obstáculo?

Como quien construye su propia senda, sabiendo, no obstante, que camina sobre los pasos de otros, Díaz-Canel volvió a hablar hace unos días desde la certeza de vivir y vencer al coronavirus y, con esa misma fuerza, ponerle el pecho a cualquier otro pesar.

Frente a un contrincante que se antoja demoledor, una suma de bloqueos y persecución, y una crisis económica con mucho de nuestros propios errores; el Presidente llamó a echarnos sobre los hombros este país, pensar y consumar la aspiración de prosperidad y justicia social para todos.

Dijo y repetimos, porque la línea recta de la que hablábamos comienza en La Demajagua, no se fue del todo a bolina en el ’33, triunfó en el ’59 y llega hasta hoy, sin perder la firmeza en el trazo: “¡Fuerza Cuba, que seguiremos viviendo, impulsando la economía y venciendo!”


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