Coronar la vida

Acostumbrarnos en lo adelante a que un beso puede ser tan dañino como la tos o un estornudo será difícil, tanto como amalgamar una eficaz estrategia de prevención que inicie en cada aeropuerto y punto de entrada al país y termine en las casas, cuando el lavado constante de las manos con agua y jabón asegure la higiene. Pero como en lograrlo se cifra hoy la vida, nadie hace concesiones a la posibilidad de fallar.

Es que la COVID-19, enfermedad infecciosa ocasionada por un nuevo tipo de coronavirus, después de dos meses desde su aparición en China, en la provincia de Wuhan, se ha extendido con rapidez por el mundo. En los últimos días de febrero llegó a América Latina y el Caribe, y a estas alturas ya Cuba ha registrado los primeros casos.

Si bien la Organización Mundial de la Salud ha explicado que las posibilidades de desarrollar una enfermedad grave se da en una de cada seis personas, no hay esfuerzo en vano ni precaución excesiva.

Permanecer alerta ante cualquier síntoma, aunque se descarte después, mantenernos a más de un metro de distancia de alguien enfermo, usar el nasobuco cuando sea indicado, desinfectar las superficies y el lavado constante de las manos, parecen ser las medidas más eficaces para prevenir el contagio.

Lo otro sería la responsabilidad individual de saber conducirnos ante la amenaza de una epidemia y el enfrentamiento a cualquier conducta de riesgo. De la escuela, a la comunidad, las organizaciones políticas y de masas, y los centros de trabajo, se dibuja un radio de acción indeleble.

El personal de salud se capacita, se asegura el estado de los colaboradores internacionalistas, el país garantiza los insumos necesarios y cada provincia evalúa su plan para reducir riesgos frente a la enfermedad. Nada se ha dejado al azar o la improvisación, porque de lo que siempre se ha tratado es de preservar la vida y en eso los cubanos tenemos experiencia suficiente.


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