¿Qué hacer para despojar la apatía, el desinterés, la chapucería que a ratos nos corroe desde los diversos escenarios del actuar cotidiano, con énfasis en nuestros barrios y comunidades? ¿Cuánto más podemos hacer desde la actuación de cada cual para cambiar la realidad en bien de todos?
El espíritu de transformación constante al que por naturaleza está abocada el proyecto de construcción socialista, inacabado, imperfecto y sometido a las más fuertes amenazas, no puede desligarse del concurso de las masas como actores principales, más allá de convocatorias de turno o el impulso de determinado funcionario o coyuntura.
Se precisa entonces despojarnos de los formalismos que pudieran entorpecer la participación popular genuina para desatar la creatividad de la población en solucionar sus problemas. Ejemplos existen en que, con muy pocos recursos, desde el esfuerzo, el actuar consciente y coordinado los vecinos, se ha eliminado un foco de suciedad, convirtiéndolo en espacio de esparcimiento para grandes y chicos, apoyado a personas en situación de vulnerabilidad o crear proyectos culturales y otros que generan nuevos empleos.
Desde hace un tiempo atrás Ciego de Ávila vive jornadas de transformación constructiva en hospitales, en comunidades, también la última semana del mes se desarrolla el movimiento Abrazando el barrio para la limpieza e higienización de las zonas urbanas, pero si la gente no se siente partícipe se perderá esa obra.
De ahí la importancia de engrasar y fortalecer los mecanismos de la “maquinaria” que asegura la participación del pueblo en la solución de sus problemas, a partir de la creación de posibilidades, estructuras y condiciones.
Se trata de ofrecerles a las personas la oportunidad de ser forjadoras de su propio destino dentro de la comunidad, de que cada quien encuentre su lugar y función, en ese andar “alzando al perezoso, sumando a los demás”, como cantara el trovador. Más personas como sujetos, en vez de objetos de los cambios, sin limitarse solo a proponer demandas o recrear una participación formal. O lo que es lo mismo, activar los mecanismos necesarios para convertir en tendencia, nuevamente, el sentido de pertenencia y la responsabilidad social que ha caracterizado a los cubanos en pos de una sociedad más humanista.
Que cada vez se entienda mejor las nociones del trabajo comunitario integrado como la vía para que organismos y entidades aporten en la solución de los problemas perentorios de los barrios, siempre que los recursos lo permitan, más allá de un acto de maquillaje para cumplir una tarea.
El amplio proceso legislativo vivido en Cuba durante los últimos años a partir de la nueva Constitución de la República, los debates sobre el Proyecto del Código de las Familias y numerosas leyes, han puesto de manifiesto que tan importante como la cultura de la participación es la de la deliberación. Educarnos sobre nuestros derechos para ejercerlos mejor.
Como expresara Olga Pérez Soto, doctora en Ciencias Económicas y profesora titular de la Facultad de Economía de la Universidad de La Habana: “La naturaleza de la participación es, ante todo, esencialmente emancipadora. Debe estar pautada por la voluntad de la mayoría y, al mismo tiempo, necesita ser inclusiva, plural, diversa y no discriminatoria, para lograr avanzar en la construcción de ese tejido social”. Un acto profundamente democrático que ha de ser indisoluble a nuestro proyecto socialista, sin lo cual no es sostenible.