La estafa de la pasta de tomate

La denuncia del plagio a una marca comercial de Ciego de Ávila provoca otras reflexiones

Con su respuesta por WhatsApp, Arliety Gutiérrez Pérez, directora de la Comercializadora de la Agroindustrial Ceballos, desenredó el nudo en mi cabeza luego de que un amigo santiaguero me pidiera que halara la madeja de una pasta de tomate que no sabía a tomate ni debía ser, por su dudosa calidad, de la empresa avileña; pero tenía la etiqueta.

Mi amigo compró la lata una tarde soleada, de esas tardes que sobran en Santiago de Cuba, incluso en febrero, porque quería “comer rico”. Lo pensó casi media hora, tratando de sobreponerse a la idea fija —y comprobada en su experiencia de cliente insatisfecho— de que el puré de tomate está hecho, en realidad, de frutabomba. Ya se iba cuando su voz interior lo obligó a volver. “Confías en la marca Ceballos, compra”, se dijo.

Llegar a casa y abrirla fueron dos operaciones más demoradas que comprobar su intuición: no era pasta, sino puré, sabía a frutabomba y a algo picante.

Luego fue a Facebook y se desahogó, pasándome el dolor de cabeza y la encomienda de llegar hasta el final de la estafa: ¿Estaba mermando la calidad la empresa avileña? ¿Aquella lata había salido realmente de los almacenes de Ceballos?

Con el supuesto número de lote y folio, y la fecha de fabricación en su poder, la directiva puso en entredicho, de inmediato, la veracidad del producto. Para empezar, la numeración del lote y del folio era apenas un garabato ininteligible. Luego, aunque en la fecha estaba marcado el mes de enero, la serie de la etiqueta llegaba solo hasta 2017.

 pasta tomate

Por último, aportó los datos que terminarían por comprobar la estafa: “las ventas de la Pasta de Tomate en 2021 estuvieron en el orden de las 44 429 latas, de ellas 23 000 destinadas al Turismo, y el resto a la venta mayorista. En 2022 la Empresa solo produjo un total de 19 795 latas, de ellas 16 325 comercializadas directamente con el Turismo y clientes que retornan capacidad líquida; el resto se destinó a la comercialización mayorista”.

En el caso del Puré de Tomate, en 2021 no se produjo en formato de 3,2 kilogramos. En 2022 se envasaron 35 811 latas, que fueron destinadas, fundamentalmente, al Turismo, con ventas concentradas en los meses de junio, julio, agosto y septiembre.

Según Gutiérrez Pérez, estas cantidades no son representativas de las ventas históricas de la empresa. Cualquier avileño podría atestiguarlo, dadas sus ausencias de los principales mercados de la provincia. En enero de 2021, además, directivos de la entidad reconocían el déficit de latas y la irrentabilidad de ese formato, al tener un precio topado centralmente.

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Lo cierto es, sin embargo, que el auge de la marca DCballos y su presencia en casi todo el país antes de la COVID-19, fue aprovechada “por elementos inescrupulosos que han introducido un producto que no es nuestro con nuestra marca comercial. No es la primera vez que la Empresa Agroindustrial Ceballos se ve envuelta en una situación de plagio”.

Después de los primeros reportes de estafas y plagios en 2014, la empresa comenzó a imprimir marcas en la tapa de los envases (aunque no pudo sostenerlo en el tiempo) y fortaleció sus mecanismos de acción ante denuncias de los consumidores, así como certificó con la norma ISO 9001 todas sus producciones.

Pero en el mismo post de mi amigo santiaguero otras personas, residentes en La Habana, Camagüey y hasta en Ciego de Ávila, dijeron haber sufrido el mismo engaño.

En el caso narrado, es evidente que se empleó la etiqueta diseñada para Ceballos en un producto falso. Restaría saber si la etiqueta salió de la entidad o del lugar donde se imprimió, sin olvidar el detalle de que su serie solo llega hasta 2017; por tanto, no sería un “escape” reciente.

No obstante, queda en el aire el sentido de la indefensión de clientes poco instruidos, necesitados o confiados ante delitos de esta naturaleza. Queda, también, la escasísima observancia de las autoridades locales, que permiten las ventas directas de productos sin exigir documentos mínimos, como facturas, declaración de conformidad o lugar de procedencia. Y queda, sobre todo, en entredicho el prestigio de una empresa avileña cuya marca comercial funge casi como denominación de origen para la provincia. No son pocas cosas a salvaguardar.


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