Bancarización: segundas impresiones

Lo que hemos visto, a casi dos meses de la entrada en vigor de la Resolución 111, y a pesar del crecimiento en algunos indicadores, es que se mantiene la tibieza en ambos sectores, estatal y privado

Lo señalado por el primer ministro Manuel Marrero Cruz en la reunión de Consejo de Ministros del mes de agosto fue portador, a mi juicio, al menos de una de las claves por las cuales el ya en vigor proceso de bancarización —amparado en la Resolución 111 de 2023 del Banco Central de Cuba— recibió múltiples cuestionamientos en sus primeras semanas de puesta en marcha.

Dijo Marrero que “muchas entidades estatales, a pesar de que es una estrategia que lleva varios años, han hecho muy poco a favor de esto”, algo que había adelantado varias semanas antes al comentar, coloquialmente, que en China, por ejemplo, cada “candonga” tenía Terminales de Punto de Venta (TPV), los conocidos POS (por sus siglas en inglés), para el pago de las mercancías.

Resolución 111 de 2023 del Banco Central de Cuba

A esa tibieza del sector estatal en asumir los canales electrónicos como mecanismo de cobro, el primer ministro la interpelaba con estas preguntas: ¿qué actividades son las que más demanda la población y cuánto se ha avanzado en la bancarización de ellas?, ¿qué me queda por bancarizar?, ¿qué servicios u ofertas puedo brindar sin que medie el efectivo? A lo que yo agregaría, ¿por qué no se adelantó más, en un proceso a todas luces necesario e inevitable?

Tales interrogantes amparan de cierta manera a una parte de la opinión pública que cuestiona cómo se avanzará en esa dirección ahora (lograr que cada establecimiento comercial, estatal o privado, tenga su TPV o código QR, ¡y que los usen!) —aunque el movimiento se plantea como gradual—, cuando el país atraviesa por una crisis multidimensional, agravada por los efectos del bloqueo que, no por conocidos y aplicados, hasta el genocidio impactan menos.

Digamos primero que bancarizar no es exactamente lo mismo que digitalizar las operaciones financieras, aunque, en el caso particular nuestro, esa digitalización sí se puede asumir, por cuanto no existen soportes o aplicaciones alternativas. Es hacer que todos los flujos pasen a través de los bancos, favoreciendo así la transparencia, trazabilidad y agilidad de las transacciones. Anoten esos tres conceptos.

Lo que hemos visto, a casi dos meses de la entrada en vigor de la Resolución 111, y a pesar del crecimiento en algunos indicadores (que refuerzan el carácter gradual de la medida), es que se mantiene esa tibieza en ambos sectores, estatal y privado, de cara al mandato de la norma, tal cual lo evidenció un reciente reportaje de Invasor sobre el uso del código QR; unas veces por desconocimiento y otras por simple y llana desobediencia, “si total, eso nadie lo controla”.

El largo (y no tan rápido) camino del código QR

Parecería que a la sombra del “despacito” también se guarece la obligatoriedad de depositar diariamente para entidades del estado y nuevos actores económicos. En consecuencia, los bancos continúan operando con el efectivo mínimo y de puertas para afuera las colas no menguan; quien tenía cuatro pesos en una cuenta bancaria ahora los quiere debajo del colchón; y no todos están dispuestos a transparentar sus operaciones. De todo hay en esta viña.

Sin embargo, la propia Resolución 111 es explícita al reconocer “el incremento del uso del dinero en efectivo en las transacciones económicas y financieras” como una causa directa del retroceso de la bancarización, lo cual está estrechamente ligado a la disminución de la oferta en la red de tiendas y establecimientos estatales, la no incorporación del pago electrónico a la mayoría de los servicios, y el incremento del mercado minorista donde los actores no estatales llevan la voz cantante.

En función de sus mecanismos de aprovisionamiento —y también de la evasión fiscal, no es menos cierto—, un segmento de esos nuevos actores ha mantenido fuera de las sucursales bancarias una cantidad de efectivo significativa, a fin de adquirir divisas en el mercado informal a los precios crecientes de los últimos seis meses, por no ir más lejos. A ello se suma el movimiento migratorio, que también convierte CUP en USD. O sea, las lluvias que trajeron estos lodos no son del todo nuevas.

Por tanto, a la par de avanzar en cuestiones como la domiciliación de nóminas, la ampliación de servicios y el incremento de la oferta con pago electrónico, también habrá que resolver las distorsiones referidas al acceso a las divisas para cerrar los ciclos financieros de todos los actores; porque, de lo contrario, continuará sucediendo lo que hasta ahora: la gente recibe su dinero en tarjetas, pero luego congestiona los cajeros, porque una parte de la vida está montada sobre el efectivo. Y no es una pequeña parte, estamos hablando del acceso a la comida (que no es canasta normada), la ropa, los zapatos, el transporte, las divisas…


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