Peligro en el aire

Por Neilán Vera Rodríguez
Fotos: Eric Yanes y Jorge Luis Sánchez Rivera/Cubadebate
¿Qué regulaciones evitan que la fabricación de carbón vegetal afecte la salud de las personas? INVASOR indaga…

El olor medio áspero, sutil, de la madera quemada resurge a cada rato y envuelve al caserío. El humo blanco llega y se va, de acuerdo con la dirección del viento, pero el tufo del horno de carbón muerde las fosas nasales y amenaza con seguir allí, impertinente, por unos cuantos días; hasta que el carbón esté listo. Por las noches, si hace un poco de frío, puede verse una niebla densa, blancuzca.

Los vecinos del lugar —la comunidad de Mamonal, en el municipio de Majagua— se quejan por lo molesto del humo, porque el olor se impregna en las ropas, porque los asmáticos se fatigan, pero nunca pasa de eso: un reproche momentáneo, dicho donde nadie lo oye, más por exteriorizar la molestia que por cambiar la situación.

La mayoría no sabe dónde exactamente se encuentran los hornos, ni quiénes los fabrican, pero “sufren” la humareda con más frecuencia y paciencia de lo razonable, a veces sin imaginar todo el riesgo que flota en el aire y que llevan hasta sus pulmones en cada respiración. Si lo supieran, quizá los reclamos y las alertas a las autoridades hubieran sido más urgentes y repetidos, hasta que alguien tomara cartas en el asunto.

Los caminos del carbón

El humo que a cada rato envuelve a los vecinos de Mamonal sale de unas curiosas lomas de tierra: los hornos de carbón. Dentro, los leños se amontonan y arden a más de 400 grados Celsius y, a través de una pequeña abertura en la pila de tierra, expulsan al ambiente la blanquecina fumata de gases.

Esa combustión incompleta, debido a la escasa presencia de oxígeno dentro del horno, produce carbón en un período que puede fluctuar entre 6 y 20 días, de acuerdo con la cantidad de madera utilizada y a la forma particular con la que cada hornero hace su trabajo.

Se trata de una técnica antiquísima, practicada en los campos cubanos, que ha recuperado algo de atención en la actualidad, al ser el carbón vegetal un producto muy demandado en el mercado internacional. Generalmente, los carboneros usan como materia prima el tronco de marabú y cobran bastante bien cuando su producción tiene calidad.

Además de su exportación hacia Europa, la demanda del producto también aumenta dentro del país, al constituir una alternativa ante los apagones, en aquellos hogares que no cuentan con gas licuado para cocinar: sobre todo en las zonas rurales, el carbón se ha convertido en un elemento imprescindible para la cocción de alimentos.

Sin embargo, como toda actividad económica, la fabricación de carbón vegetal necesita regulaciones claras para evitar posibles daños a la biodiversidad, al medio ambiente y a la salud del ser humano.

En busca de información sobre el tema, Invasor contactó con Emilio Alma Delgado, director de Producción e Industria de la Empresa Agroforestal de Ciego de Ávila, quien conoce de cerca el arduo proceso de convertir la madera en carbón. “Primero necesitas una autorización del Servicio Estatal Forestal, para obtener leña de un bosque. Luego, el Cuerpo de Guardabosques inspecciona el lugar donde construirás el horno y controla que existan las condiciones necesarias. Solo entonces recibes el permiso de fuego”, explica.

inter carbon “¿Condiciones indispensables para el permiso? Que en un radio de tres metros alrededor del horno no existan hierba ni otros materiales combustibles, que haya agua para sofocar un posible foco de incendio, que no falten el pico y la pala, y que, una vez elaborado el carbón, este se extraiga antes del mediodía.

“Es complicado evitar que el humo de los hornos afecte a los poblados cercanos. Eso me tocó vivirlo en Los Naranjos, Ciro Redondo, donde muchísimas veces recibí e intenté solucionar las quejas de la población, primero como presidente del Consejo Popular y luego como jefe de Producción de la Unidad Empresarial de Base en la que trabajaba. La gente sentía el humo… y eso que los hornos se construían a más de un kilómetro del poblado”, recuerda Emilio.

Acá, una pequeña acotación. Según la norma cubana 39:1999, emitida por la Oficina Nacional de Normalización, la producción industrial de carbón vegetal debe ubicarse, como mínimo, a 500 metros de las viviendas de las personas; una distancia que, a todas luces, resulta insuficiente.

Por su parte, Mario Andrés Hernández Pulido, del Servicio Estatal Forestal, señala que actualmente su entidad no impone restricciones para el uso del marabú —la madera más utilizada— como materia prima para los hornos de carbón.

En el caso de los permisos de fuego, cabe suponer que muchas veces, como en el caso de los hornos de Mamonal, la fabricación artesanal de carbón se salta las regulaciones de los organismos competentes y transcurre al margen de la ley.

El aire trae sorpresas

Los residuos generados por la carbonización de la madera contienen altas cantidades de monóxido de carbono, alquitrán, benceno, hidrocarburos aromáticos y otras sustancias que, a largo plazo, pueden dañar la salud. Sin embargo, la generación de carbón vegetal no solo produce gases: también lanza al aire partículas finas —más delgadas que un cabello humano—, que suponen una amenaza adicional.

Estas partículas minúsculas no pueden ser detenidas por puertas ni ventanas cerradas, ni tampoco por la nariz y el sistema respiratorio superior humano, por lo que penetran en lo más profundo de los pulmones, permanecen allí por meses y provocan cambios estructurales y químicos en estos órganos.

 carbon

De acuerdo con la Agencia de Protección Ambiental estadounidense, las partículas finas también generan bronquitis, neumonía, asma, irritación en los ojos, infartos de miocardio, insuficiencia cardiaca, además de numerosos daños pulmonares, que son frecuentes en periodos prolongados de exposición.

“¿Qué regulaciones existen hoy en Cuba para evitar la exposición a estos gases nocivos?”, se preguntará el lector. Habría que citar el artículo 75 de la Constitución de la República de Cuba, que asegura a todas las personas el derecho a “un medio ambiente sano y equilibrado”, lo que haría suponer que al Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA) corresponde dictar las medidas necesarias en este asunto.

Sin embargo, desde la Delegación Territorial del CITMA aclaran que es el Centro Provincial de Higiene, Epidemiología y Microbiología (CPHEM), la autoridad encargada de regular el impacto de los hornos de carbón sobre la salud humana. “De acuerdo con la Ley 150/2022 Del Sistema de los Recursos Naturales y el Medio Ambiente, es competencia del Ministerio de Salud Pública (MINSAP) enfrentar el impacto de la contaminación ambiental que afecte la salud humana”, explica a Invasor Heberto Fernández Buchillón, director de la Oficina de Regulación y Seguridad Ambiental del CITMA en Ciego de Ávila.

La citada regulación coincide con la Ley de Salud Pública, aprobada en 2023, que reconoce al MINSAP la responsabilidad de dictar “las normas técnicas para prevenir, controlar y erradicar todo tipo de emanaciones que afecten los sistemas respiratorio, auditivo y visual, así como otros posibles daños a la salud humana”.

No obstante, es aquí donde aparece el vacío legal.

“La única disposición que pudiera regular la emisión de gases tóxicos, como los generados por la fabricación del carbón vegetal, es la norma cubana 39:1999, sobre la calidad del aire en procesos industriales, pero esta solo aplica a empresas y otras instituciones, no a personas naturales”, explica la ingeniera Dania Díaz Hernández, especialista del CPHEM.

Al no existir una disposición clara al respecto, consideran en esta dependencia del MINSAP, el problema tendría que tramitarse a través de la Policía Nacional Revolucionaria, los órganos locales del Poder Popular o los tribunales, en un litigio por relaciones de vecindad.

Regular y alejar

Mientras tanto, cada pocos meses, continúa en Mamonal —¿y en cuántos otros asentamientos del campo avileño?— el dilema de un humo demasiado enfermizo al que hoy todavía no puede aplicársele un marco jurídico suficientemente claro, que lo regule y aleje de las comunidades.

“A veces, hasta para una es molesto. No hay quien esté dentro de la casa. Y en las madrugadas, se pone peor”, cuenta Yenisleidys Domínguez Rojas, madre de un niño de nueve años.

“Eriel, que es asmático desde chiquito, se fatiga mucho cuando aparece el humo de los hornos. La última vez tosió bastante, todas las noches. Cuando lo llevé al médico, me dijo que el niño tenía los pulmones afectados por respirar el humo, y le prescribió un tratamiento con prednisona. Con ese medicamento debe mejorar, hasta el próximo horno”.

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