La primavera de las medicinas

Por Amanda Tamayo Rodriguez
Fotos e Infografía: Amanda
En Morón, una finca siempre florecida hace, de plantas comunes, una materia prima valiosa para la salud humana

A Félix y a Delia no les hace falta la metáfora aquella del amor como un jardín que hay que regar todos los días. Tras 45 años de matrimonio, construir un hogar y criar “para ser personas de bien” a una hija y a una nieta, la parte de cultivar el amor ya la han aprendido, y la segunda, bueno… De eso van estas líneas.

No cualquiera aguanta un viajecito a pie hasta la casa de esta pareja. Hay que subir por toda la calle Patria casi hasta su cruce con la línea del ferrocarril, doblar por la 101 y confiar en el camino, aunque no se vea el final. Allí, en el corazón de la comunidad del Plan Hortícola, una se tropieza con una casita limpia y azul, con su mullida alfombra de retazos de tela que obliga a dejar el polvo de los zapatos atrás.

Por esa puerta entra y sale Félix Aragón Rodríguez en botas de goma, varias veces al día, en el ajetreo del trabajo agrícola. Delia Olivera Cruz no trajina ni una pizca menos, entre el almuerzo de la niña y los cuidados de las que también son sus plantas.

Así llevan más de una década. Duermen, comen, reciben visitas y sueñan justo frente al proyecto de sus vidas: una finca de casi cuatro hectáreas dedicada por entero a las plantas medicinales.

“En el medio de las dos fincas había una zanja —explica Delia mientras señala con la punta del índice hasta donde se acaba la vista—. Nosotros juntamos mi parte con la de Félix. Yo al principio tenía otras cosas, pero tuve que cambiar los papeles y todo, porque aquí viene siempre (José Ramón) Machado Ventura y desde la primera vez que vino nos dijo que el programa de plantas medicinales era muy importante”.

Entre ellos, y un par de obreros más, mantienen un orden estricto. A la entrada, tras una valla alta y un cartel pintado que aclara “Plantas medicinales”, un criadero de lombriz para producir humus y un pequeño vivero para propagar sus plantas por el mundo.

Al doblar del trillo de la entrada, a la izquierda, ajo, té de riñón, manzanilla, llantén, aloe… A la derecha, guayaba, caléndula, flor de Majagua, plátano, orégano… Cada parcela precedida por su debido cartel de madera, con letras blancas.

“Hay algunas que la gente no conoce. Por ejemplo, la flor de Majagua es buenísima para el catarro; en el laboratorio hacen jarabe con el que nosotros llevamos. Y el plátano es medicinal también”, dice Félix.

Unos pasos después, llegamos a la nave de secado, un silo de techo altísimo de zinc, oscuro y fresco. Afuera, una red extendida sobre una armazón de madera para escurrir las hojas después de lavarlas, y adentro, grandes provisiones de manzanilla, caléndula y jengibre a medio secar.

“Aquí nosotros les vendemos, a veces, al proyecto que hace jabones —Delavida—, porque la manzanilla, la caléndula y el aloe, por ejemplo, son plantas muy buenas para la piel”, comenta Félix, casi a punto de recoger un pequeño cargamento de aloe o, como se le dice tradicionalmente, sábila, e irse rumbo al laboratorio.

De regreso, pasamos otra vez frente a las parcelas de caléndula, sobre las que el sol de la mañana saca reflejos dorados. Delia y Félix entran hasta la mitad del campo, a revisar las flores que aún quedan por cortar, y el momento es captado en fotos. Sus trabajadores también se toman un segundo para detener el trabajo y sonreír.

A poco más de un kilómetro, las plantas que nacen de la tierra colorada del Plan Hortícola siguen su ciclo vital encerradas en frascos color ámbar.

Amarile de Armas Olmo tiene una bata impecable y una sonrisa para tratar con un equipo de mujeres mayormente, además de un conocimiento casi físico sobre la medicina verde, como si fuera el cuerpo y las manos quienes saben, y no la cabeza.

 pomos aloe“Ahora estamos preparando un jarabe de aloe, muy bueno”

Al frente del Centro de Producción Local, un laboratorio que comparte edificio con el Hogar de Ancianos, cuenta a INVASOR que cada centro tiene una finca asociada, y la suya “es la mejor de la provincia”. Además, “es grande y los productos tienen mucha calidad”.

Félix trae aloe y allí lo vuelven extracto para cremas. Félix trae tilo y allí lo vuelven polvo, droga seca. Félix trae pasiflora y allí lo vuelven extracto fluido…

 Del laboratorio van a parar a la red de farmacias del municipio y a la de homeopatía, situada en la calle Callejas, entre Narciso López y Martí.

El mundo ha usado las plantas con fines medicinales desde que es mundo, como dicen las abuelas. Y si la industria y la química se imponen, no es solo como consecuencia del desarrollo de la ciencia, sino también en busca de producir mayor cantidad de fármacos y con menos esfuerzo.

La medicina natural tradicional es una vuelta a las raíces que, si bien no intenta reemplazar a los medicamentos, sí puede apoyar tratamientos e, incluso, convertirse en opción más saludable para pacientes con enfermedades de base.

Minutos después de que INVASOR interrumpiese la rutina de las técnicas de laboratorio que preparaban los envases, un vehículo llevaba productos terminados hacia la farmacia más cercana, en la Avenida de Tarafa. Y un poco más al sur, bajo la llovizna del frente frío y la mirada protectora de Delia y Félix, sus plantas anunciaban la primavera.

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