En el corazón de los humildes

Por Neilán Vera
“Pensemos en cualquier profesión u oficio, en cualquier logro humano, y allí estará, a veces invisible, la mano de un maestro, empolvada de tiza”
Foto: Iram Guzmán

Aquella mañana vibraba el aire. No era la brisa fría de fin de año. Tampoco, la leve llovizna, que no paró de caer ese viernes. Ningún evento climático tenía que ver en la sensación colectiva, épica, que sembró en las páginas de la Historia el día 22 de diciembre de 1961.

La Campaña Nacional de Alfabetización, el empeño “loco” de Fidel, se había convertido en una realidad tan palpable, tan cotidiana, que ya nadie pudo dudar de cuán justos y definitivos serían los derroteros de la Revolución triunfante, y sobre todo, cuánto más podría avanzar la nación libre.

Hoy todavía muchos conservan bien nítida la imagen de aquellos muchachos, los alfabetizadores, mientras se reunían en la plaza. Jóvenes, con el uniforme de brigadistas, desgastado por el sol y el polvo de los caminos rurales, volvieron a las ciudades, exhaustos, pero llenos de alegría.

Su triunfo, el del conocimiento contra la ignorancia, fue tan grande, tan cantado, como aquella vieja pelea entre David y Goliat, entre la poesía y el horror, entre la esperanza y la grisura de los días perdidos.

Aquellos brigadistas eran el rostro de una Revolución que no solo combatía en las trincheras, sino que también luchó sin tregua por la emancipación intelectual del pueblo.

AlfabetizaciónTomada de cubaminrex.cu

El 1961 había sido un año de sacrificios. Los muchachos abandonaron sus hogares, sus familias, para adentrarse en las zonas más recónditas del país, llevando consigo no solo cartillas y lápices, sino una llama de esperanza. Enfrentaron la adversidad: el terreno accidentado, las carestías, el recelo inicial de algunos “alumnos”, aunque su convicción los situó para siempre en el corazón y el porvenir de los cubanos más humildes.

La campaña, ya lo dicen los historiadores, no constituyó solo un acto de alfabetización masiva; fue también una transformación social. Se tejieron lazos de solidaridad, se rompieron barreras de clase y se sembró la semilla de un futuro con más oportunidades para todos, siempre desde el poder transformador de la educación.

La victoria final, declarada oficialmente por el Comandante en Jefe, fue una explosión de alegría. Las plazas se llenaron de gente, con banderas cubanas que ondeaban al compás de la música y los cantos revolucionarios. Se celebraba no solo la erradicación del analfabetismo, sino el inicio de una guerra todavía mayor contra la ignorancia y la dominación, una guerra que, 63 años después, sigue tan viva como antes.

Plantar la semilla del mañana

Entre una y otra épocas, ha pasado un abismo de sueños y traspiés; nadie lo duda. Sin embargo, entre aquellos jovencitos del lápiz, la cartilla y el manual, y los maestros de ahora, no existe tanta diferencia como parece. Son los mismos, lo que en distintos tiempos, pues hoy, como ayer, la educación desempeña un rol central en nuestro proyecto de país.

A esta altura, ya lo tenemos clarísimo. Si deseamos edificar para Cuba un futuro próspero, la materialización de estos sueños descansa, en gran medida, sobre los hombros de nuestros educadores. Más allá de la simple transmisión de conocimientos, estos están llamados a incentivar la formación integral de las nuevas generaciones de cubanos, en la forja de una ciudadanía comprometida y preparada para los desafíos del siglo XXI, que no son pocos.

En medio de constantes cambios nacionales (y globales), nuestros maestros asumen el papel de guías, no solo a través de la impartición de determinada asignatura, sino, también, con la formación de valores, como la solidaridad, la responsabilidad social y el patriotismo. En sus manos, bien lo sabemos, está la tarea de fomentar el pensamiento crítico, la creatividad y la innovación.

Por ejemplo, de la calidad de la enseñanza actual, con todas sus luces y sombras, depende la formación de los futuros profesionales, los mismos que están llamados, a base de talento y conocimiento, a garantizar el progreso económico de la patria, y conquistar, para todos nosotros, mayores cuotas de felicidad y bienestar.

Sin embargo, la labor de nuestros docentes no carece de problemas: quizá, precisamente en este detalle radique su mayor mérito. La falta de recursos materiales, las crudezas de la vida diaria y la exigencia de adaptarse a las nuevas tecnologías demandan un esfuerzo adicional. Y, a pesar de estas dificultades, su compromiso con la educación sigue guiado por su profunda vocación y por el deseo genuino de plantar la simiente del mañana.

El gobierno cubano reconoce la importancia de este rol, y en años recientes ha implementado políticas dirigidas a mejorar las condiciones laborales de los maestros, para fortalecer su formación continua y promover la innovación en el ámbito pedagógico.

No obstante, resulta crucial un mayor esfuerzo colectivo que valore y reconozca la entrega y la dedicación de estos profesionales, quienes, a menudo en condiciones adversas, contribuyen al mantenimiento del proyecto social cubano.

Desafíos a la vista

Más allá de la alfabetización, que marcó un hito histórico, la educación cubana debe enfocarse en el desarrollo integral del individuo. Esto implica una profunda transformación que abarque desde la actualización de currículos, para fomentar el pensamiento crítico y la innovación, hasta la mejora de la infraestructura y la capacitación del profesorado; tareas que ya vienen desarrollándose con el llamado Tercer Perfeccionamiento de la Educación Cubana.

El actual sistema educacional, a pesar de sus éxitos históricos, necesita adaptarse a las demandas de un panorama cada vez más globalizado y tecnificado. En ese sentido, hace falta una mayor integración de las nuevas tecnologías en el proceso de enseñanza-aprendizaje, que promueva el desarrollo de habilidades digitales esenciales en la sociedad actual.

No obstante, la emancipación no se limita a la adquisición de conocimientos técnicos. Es crucial fomentar la educación cívica, el desarrollo del pensamiento crítico, la participación ciudadana y la descolonización cultural. Un sistema educativo que promueva el debate, el diálogo y la justicia social es fundamental para una sociedad más justa y equitativa.

Son grandes los desafíos que tenemos hoy a la vista, pero ninguno resulta insuperable. Y cada diciembre, mientras felicitamos a nuestros educadores, no podemos dejar de pensar en esa quijotesca lucha contra los molinos de viento que todos los cubanos libramos desde 1961, y un poquito antes.

A la educación hay que pensarla y celebrarla todos los días, no solo los 22 de diciembre. A ella nos debemos, y con su influjo somos más fuertes.


Escribir un comentario


Código de seguridad
Refrescar