“Uno cultiva los reflejos en el entrenamiento para evitar sorpresas. Y eso es lo que hago, entrenar y entrenar”, afirma Reinier Vera Mesa, receptor titular de la selección Cuba de softbol
Cada posición en el softbol, como en el béisbol, pudiera disputarle el reinado a la otra, el pitcher, por ejemplo, es el dueño del partido, el que administra lanzamientos y los tira donde quiere, o puede; la tercera base, la esquina de la metralla; el torpedero, el menos robusto de la manada entre los nueve que juegan, muy diferente a la primera base y al receptor, casi siempre, grandotes, desafiantes, con poder en las muñecas como para que la bola salga disparada como un cohete.
El catcher es el más facultoso dentro del terreno, se me ocurre decir, más que los árbitros, diría; porque los árbitros dictan sentencia y los receptores no, pero están de frente a todos, menos al ampaya que está detrás de él; ubican a los hombres del cuadro, a los jardineros, guían a los lanzadores y hasta miran para el dogout y, sin hablar una palabra, pueden hacer que sustituyan al lanzador de turno.
De todas las bases, la del receptor es la que más me agrada, pese a ser la más incómoda: agáchate, párate, vuelve a agacharte… golpes por aquí, allá y acullá, en cambio, es la más bonita, porque la receptoría es de hombres elegantes: Evelio Hernández, Juan Castro, Pedro Medina, Ariel Pestano...
Hay uno que no es mediático, porque juega softbol: Reinier Vera Mesa, integrante de la selección nacional durante los últimos 16 años, alto, gallardo y con unas libras de menos que los referidos anteriormente; pinareño tenía que ser.
El otro día Alaín Román, el mejor lanzador del softbol cubano actual, comentó que, en ocasiones, ni señas pide. “Las coge todas. Detiene muchas bolas en su posición. De mirarnos sabemos cuál es el lanzamiento para cada bateador, no importa que yo tenga la costumbre de decir que no, dos, tres veces, con movimientos de la cabeza, pero puedo lanzar, que es un torpedero detrás de home”.
En estas jornadas del Campeonato Nacional Masculino de Softbol —certamen que concluyó el pasado viernes con la retención de la corona por el conjunto de Ciego de Ávila—, me fijé; las palabras de Román me convencieron y me lancé al intercambio con Vera, nada mediático, como ya comenté, aunque profundo en sus reflexiones.
—¿Quién te descubrió?
—Roberto Zayas y Rogelio García González. Siempre me agradaron el béisbol y el softbol. Es bueno que se conozca que soy de Los Palacios, en Pinar del Río. Allá tengo a mi familia y mi hogar. En Pinar llegué a jugar una Serie Nacional de Béisbol y Juan Carles Díaz me eliminó del equipo de pelota. No me quería. No sé la razón. Para colmo, cuando quise regresar al softbol, Carlos Cruz, entonces comisionado de Béisbol, se negó y tuve que buscar alternativas. Todavía hoy me pregunto por qué lo hicieron, pues soy callado, no me involucro en chismes y no me entrometo en la vida de los demás. Esas decisiones me hicieron fuerte y me abrieron el camino.
—¿Por qué defiendes los colores de Ciego de Ávila?
—Se lo debo a Miguel Albán y a Jesús Echarte. Hace muchos años me dijeron que si quería jugar con Ciego de Ávila y acepté. Eso lo agradezco y trato de realizar las cosas lo mejor posible, sin embargo, en esta lid me siento un poco agotado porque no he parado, con muchos juegos en la liga profesional y ahora en el Campeonato Nacional, con dos juegos diarios, mas uno hace todo lo que puede por el equipo. Coges el descanso cuando tu conjunto batea y vuelves, porque uno siente que es necesario y le haces falta al lanzador y al elenco.
No coincidió con Juan Castro, el más elegante, ni lo vio jugar; sí ha visto sus videos y los ha estudiado. “Es asombroso lo que hacía”, una de las razones por la que piensa en él cuando recibe los piconazos con un simple movimiento de mascota, sin bloquear el envío con el cuerpo; piconazos que llegan a más de 80 millas por hora, lanzados desde 46 pies; es decir, a solo 14 metros de distancia. “Uno se prepara para eso”.
Pocas veces lo he visto irritado, ni cuando el árbitro sacó la mano y lo ponchó con un lanzamiento de esos que se alejan demasiado y son capaces de engañar.
—¿Eso debe incomodar, ¿verdad?
—Pues no, ese es un turno y en el juego quedan otras oportunidades al bate. Uno debe aprovecharlas todas. El árbitro se equivoca. Yo me he equivocado también; le he tirado a una en la “esquina de Tejas” y ni la he tocado.
No expone el orgullo, no se impone, no discute; es como si fuera una estatua detrás de home, que solo cambia con rapidez felina para evitar que se vaya la bola.
“No tengo orgullo en el terreno ni fuera de él. Me llevo bien con todos mis compañeros y mejor con el lanzador Román, a quien considero mi hermano”.
—Has jugado en ligas profesionales de Guatemala, Honduras y México. ¿Es verdad que en una de ellas te enfrentaste a Román?
—Sí, fue en Guatemala, le conecté dos hits y me dio una base por bolas. Es que nos conocemos bien. Si te dijera algo: a veces he pensado que me sobrellevó, y él dice que no.
—¿Participaste en la II Copa de Monterrey, México?
—Sí, allí se reunieron los mejores jugadores del planeta. La escuadra de nosotros, Garca, perdió en la final tres carreras por cuatro contra el WynnSport, considerado el mejor equipo del mundo, con varios atletas contratados, entre ellos el lanzador Huemul Mata, campeón del último Mundial con Argentina. Muy difícil, y aun así, logré conectarle un hit.
—Si mañana Pinar del Río conformara un conjunto de softbol, ¿con cuál equipo jugarías?
—Mi corazón es pinareño, pero creo que no podría jugar con otro equipo que no fuera Ciego de Ávila, donde un día me abrieron las puertas y jamás me las han cerrado.
Cuarto bate del Ciego de Ávila, del Cuba y de los conjuntos profesionales donde ha militado, en Reinier Vera se combinan la buena ofensiva y la excelente defensa, un dúo envidiable como para seguir cumpliendo los sueños de su vida, uno de ellos, un buen resultado en la venidera Copa Mundial de la disciplina.