Italo Calvino, un maestro de la exquisitez formal

 italo calvino “Un libro; casa sólida que está ahí; perfectamente definida; sin riesgo, en comparación con la experiencia vivida; siempre huidiza; discontinua y controvertida”. Sin duda, un bello juicio expresado con gracia estilística por el laureado escritor italo-cubano (1923-1985) Ítalo Calvino.

Debo aclararles a los amigos de la Gran Red de Redes, que el futuro literato había llegado al mundo en la habanera localidad de Santiago de las Vegas. Su tronco paterno fungía, como agrónomo que era, como líder de la estación agronómica enclavada allí. Solo que algo más adelante el grupo familiar decidió regresar a Italia.

Se conoce que en ese bello país el joven definió seguir los pasos del padre desde el punto de vista profesional y matriculó Agronomía, carrera que abandonó, picado por el intranquilo bichito de la literatura, especialidad que cursó en el centro de altos estudios de Turín. Él colgó el apellido en la pared en 1947.

En una de las fuentes consultadas —portal cubano Ecured— se consigna que Calvino, y cito: “en tiempos de la II Guerra Mundial formó parte de los jóvenes fascistas de Benito Mussolini —que más tarde abandonó— para participar en el Movimiento de la Resistencia Italiana, al integrarse a las llamadas Brigadas Garibaldi. Militó, además en el Partido Comunista Italiano hasta 1957, debido a discrepancias.

Retorna a la natal Cuba y en 1964 se casa con la argentina Esther Singer, Chichita, madre de su hija Giovana. Su vida literaria dio inicio un año después que concluyera la conflagración bélica. El primer “parto” devino la novela titulada El sendero de los nidos de araña.

Marcaron destaque en su bibliografía los libros Las dos mitades del vizconde, que trascendió Europa y fue traducido a varios idiomas, al que siguió otro éxito con la publicación de El barón rampante. Así el relativamente joven Calvino se transformó “en uno de los autores más conocidos del Viejo Continente”.

Su estilo narrativo —según otra fuente— “le signaron la frustración, el aislamiento, la deshumanización, unas veces mediante el tratamiento de las alegorías y las fantasías y otras mediante el humor”. Fue, además, maestro de la exquisitez formal.

Para el general conocimiento de los amables lectores, les añado otros títulos de la obra de este autor: Marcovaldo, El castillo de los destinos, Las cosmicómicas, El libro de los amores difíciles, Las ciudades invisibles, y la trilogía El barón rampante, El Vizonde Demediado y El Cabruero Insistente, entre otros.

Sobre el concepto que Calvino sustentaba acerca de los libros, les regalo estos pensamientos de su autoría:

Un clásico es un libro que nunca ha cesado de contar lo que tiene que contar.
Toda historia no es más que una infinita catástrofe de la cual intentamos salir lo mejor posible.
Las ciudades son un conjunto de muchas cosas, memorias, deseos, signos de un lenguaje, son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía; pero estos trueques no son solo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos y de recuerdos.

Curiosidades

• “La fuerza de voluntad es para la mente como un hombre ciego y fuerte, que lleva sobre sus ojos a un inválido que puede ver”. Este pensamiento es de la autoría del filósofo alemán Arthur Shopenhaver (1788-1860) Su obra más sobresaliente es la titulada El mundo como voluntad y como representación.

• La primera cinta cinematográfica que tuvo una segunda parte, según la historia del llamado Séptimo Arte, fue King-kong, rodada allá por el año 1933. Esa continuidad se conoció con el título El hijo de Kong, y fue filmada el mismo año.

• El volcán de mayor altura que se conoce en nuestro planeta es el Mauna Loa, localizado en Hawai. Conozcan que su elevación, desde su base, es de 15,2 kilómetros, Pero no se asombre demasiado, porque el récord lo ostenta el volcán Monte Olimpo, ubicado en el planeta Marte, que posee, según los entendidos, unos 26 kilómetros.

• La locución latina Abyssus abyssum invest, significa El abismo llama al abismo. Es una expresión que empleó David en el salmo XVI, 8, para indicar que una falta acarrea otra.


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