Camilo: Historias (des)conocidas de un hombre de pueblo

Luego de casi seis décadas de su desaparición física, todavía sorprenden las historias del amigo, el artista, el novio y el guerrillero, al que 27 años le bastaron para dejar una huella indeleble en la memoria de un pueblo.

Si le preguntas a un cubano por Camilo Cienfuegos, es probable que te hable del sombrero alón que llevaba a todas partes, de la amistad con Ernesto Che Guevara nacida al compartir una lata de leche condensada, de la conocida frase “Yo no estoy contra Fidel ni en un juego de pelota”, o de las flores que cada octubre inundan ríos y mares en busca de aquella avioneta desaparecida. Sin embargo, detrás de cada lugar donde estuvo o de quienes le conocieron, quedó una historia para contar del Señor de la Vanguardia.

Así se lo han demostrado a Fernando Díaz Martínez, quien prefiere autodefinirse como último discurso al pueblo de Cuba, los años de investigación resumidos en sus libros Camilo por los montes surcados (1989) y Camilo un huracán de fuego y amor (2009 y 2012). Por ellos descubrió la versatilidad de un hombre en el que carisma y seriedad iban de la mano y al que define como “un símbolo de cubanía”.

Sin saber por dónde comenzar, al agricultor de la Cooperativa de Créditos y Servicios Pedro Martínez Brito las anécdotas se le agolpan en la memoria como si quisieran salir todas de un tirón, y a ratos le obligan a romper el orden cronológico.

Fernando DíazAlejandro GarcíaEn su archivo personal, Fernando guarda con celo fotos inéditas de la vida de CamiloPrimero habla de un nombre que provino del abuelo paterno, pero que hasta cerca de la adolescencia quedó en el apodo de Camilín, como le gustaba llamarlo al padre, el que debió lidiar con la intranquilidad y la osadía de un niño, demostrada desde bien temprano, cuando en una visita al río Almendares, acabó tirándose al agua sin saber nadar.

Ese día fue la antesala de una pasión por el deporte que lo llevó a destacarse en la pelota, la natación y el boxeo, aunque en los inicios no fue buen pelotero, lo que provocó el rechazo del equipo del barrio y el afán de practicar hasta convertirse en uno de los mejores, como le develara, años después, al historiador avileño Manuel Espinosa Díaz, combatiente rebelde e integrante de la Columna No. Dos Antonio Maceo.

No obstante, aclara Díaz Martínez que en Camilo también confluyó la inclinación por las artes, la que lo llevó a seguir la poesía de Neruda y Bonifacio Byrne —cuyos versos pronunciara en su último discurso al pueblo de Cuba, el 26 de octubre de 1959—, así como la música de Benny Moré, con la que, en varias ocasiones, hizo gala de la manera de bailar que había aprendido con su madre.

Una vez llegado a la Sierra Maestra, integraría un trío musical que, en las noches, para animar al campamento, interpretaba canciones como Las tinieblas de la noche o Échame a mí la culpa.

Si bien en sus días no faltó el sentido del humor con el que, en una ocasión, llamó al Che “matasanos”, tampoco lo hizo el respeto de los combatientes bajo sus órdenes. El porqué se lo explicó el ya fallecido Rafael Ponce de León Parra, integrante de la columna No. Dos Antonio Maceo, a Fernando, mientras este recopilaba los testimonios para su último libro, al definir a su jefe como “un soldado más en la tropa. Esto tal vez creó una especie de contagio entre todos, porque nadie quería quedarse atrás. (…) no entendía de privilegios”.

Quienes lo conocieron resaltan, además, su facilidad para enamorarse. De entre sus amores, el investigador destaca la historia con Rosalba Álvarez, la mensajera del Partido Socialista Popular que, casi a primera vista, conquistó el corazón del hombre de la amplia sonrisa y el sombrero alón.

Desde el principio le llamó “guajira”, por más que supiera que a ella ese mote le desagradaba, mas cómo resistirse a quien “no solo era apasionado y valiente, sino también caballeroso y poeta, capaz de conquistar el corazón de cualquier mujer, (…) que además de ser tan risueño y jaranero, era de un temperamento fuerte y muy serio, pero sobre todo era un caballero, no aceptaba ni compartía las groserías”.

• Lea aquí La “camilada” mayor.

Refiere el campesino devenido historiador que tiene Ciego de Ávila el privilegio de haber sido testigo de una de las maniobras militares más importantes que protagonizara el Héroe de Yaguajay. En ese entonces corría septiembre de 1958 y arribaba a tierras avileñas, por la zona de Baraguá, la Columna Invasora No. Dos Antonio Maceo. La tropa, que hasta el momento venía por el Sur, enderezó hacia el Norte, en el intento por despistar al enemigo, y, una vez llegados a Florencia, no solo se sintieron familiarizados con el terreno montañoso, sino que la colaboración de los pobladores, en su mayoría campesinos, incrementó los ánimos de todos.

No sería hasta la tarde del 19 de septiembre de 1959 que Camilo regresaría a suelo avileño, en lo que fue su última visita al territorio. Según relata Díaz Martínez, en esa oportunidad sufrió dos atentados que estuvieron a punto de poner su vida en peligro.

El primero sucedió mientras almorzaba en el local que, anterior al triunfo revolucionario, acogía un prostíbulo, en la zona del 3/14, donde alguien colocó una sustancia en la comida que le provocó una indigestión. Luego, un hombre intentaría atacarlo mientras intercambiaba con el pueblo reunido en la plaza que hoy lleva su nombre en la capital provincial.

Cree Fernando que, en el imaginario popular, cuando se habla de la desaparición física de Camilo, en ocasiones el misterio le rodea, el mismo enigma por el que solo en el décimo mes del año florece el árbol que el Señor de la Vanguardia sembrara en el patio de la casa de Paquita Rabasa, y cuyas flores cada 28 de octubre llegan al mar, para recordar a quien el Guerrillero Heroico retrató como “la imagen del pueblo”.


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