Testimonio de un médico avileño enfermo de la COVID-19
Para Carlos Álvarez, el 28 de marzo del 2020 será una fecha difícil de olvidar. Ese día, mientras hacía guardia en el Hospital Provincial General Docente Doctor Antonio Luaces Iraola, de Ciego de Ávila, fue uno de los médicos que atendió a un paciente que, pocas horas después, falleció. Aunque él y el doctor Roberto Ruso hicieron “hasta lo imposible” y lo intentaron reanimar durante un tiempo, no lograron alejarlo de la Parca.
La muerte de una persona es siempre un impacto tremendo para quienes tienen como misión esencial salvar vidas. Sin embargo, en este caso, las consecuencias iban también a golpear a Carlos de otra forma.
Su paciente fue el primer fallecido que dejaba la COVID-19 en esta provincia. Un señor residente en el municipio de Venezuela que ocultó los síntomas durante las pesquisas y llegó a la atención hospitalaria con un cuadro respiratorio grave. Fue todo tan rápido que solo se confirmó post mortem que padecía la enfermedad que, por estos tiempos, tiene en vilo al mundo.
La premura con la que ocurrió todo pinceló que los protocolos a seguir después no se cumplieran al pie de la letra. De cualquier manera, el aislamiento de Carlos llegó. Fue enviado al Hospital Octavio de la Concepción y Pedraja, en Camagüey, y un resultado negativo del test rápido le devolvió el alma al cuerpo en un primer momento.
Pero la verdad definitiva la tendría pocas horas después: un PCR positivo confirmaba su mayor miedo, no solo por él, sino también por su hija de cuatro meses y su familia, que podían estar en peligro. Ese sigue siendo hoy su mayor temor. Mientras escribo, la zozobra de esperar por el veredicto que dicte el PCR de sus más allegados lo invade en una sala del hospital agramontino.
No obstante, hay cierta tranquilidad que lo ha acompañado durante estos días de distancia: sus familiares se encuentran a buen resguardo, aislados y atendidos de manera excelente, como le cuentan, por el enfermero Orlando Suárez. Me insiste en que su nombre esté en estas líneas para agradecerle públicamente por su labor.
La rutina de Carlos ha variado totalmente. Cambió su bata por el camisón a rayas y ahora las horas pasan de la cama al baño, conversando un poco con los otros cuatro que le acompañan en el cubículo, extrañando la presencia de un televisor en la sala y conectándose a Internet de vez en vez, para ahorrar los megas. Esa es la forma en la que logra mantenerse informado sobre el exterior y saber cómo se están moviendo las estadísticas de la COVID-19 en Cuba y el orbe.
Por momentos, él y otro médico avileño que está ingresado también, el doctor Osmel Martínez, se sienten como en una consulta, cuando el resto de los que permanecen allí les preguntan y ellos les explican tal como hacen (y seguirán haciendo) con sus pacientes.
“Aquí el trato es de excelencia. Los médicos nos dicen colegas, siempre dialogan con nosotros y se interesan por cómo nos contagiamos, para tomar ellos sus precauciones.”
Recibe la visita una vez al día, en las mañanas, y luego, con cierta periodicidad, las enfermeras controlan la temperatura y la tensión arterial, esta última muy importante en su caso porque es hipertenso, y, afortunadamente, ha estado compensado durante su estancia.
Casi adivinando la respuesta, le comento, “estarás contando las horas para regresar” y enfático me dice que “hasta los milisegundos.” El 14 de abril se cumple el tiempo establecido para el internamiento y después, siguiendo los protocolos, si el PCR da negativo, podrá volver a casa. Y aunque le tocarán otros días más con un poco de aburrimiento sin poder salir, ya las tareas del hogar y cuidar de su bebé lograrán que el tiempo pase más rápido. Eso y sus deseos inmensos de volver a ponerse su bata y continuar con la profesión que tanto ama.