Diario del miedo: Secuelas

Mientras tengas tos, una pequeña parte de ti temerá que baje la saturación y te falte el aire

 sayli y ericEric Yanes Hasta aquí vamos a llegar, querido diario. Hoy se cumplen 28 días desde el inicio de los síntomas y terminan, así, las dos semanas de convalecencia indicadas por las doctoras del ingreso. ¿Me siento bien?, ¿estoy lista para regresar a la “vida normal”? Sí y no.

• Invasor te recuerda las anteriores entregas:

Diario del miedo: Día 1
Diario del miedo: Medicinas
Diario del miedo: Síntomas
Diario del miedo: Alejandro, mi médico
Diario del miedo: El Ingreso
Diario del miedo: Enfermera-enferma
Diario del miedo: Decúbito prono
Diario del miedo: El Hambre
Diario del miedo: Alta clínica

Todo el mundo nos dice que vayamos con calma, que la recuperación no es como la de un catarro común, y van teniendo razón. Ciertas secuelas están ahí para bajarte los humos cada vez que piensas que venciste. La primera es la tos.

Uno de los doctores que nos atendió en la Escuela del Partido siempre nos dijo que la tos permanecería un tiempo más. Y ahí está ella, una tosecita seca, medio apretada, que, aunque una no quiera, hace temer un retroceso. Luego esa tos, si es frecuente, vuelve a molerte el cuerpo: la espalda, el tórax, el vientre.

Si, como yo, vives en un tercer piso, no demorarás en darte cuenta de que las escaleras son tus enemigas. Da igual que vayas escalón por escalón o que intentes emular tu vida antes de la COVID-19: no vas a poder. Tendrás que descansar en los descansos y hasta en los peldaños, porque será como si no te alcanzara el aire.

Mientras friegas las paredes azulejadas del baño notarás que se te cansan los brazos. Supongo que, como los pulmones están convalecientes, el nivel de oxígeno en la sangre y los músculos es menor y, por tanto, se produzca la fatiga. Esta soy yo intentando entender esa punzada en los antebrazos, en la nuca, en el medio de la espalda, cuando barro, limpio o lavo un paño a mano. Es más, si presiono con un dedo cualquier parte de mi cuerpo me duele, pero, al contrario del chiste, no es el dedo el problema.

A Eric le alteró el sueño. Él nunca ha sido muy dormilón y cualquier preocupación lo saca del ritmo normal de sueño-vigilia, pero la COVID-19 trastrocó sus tiempos y ahora a las 3:00-4:00 de la mañana se le enciende el cerebro y no logra dormir mucho más. Debe mirarme un poquito envidioso, boca abajo y medio babeada, porque en mí el insomnio no hace zafra. Por más estresada que esté, por más enferma que me sienta, el sueño vence al cuerpo, siempre.

Esto es lo que se ve. Hay un mundo sucediendo a nivel celular, de tejido, del organismo, sin embargo, del que no tenemos ni una remota idea. ¿Se recupera esa pequeña fibrosis remanente que la doctora ha visto en la radiografía?; ¿cuándo se “irá” la tos?; ¿por qué siguen las sudoraciones?...

Acaso la secuela que más permanece es, precisamente, el miedo. De eso ha tratado este diario, de nombrarlo y, de alguna manera, conjurarlo; de no dejar que nos ganara la partida. Al enunciarlo y mirarlo de frente albergué la esperanza de que fuera menos difícil manejarlo. Y aunque no estoy segura de haberlo conseguido del todo, sí valoro la posibilidad de seguir escribiendo. Una sabe que pudo ser de otra manera, y esa certeza cambia la perspectiva.

Pero el miedo no se quita. Primero porque todo el mundo te dice que tienes que seguir cuidándote. Remota, mas, la probabilidad de una reinfección está; matemáticamente calculada, está. Y luego las historias tristísimas de la “post-COVID”. No voy a dedicarle ni un solo pensamiento, pero dime si no es para aterrarse.

Segundo, porque a la pandemia le queda trecho. Cada provincia de este país ha tenido sus 15 días de “fama” con contagios descontrolados y colapsos sanitarios puntuales. De aquí a noviembre, si la vacunación va al ritmo previsto y “no se rompe la noche”, todavía tendremos otros sustos y urgencias. Por más optimistas que nos impongamos ser, esta batalla no está ganada aún.

Tercero, porque la mente demora más en sanar que el cuerpo; y el cuerpo, ya te conté, también se toma su tiempo. Mientras tengas tos, una pequeña parte de ti temerá que baje la saturación y te falte el aire. Mientras te duela la espalda, pensarás que los pulmones andan debiluchos y te espantarás cuando una corriente de aire entre por la puerta del balcón.

Maldecirás que llueva y que haya polvo; te pondrás nasobuco para echar el detergente en la lavadora; desterrarás de tu vida el cloro; y esperarás pacientemente a que regresen tus sentidos del olfato y el gusto para empezar a sentirte recuperada. No obstante, realmente eres una convaleciente.

¿Venciste? No. Estás venciendo. Sigue así.